El Papa Francisco dio a conocer el pasado 3 de mayo su mensaje para la 107 Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que se celebrará el 26 de septiembre bajo el lema “Hacia un ‘nosotros’ cada vez más grande”.
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El mensaje del Santo Padre ha sido publicado en un momento en que los nacionalismos cerrados y agresivos, y el individualismo radical, dividen a la humanidad y especialmente a la Iglesia, manifestando su esperanza en que el mundo algún día “se enriquezca con la diversidad y las relaciones interculturales” y las fronteras se transformen en “lugares privilegiados de encuentro”.
El deseo del Papa Francisco, escrito en su mensaje, es que llegue el tiempo en que ya no haya “los otros”, sino sólo “nosotros”, en un mundo que, con la emergencia sanitaria, atraviesa uno de sus momentos de mayor crisis, y en el que el “nosotros” querido por Dios “parece haberse roto y fragmentado, herido y desfigurado”.
El precio más alto de los nacionalismos cerrados y agresivos -asegura el Papa Francisco-, así como de los individualismos más radicales, lo pagan los que más fácilmente pueden convertirse en “los otros”: los extranjeros, los migrantes, los marginados, los que habitan las periferias existenciales”.
El Santo Padre pide especialmente a los miembros de la Iglesia ser cada vez más fieles a su esencia católica, pues la universalidad de la Iglesia es una realidad que pide ser acogida y vivida en todos los tiempos, según la voluntad y la gracia del Señor, que ha prometido estar con nosotros siempre, hasta el final de los tiempos, y cuyo Espíritu “nos hace capaces de abrazar a todos para hacer comunión en la diversidad”.
Asimismo, llamó a los fieles a comprometerse con esta labor desde el lugar de residencia de cada uno, ya que “entre los habitantes de las periferias encontramos a muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de trata, a los que el Señor quiere que se manifieste su amor y se anuncie su salvación”.
Señaló que las migraciones contemporáneas nos ofrecen la oportunidad de superar nuestros miedos para dejarnos enriquecer por la diversidad del don de cada uno, por lo que es necesario transformar las fronteras en lugares privilegiados de encuentro, donde pueda florecer el milagro de un “nosotros” cada vez más grande.
Padre santo y amado,
tu Hijo Jesús nos enseñó
que hay una gran alegría en el cielo
cuando alguien que estaba perdido
es encontrado,
cuando alguien que había sido excluido, rechazado o descartado
es acogido de nuevo en nuestro nosotros,
que se vuelve así cada vez más grande.
Te rogamos que concedas a todos los discípulos de Jesús
y a todas las personas de buena voluntad
la gracia de cumplir tu voluntad en el mundo.
Bendice cada gesto de acogida y de asistencia
que sitúa nuevamente a quien está en el exilio
en el nosotros de la comunidad y de la Iglesia,
para que nuestra tierra pueda ser,
tal y como Tú la creaste,
la casa común de todos los hermanos y hermanas. Amén.
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