En un mensaje dirigido representantes del cuerpo diplomático, a las autoridades civiles y líderes indígenas, el Santo Padre se inspiró en la hoja de maple, el emblema oficial de Canadá, para compartir con el primer ministro Justin Trudeau y con todos los presentes, lo que nos enseñan los árboles de arce sobre el modo de vida actual.
Los arces -recordó el Santo Padre en su discurso, en el marco de su Visita Apostólica a Canadá- custodian el recuerdo de muchas generaciones pasadas, mucho antes de que los colonos llegaran a suelo canadiense. Los pueblos nativos extraían de ellos savia con la que elaboraban nutritivos jarabes.
“Esto nos lleva a pensar en su laboriosidad, siempre atentos a salvaguardar la tierra y el medio ambiente, fieles a una visión armoniosa de la creación, un libro abierto que enseña al hombre a amar al Creador y a vivir en simbiosis con los demás seres vivos”.
“Hay mucho que aprender de esto, de la capacidad de escuchar a Dios, a las personas y a la naturaleza. Este aprendizaje es más que necesario en el torbellino frenético del mundo actual”.
Las grandes hojas de arce -continuó el Papa-, absorben el aire contaminado y restituyen oxígeno, nos invitan a maravillarnos con la belleza de la creación y a dejarnos atraer por los sanos valores presentes en las culturas indígenas: son una inspiración para todos nosotros y nos pueden ayudar a sanar los dañinos hábitos de explotar.
“Explotar, además de la creación, también las relaciones y el tiempo, y orientar la actividad humana únicamente en función de la utilidad y del beneficio”.
Por otro lado, agregó, el rico follaje multicolor de los arboles de arce nos recuerda la importancia de la totalidad, la importancia de promover comunidades humanas que no uniformen, sino que sean realmente abiertas e inclusivas.
“Y así como cada hoja es esencial para enriquecer el follaje, también cada familia, célula fundamental de la sociedad, debe ser valorada, porque ‘el futuro de la humanidad se fragua en la familia’”.
“Volvamos a la hoja de arce. En tiempos de guerra, los soldados la utilizaban como venda y emplasto para las heridas. Hoy, ante la locura sin sentido de la guerra, necesitamos de nuevo calmar los extremismos de la contraposición y curar las heridas del odio. Una testigo de algunas trágicas violencias del pasado dijo recientemente que la paz tiene su propio secreto: no odiar nunca a nadie”.
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