El Papa Francisco continuó este miércoles con su catequesis sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, particularmente en la vivencia que tuvo el apóstol Pablo en Atenas, la gran ciudad de la cultura griega.
Al llegar a Atenas –explicó el Santo Padre– el espíritu del Apóstol “se enardeció al ver que la ciudad estaba entregada a la idolatría”; sin embargo, eligió “familiarizarse”, con ella, comenzando a frecuentar “los lugares y las personas más significativas”.
El apóstol frecuenta la sinagoga –continúo– símbolo de la fe en Dios; la plaza, centro de la vida ciudadana, y el Areópago, corazón de la vida cultural y política.
“El contacto con el paganismo –añadió– no le asustaba, sino que lo empujaba a crear un puente para dialogar con aquella cultura. Y con mirada contemplativa, Pablo descubrió que Dios habitaba en las casas de los atenienses, en sus calles, en sus plazas; no miraba el paganismo con hostilidad, sino que, en un ejemplo extraordinario de inculturación, anunciaba a Cristo partiendo de su fe en un ‘Dios desconocido’”.
Al respecto, el Pontífice consideró que la mirada de Pablo, que observaba la ciudad de Atenas “con los ojos de la fe”, debe ser una interrogante para la Iglesia de hoy sobre su forma de ver las ciudades. “¿Las observamos con indiferencia? ¿Con desprecio? ¿O con la fe que reconoce a los hijos de Dios en medio de las multitudes anónimas?”. Y destacó el ejemplo dejado por el apóstol al elegir “la mirada que lo lleva a abrir una brecha entre el Evangelio y el mundo pagano”.
El Papa continuó: Después, Pablo comienza a explicar paso a paso la revelación, desde la creación hasta la resurrección de Cristo. Comienza por el altar de la ciudad, dedicado a un dios desconocido. A partir de esa devoción, y para entrar en empatía con sus oyentes, proclama que Dios vive entre los ciudadanos y no se esconde de los que lo buscan con corazón sincero, aunque lo hagan a tientas.
Francisco concluyó su catequesis llamando a “construir puentes”, tanto con la cultura, con los que no creen o con quienes tienen un credo distinto al nuestro, y a hacerlo “sin agresividad”, pues aún cuando no lo esperamos –dijo– la semilla del Evangelio arraiga: “por eso debemos pedir al Espíritu Santo la capacidad de inculturar con delicadeza el mensaje de la fe, porque “el fuego de su amor, es capaz de inflamar el corazón más endurecido”.
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