El Papa Francisco explica uno por uno el significado de las figuras del Nacimiento navideño, Pesebre o Belén en la Carta Apostólica Admirabile signum (Signo admirable), firmada en el lugar del primer Nacimiento inventado por San Francisco de Asís, en 1223.
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En esta Carta, el Santo Padre no sólo reflexiona sobre el significado y el valor de las figuras del Nacimiento, sino que invita a los fieles de todo el mundo a redescubrir y revitalizar esta hermosa navideña.
“En esta carta me gustaría apoyar la hermosa tradición de nuestras familias que, en los días que preceden a la Navidad, preparan el nacimiento. Al igual que la costumbre de instalarlo en lugares de trabajo, escuelas, hospitales, prisiones, lugares públicos…
“Es realmente un ejercicio de imaginación creativa, utilizando los más variados materiales para crear pequeñas obras maestras de belleza”, dice el Papa.
Te compartimos lo que el Papa Francisco concluyó sobre los elementos del Nacimiento, Pesebre o Belén navideño.
Para entender esto, el Papa Francisco nos invita a pensar en todas veces la noche envuelve nuestras vidas.
“Incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré?
Para responder a estas preguntas –dice el Papa– Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79)”.
De acuerdo con el Papa Francisco, a menudo se representan palacios antiguos y casas en ruinas en el nacimiento navideño.
Estas ruinas –explica– parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz.
Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido.
Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original.
Las figuras de los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.
Además, las montañas, los riachuelos, las figuras de ovejas y los pastores significan que, como lo habían anunciado los profetas, toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías.
Las figuras de los pastores deciden ir a Belén como respuesta al anuncio hecho por los ángeles. De acuerdo con el Papa Francisco, a diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece.
“Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro.
“Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre”, explica el Papa.
Muchas familias añaden al Nacimiento navideño otras figuras que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos como panaderos, carpinteros, niños jugando.
Para el Santo Padre, esto pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura.
“Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan…, todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina”.
María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su figura hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado.
Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total.
Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios.
Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5).
Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está San José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María.
Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13-15).
Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente.
José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.
Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello.
Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura.
Desde el pesebre, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.
Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes Magos.
Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico:
El oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura.
Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo.
Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12).
Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo.
Lee completa la carta Admirabile signum aquí.
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