El Dicasterio para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para la Cultura y la Educación dieron a conocer el documento Antiqua Et Nova (Con antigua y nueva sabiduría), sobre la relación entre la Inteligencia Artificial (IA) y la inteligencia humana, aprobada por el Papa Francisco en la Audiencia concedida el día 14 de enero de 2025.
En dicho documento, la Santa Sede da a conocer su postura en torno al uso de la Inteligencia Artificial y presenta nueve planteamientos que se deben tomar en cuenta para su aplicación en diversos aspectos.
El documento establece que la IA podría “introducir importantes innovaciones en la agricultura, la educación y la cultura, un mejoramiento del nivel de vida de enteras naciones y pueblos, el crecimiento de la fraternidad humana y de la amistad social”, y por tanto ser “utilizada para promover el desarrollo humano integral”.
De la misma manera, indica que la IA podría contribuir al desarrollo humano y al bien común, ya que podría ayudar a las naciones y organizaciones a identificar a las personas que se encuentran en estado de necesidad y a contrarrestar los casos de discriminación y marginación.
Subraya que la IA debe ponerse “al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral”, por lo que debe utilizarse en favor del bien común de toda la familia humana, es decir del conjunto “de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.
El texto establece que la IA puede obstaculizar o incluso oponerse al desarrollo humano y al bien común, ya que podría usarse para prolongar las situaciones de marginación y discriminación, para crear nuevas formas de pobreza, para agrandar la “brecha digital” y agravar las desigualdades sociales.
Por ello, existe el riesgo que la IA pueda ser manipulada para obtener ganancias personales o empresariales, o para orientar la opinión pública hacia los intereses de un sector. “Tales entidades, motivadas por sus propios intereses, poseen la capacidad de ejercer formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático”.
El Vaticano sostiene que la IA tiene la capacidad de favorecer las conexiones dentro de la familia humana, por lo que si es usada para favorecer contactos genuinos entre las personas, puede contribuir positivamente a la plena realización de la persona.
Asevera que la empatía requiere la capacidad de escuchar, de reconocer la irreductible singularidad del otro, de acoger su alteridad y, también, de comprender el significado de sus silencios, por ello se debe “evitar representar, en modo equivocado, a la IA como una persona”, ya que hacerlo con fines fraudulentos constituye una grave violación ética que podría erosionar la confianza social.
El texto indica que si en lugar de favorecer las relaciones humanas y la vinculación con Dios se sustituyen por las relaciones con los medios tecnológicos, se corre el riesgo de sustituir la auténtica “relacionalidad” por un simulacro sin vida.
De este modo, la IA también podría obstaculizar un verdadero encuentro con la realidad y, en definitiva, llevar a las personas a una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
Subraya que ninguna aplicación de la IA es capaz de sentir de verdad empatía, ya que las emociones no se pueden reducir a expresiones faciales o frases generadas en respuesta a las peticiones del usuario, ya que estas “se entienden en el modo como una persona, en su totalidad, se relaciona con el mundo y con su propia vida, con el cuerpo que juega un papel central”.
Recalca que utilizar la IA para engañar en otros contextos – como la educación o las relaciones humanas, incluida la esfera de la sexualidad – debe considerarse inmoral, por lo que se requiere una cuidadosa vigilancia para prevenir posibles daños, mantener la transparencia y garantizar la dignidad de todos.
En el mundo del trabajo, indica el documento, la IA está provocando transformaciones sustanciales en muchas profesiones con efectos diversos, ya que tiene el potencial de aumentar las competencias y la productividad, ofreciendo la posibilidad de crear puestos de trabajo, permitiendo a los trabajadores concentrarse en tareas más innovadoras y abriendo nuevos horizontes a la creatividad y la inventiva.
Indica que debido a que el trabajo es “parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal”, no se debe buscar que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, ya que la humanidad se dañaría a sí misma, por el contrario se debe hacer el esfuerzo para promoverlo.
Desde este punto de vista, plantea que la IA debe ayudar al juicio humano y no sustituirlo, del mismo modo que nunca debe degradar la creatividad ni reducir a los trabajadores a meros “engranajes de una máquina”.
En el documento se señala que entregar la economía y las finanzas por completo a la tecnología digital significaría reducir esta variedad y riqueza, de modo que muchas soluciones a los problemas económicos, accesibles a través de un diálogo natural entre las partes implicadas, podrían dejar de ser viables en un mundo dominado por procedimientos y proximidades sólo aparentes.
Advierte que mientras la IA promete impulsar la productividad haciéndose cargo de tareas ordinarias, a menudo los trabajadores se ven obligados a adaptarse a la velocidad y las exigencias de las máquinas, en lugar de que éstas últimas estén diseñadas para ayudar a quienes trabajan, con lo que se les somete a una vigilancia automatizada y relegarlos a tareas rígidas y repetitivas.
