“Lleven esta alegría al mundo”, pidió el Papa León XIV tras una semana de fe, amistad y misión. Foto: Vatican News
Con una celebración eucarística presidida por el Papa León XIV en la explanada de Tor Vergata, en Roma, concluyó el Jubileo de los Jóvenes 2025, donde más de un millón de jóvenes, procedentes de 146 países, participaron en esta Misa de clausura, signo visible de la fe, la unidad y la esperanza que animaron toda la semana jubilar.
Al finalizar la celebración, el Santo Padre se retiró brevemente, pero minutos después regresó al escenario para dirigirse una vez más a los asistentes. Con un gesto espontáneo y cercano, les ofreció un último saludo cargado de gratitud, alegría y un emotivo llamado a llevar el mensaje del Jubileo a los jóvenes del mundo que no pudieron estar presentes.
En italiano, el Pontífice expresó “¡Chicos, chicas, un último saludo! Gracias de nuevo a todos ustedes, gracias por la música, gracias a todos los que han colaborado para preparar tantas cosas esta semana para este jubileo de los jóvenes. Estamos próximos a nuestro encuentro en Corea del Sur. Un aplauso para los tantos coreanos presentes”.
De forma improvisada, el Papa hizo luego una petición particularmente conmovedora, “Quiero que ustedes porten un mensaje a los jóvenes que no han podido venir a estar aquí con nosotros, en tantos países”.
Y añadió, “Lleven esta alegría y este entusiasmo a todo el mundo: ustedes son sal de la tierra, luz del mundo. Lleven este mensaje a todos sus amigos, a todos los jóvenes que necesitan un mensaje de esperanza. Gracias de nuevo a todos. ¡Buen viaje!”.
Con estas palabras concluyó una semana intensa de actividades, en la que el Papa habló a los jóvenes sobre la amistad más importante, es decir, la amistad con Jesús, y sobre cómo Él puede sostenerlos en medio de las dificultades y las tentaciones del mundo.
Durante la homilía de la Misa, el Santo Padre meditó sobre el pasaje de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), recordando que “el encuentro con el Cristo resucitado cambia nuestra existencia, ilumina nuestros afectos, deseos y pensamientos”.
“Ábranle las puertas del corazón”
Refiriéndose a la fragilidad humana y a la finitud de las cosas terrenas, el Papa explicó que no nacimos para una vida donde todo es firme y seguro, sino “para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor”.
“Por eso”, dijo, “aspiramos continuamente a un ‘más’ que ninguna realidad creada nos puede dar; sentimos una sed tan grande y abrasadora, que ninguna bebida de este mundo puede saciar”.
Invitó a los jóvenes a no engañar su corazón buscando satisfacer esa sed con falsos sustitutos, pues “No engañemos nuestro corazón ante esta sed, buscando satisfacerla con sucedáneos ineficaces. Más bien, escuchémosla. Hagámonos de ella un taburete para subir y asomarnos, como niños, de puntillas, a la ventana del encuentro con Dios”.
Y agregó que “Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama amablemente a la puerta de nuestra alma. Y es hermoso, también con veinte años, abrirle de par en par el corazón, permitirle entrar, para después aventurarnos con Él hacia espacios eternos del infinito”.
“Sólo tiene sentido lo que nos une a Dios”
Más adelante, el Papa subrayó que la plenitud de la vida no está en lo que se posee: “La plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, como hemos escuchado en el Evangelio (cf. Lc 12,13-21)”.
“Está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría”, afirmó. Por ello, señaló que “comprar, acumular, consumir no es suficiente”.
Lo que realmente necesitamos, dijo, es “alzar los ojos, mirar a lo alto, a las cosas celestiales, para darnos cuenta de que todo tiene sentido sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia, de perdón y de paz como los de Cristo”.
En este horizonte, añadió, comprendemos que “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”.
“Jóvenes, aspiren a la santidad”
Finalmente, el Papa León XIV exhortó a los jóvenes a permanecer unidos a Jesús, afirmando que “nuestra esperanza es Cristo”. Los animó a cultivar esa amistad con Él a través de la oración, la adoración, la comunión eucarística, la confesión frecuente y la caridad generosa. Puso como ejemplos a dos jóvenes beatos: Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, quienes, anunció, pronto serán canonizados.
“Aspiren a cosas grandes. Aspiren a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos. Entonces verán crecer cada día la luz del Evangelio en ustedes mismos y a su alrededor”, expresó.
El Papa concluyó encomendando a todos a la Virgen María: “Los encomiendo a María, la Virgen de la esperanza… Sigan caminando con alegría tras las huellas del Salvador, y contagien a los que encuentren con el entusiasmo y el testimonio de su fe”.
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