El Papa León XIV en el Jubileo de los Catequistas. Foto: Especial
El mejor catequista es aquel que enseña con el testimonio, cuya propia vida se convierte en anuncio del Evangelio, explicó el Papa León XIV quien, con motivo del Jubileo de los Catequistas, reflexionó sobre la misión de quienes llevan a cabo la noble labor de transmitir la fe.
Estas son cuatro características que tiene un buen catequista, de acuerdo con el Papa.
El Papa recordó que en el centro de toda catequesis está la noticia más importante de la historia: Cristo ha resucitado, nos ama y permanece vivo junto a nosotros. Esa es la “buena noticia” que da sentido a todo lo que se enseña. Un catequista, dijo, no puede olvidar nunca que su misión comienza con esa certeza: anunciar a los demás que no están solos, que el Señor camina con ellos y los espera cada día. Esa es la fuente de la esperanza cristiana.
Ser catequista no significa acumular definiciones ni transmitir fórmulas de memoria, sino encarnar la fe en gestos concretos. El Papa explicó que la palabra catequista significa “hacer resonar”, es decir, que la fe se transmite de viva voz y con la vida misma. Por eso subrayó que los primeros catequistas son los padres, que alrededor de la mesa familiar enseñan con palabras sencillas y con su ejemplo. El verdadero catequista deja huellas en el corazón de las personas, no porque adoctrine, sino porque su vida irradia el Evangelio.
El Pontífice destacó que la catequesis no es un servicio aislado, sino un camino compartido. Los catequistas acompañan a los fieles en todas las etapas de la vida: desde los niños y adolescentes hasta los adultos y ancianos. En ese recorrido, ayudan a mantener viva la fe en medio de las pruebas y preguntas que surgen en cada edad. “La Iglesia entera crece gracias a la fe transmitida de generación en generación”, afirmó, recordando que el Catecismo es una brújula común que preserva la unidad y protege de divisiones.
El Santo Padre invitó a los catequistas a aprender de la parábola del rico y Lázaro. El rico no fue condenado por tener bienes, sino por haber cerrado los ojos al sufrimiento del pobre que tenía a su puerta. Así, advirtió que el catequista no puede ser indiferente: está llamado a abrir el corazón y hacerse cercano a los que sufren. La enseñanza cristiana, dijo, solo se comprende cuando va acompañada de amor y misericordia. “Cuando estamos tentados por la indiferencia o el egoísmo, los muchos Lázaros de nuestro tiempo nos recuerdan que la fe auténtica se traduce en compromiso por la justicia, el perdón y la paz”, afirmó.
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