Jesús pidió a sus discípulos ser perseverantes en la oración.
Esto dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre,
y busca el apoyo de las criaturas,
apartando su corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor
y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua,
que alarga a la corriente sus raíces;
no teme la llegada del estío,
su follaje siempre está verde;
en año de sequía no se inquieta,
ni dejará por eso de dar fruto».
Palabra de Dios.
/R/ Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. /R/
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. /R/
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. /R/
Hermanos:
Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?
Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido.
Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad.
Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.
Palabra de Dios.
En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
¿Dónde puedo encontrar la felicidad? Es la pregunta de todo hombre que ha pisado este planeta. Jesús nos presenta un mensaje que desafía nuestra lógica: bienaventurados los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y los perseguidos. Además, advierte a los ricos, los satisfechos y los que reciben alabanzas. Nos preguntamos: ¿cómo pueden ser felices los que sufren? ¿No es contradictorio con nuestra búsqueda de bienestar y éxito?
Para entender esto, pensemos en películas e historias que nos inspiran. En “En busca de la felicidad”, el protagonista, Chris Gardner, atraviesa momentos de pobreza extrema, duerme en baños públicos y enfrenta humillaciones. No obstante, no pierde la esperanza ni la fe en que su vida puede cambiar. Su felicidad no viene de la riqueza, sino de la lucha, del amor a su hijo, de la resilensia y de la perseverancia. Su historia refleja lo que Jesús nos enseña: la verdadera felicidad no está en el bienestar material, sino en la fortaleza interior y la confianza en Dios.
Jesús no glorifica el sufrimiento en sí mismo. No nos dice que ser pobres es la meta del hombre o que el dolor es deseable. Nos muestra que, cuando pasamos por dificultades, Dios está con nosotros y nuestra vida no depende solo de lo que tenemos. La pobreza, el hambre y el llanto nos hacen más conscientes de nuestra fragilidad y nos abren a la compasión. Por eso, muchas veces, quienes han sufrido son los que más ayudan a otros, porque saben lo que significa necesitar apoyo.
Por otro lado, Jesús lanza una advertencia a los que lo tienen “todo”. No porque tener bienes sea malo, sino porque el peligro es creer que eso es suficiente. En la novela “El gran Gatsby”, Jay Gatsby vive en la riqueza extrema, rodeado de fiestas y lujos. Pero en el fondo está vacío, buscando un amor que nunca llega. Su vida refleja lo que Jesús nos enseña: la riqueza sin amor, sin propósito, sin Dios, es una ilusión.
Las bienaventuranzas nos invitan a cambiar nuestra mirada. En lugar de buscar solo el éxito y la aprobación de los demás, Jesús nos llama a vivir con profundidad, a poner nuestro corazón en lo que realmente importa. La felicidad que Él propone no es la de Faceboo, Instagram o Tik Tok, donde todo parece perfecto. Es la felicidad de los que aman, sirven y confían en Dios incluso en medio de las pruebas.
Hoy, Jesús nos pregunta: ¿en qué basamos nuestra felicidad? Si la apoyamos en lo material, en la aprobación de los demás o en el placer momentáneo, tarde o temprano nos encontraremos vacíos. Pero si nuestra vida está cimentada en el amor, la fe y la entrega, entonces, incluso en las dificultades, seremos bienaventurados.
Que esta Palabra nos ayude a elegir lo que realmente vale la pena, a buscar una felicidad que el dinero no puede comprar y a confiar en que Dios siempre está con nosotros.
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