Se reconoce que la IA tiene un enorme potencial en diversas aplicaciones del ámbito médico, por ejemplo, para ayudar en la actividad diagnóstica de los profesionales sanitarios, facilitando la relación entre pacientes y personal médico, ofreciendo nuevos tratamientos y ampliando el acceso a una atención de calidad incluso para quienes sufren situaciones de aislamiento o de marginalidad.
Indica que de este modo, la tecnología podría mejorar la “cercanía llena de compasión y de ternura” del personal sanitario hacia los enfermos y los que sufren, por lo que insiste que las decisiones relativas al tratamiento de los pacientes y la carga de responsabilidad asociada deben permanecer siempre en manos de las personas y nunca delegarse en la IA.
Apunta que si la IA se utiliza para sustituir por completo la relación entre pacientes y profesionales sanitarios, dejando que los primeros interactúen con una máquina en lugar de con un ser humano, se verificará la reducción de una estructura relacional humana muy importante en un sistema centralizado, impersonal y desigual.
Advierte que en lugar de fomentar la solidaridad con los enfermos y los que sufren, con estas aplicaciones de IA se corre el riesgo de agravar la soledad que suele acompañar a la enfermedad, sobre todo en el contexto de una cultura en la que “no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar”.
La integración de la IA en la atención sanitaria también plantea el riesgo de amplificar otras desigualdades ya existentes en el acceso a la atención, debido a que la atención sanitaria se centra cada vez más en la prevención y en los enfoques basados en el estilo de vida, por lo que puede darse el caso de que las soluciones impulsadas por la IA involuntariamente favorezcan a las poblaciones más acomodadas.
En materia de educación la IA presenta oportunidades si se utiliza con prudencia, dentro de una auténtica relación entre maestro y alumno, ya que orientada a los fines educativos puede convertirse en un valioso recurso al ofrecer un apoyo personalizado y un feedback inmediato por parte los estudiantes.
Estas ventajas podrían mejorar la experiencia de aprendizaje, sobre todo en los casos en que sea necesaria una atención especial individualizada o cuando los recursos educativos sean escasos.
El documento establece que la educación en el uso de formas de IA debe centrarse sobre todo en promover el pensamiento crítico, ya que es necesario que los usuarios de todas las edades, pero sobre todo los jóvenes, desarrollen una capacidad de discernimiento en el uso de datos y de contenidos obtenidos en la web o producidos por sistemas de inteligencia artificial.
Subraya que las escuelas, las universidades y las sociedades científicas están llamadas a ayudar a los estudiantes y a los profesionales a hacer propios los aspectos sociales y éticos del desarrollo y el uso de la tecnología.
El Vaticano señala que el uso extensivo de la IA en la educación podría provocar una creciente dependencia de los estudiantes con respecto a la tecnología, lo que bloquearía su capacidad para realizar determinadas actividades de forma autónoma y agravaría su dependencia de las pantallas.
Añade que los actuales programas de IA pueden proporcionar información distorsionada, lo que lleva a los estudiantes a basarse en contenidos inexactos. “De este modo, no sólo se corre el riesgo de legitimar la difusión de noticias falsas y robustecer la ventaja de una cultura dominante, sino de minar también el proceso educativo en ciernes”.
La IA, continúa el documento, es un apoyo para la dignidad de la persona humana cuando se utiliza como ayuda para comprender hechos complejos o como guía hacia recursos válidos en la búsqueda de la verdad.
Por lo anterior, propone que quienes produzcan y compartan material generado por IA deben tener siempre cuidado de comprobar la veracidad de lo que difunden y, en cualquier caso, deberían “evitar compartir palabras e imágenes degradantes para el ser humano, y excluir por tanto lo que alimenta el odio y la intolerancia, envilece la belleza y la intimidad de la sexualidad humana, o lo que explota a los débiles e indefensos”.
De la misma manera manifiesta que existe “el grave riesgo de que la IA genere contenidos manipulados e informaciones falsas” que, al ser muy difícil de distinguir de los datos reales, pueden inducir fácilmente al engaño.
Indica que las consecuencias de tales aberraciones e informaciones falsas pueden ser muy graves, por lo que insta a que todos los que producen y utilizan la IA deben comprometerse con la veracidad y exactitud de las informaciones elaboradas por tales sistemas y difundidas al público.
Asimismo, comenta que existe un problema aún más preocupante: el uso intencionado de la IA para la manipulación. “Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando un operador humano o una organización genera intencionadamente y difunde informaciones, como deepfakes de imágenes, de vídeos y de audio, para engañar o perjudicar”.
Con respecto al tema de la privacidad y el control de la información utilizada por la IA, se señala que existe el riesgo de un exceso de vigilancia debe ser supervisado por organismos de control adecuados, con el fin de garantizar la transparencia y la responsabilidad pública.
Así, plantea que los responsables de dicha vigilancia nunca deberían exceder su autoridad, que siempre debe estar a favor de la dignidad y la libertad de cada persona como base esencial de una sociedad justa y a medida del hombre.
Los avances en la elaboración y el análisis de datos que posibilita la IA permiten detectar patrones en el comportamiento y el pensamiento de una persona incluso a partir de una cantidad mínima de información, lo que hace aún más necesaria la privacidad de los datos como salvaguardia de la dignidad y la naturaleza relacional de la persona humana.
Apunta que aunque puedan existir formas legítimas y correctas de utilizar la IA en conformidad con la dignidad humana y el bien común, no es justificable su uso con fines de control para la explotación, para restringir la libertad de las personas o para beneficiar a unos pocos a expensas de muchos.
La IA tiene numerosas y prometedoras aplicaciones para mejorar nuestra relación con la casa común que nos acoge, como la creación de modelos para la previsión de eventos climáticos extremos, proponer soluciones de ingeniería para reducir su impacto, la gestión de operaciones de socorro y la predicción de los movimientos de población.
Además, la IA puede apoyar la agricultura sostenible, optimizar el consumo de energía y proporcionar sistemas de alerta temprana para emergencias de salud pública. Todos estos avances podrían aumentar la capacidad de recuperación ante los desafíos relacionados con el clima y promover un desarrollo más sostenible.
Señala que en la medida en que estos sistemas crecen en complejidad a partir del uso de la IP, especialmente los grandes modelos lingüísticos (Large Language Models, LLM), estos requieren conjuntos de datos cada vez mayores, mayor potencia computacional e imponentes infraestructuras de almacenamiento (storage) de datos.
Teniendo en cuenta el elevado coste que estas tecnologías suponen para el medio ambiente, el desarrollo de soluciones sostenibles es vital para reducir su impacto en la casa común.
Las capacidades analíticas de la IA podrían utilizarse para ayudar a las naciones a buscar la paz y garantizar la seguridad, así como para evitar que la humanidad se precipite en una espiral de autodestrucción, por lo que es necesario asumir una posición clara contra todas las aplicaciones de la tecnología que amenazan intrínsecamente la vida y la dignidad de la persona humana.
“Este compromiso requiere un discernimiento atento sobre el uso de la IA, en particular sobre las aplicaciones de defensa militar, para garantizar que siempre respeten la dignidad humana y estén al servicio del bien común.
“El desarrollo y el empleo de la IA en el armamento debería estar sujeto a los más altos niveles de control ético, velando que se respeten la dignidad humana y la sacralidad de la vida”, plantea.
El Vaticano indica que el uso bélico de la IA puede ser muy problemático, ya que los sistemas de armas autónomas letales, capaces de identificar y atacar objetivos sin intervención humana directa, son “gran motivo de preocupación ética”, porque carecen de “la exclusiva capacidad humana de juicio moral y de decisión ética”.
Por estos motivos, indica que el Papa Francisco ha invitado con urgencia a repensar el desarrollo de tales armas para prohibir su uso, “empezando desde ya por un compromiso efectivo y concreto para introducir un control humano cada vez mayor y significativo. Ninguna máquina debería elegir jamás poner fin a la vida de un ser humano”.
Advierte que la IA, como cualquier otro instrumento, es una extensión del poder de la humanidad, y “aunque no podemos predecir todo lo que será capaz de lograr, por desgracia es bien sabido lo que los seres humanos son capaces de hacer. Las atrocidades ya cometidas a lo largo de la historia humana bastan para suscitar una profunda preocupación por los posibles abusos de la IA”.
En el documento se establece que “Es en el corazón – recuerda el Papa Francisco – que cada persona descubre la paradójica conexión entre la valoración del propio ser y la apertura a los otros, entre el encuentro tan personal consigo mismo y la donación de sí a los demás”.
Por eso, “únicamente el corazón es capaz de poner a las demás potencias y pasiones y a toda nuestra persona en actitud de reverencia y de obediencia amorosa al Señor, que nos ofrece tratarnos como un tú siempre y para siempre”.
Finalmente, el documento indica que se debe recordar que la IA no es más que “un pálido reflejo de la humanidad”, ya que ha sido producida por mentes humanas, entrenada a partir de material producido por seres humanos, predispuesta a estímulos humanos y sostenidos por el trabajo humano.
Por ello, concluye, “no puede tener muchas de las capacidades que son específicas de la vida humana, y también es falible. De ahí que al buscar en ella un ‘Otro’ más grande con quien compartir la propia existencia y responsabilidad, la humanidad corre el riesgo de crear un sustituto de Dios”.
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