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3 lecciones del pasaje de la mujer adúltera explicados por el Papa

El Papa Francisco celebró la Santa Misa ante 20 mil personas, en la Plaza de los Graneros en Floriana, Malta, país europeo que visita este 2 y 3 de abril de 2022. Estuvieron representantes de las Iglesias cristianas y de otras confesiones religiosas. En su homilía comentó el pasaje de la mujer adúltera, del Evangelio del día (Jn. 8,1-11), y explicó algunas de las lecciones que nos deja.

Jesús «al amanecer se presentó en el Templo y toda la gente se acercó a él» (Jn 8,2). Así empieza el episodio de la mujer adúltera.

El protagonista en este pasaje, explicó el Santo Padre, es el pueblo de Dios que busca a Jesús, el Maestro, en el patio del templo. Desean escucharlo, porque lo que Él dice ilumina y reconforta. Pero en ese lugar hay algunos ausentes: la mujer y sus acusadores. No se acercaron al Maestro como los demás por razones diferentes: los escribas y los fariseos creen que ya lo saben todo; la mujer, en cambio, es una persona extraviada, que terminó por mal camino, buscando la felicidad por senderos equivocados.

Acto seguido, el Papa Francisco analizó a estas dos últimas personas y dio algunas lecciones.

Hay ‘acusadores’ de la fe y han existido en todas las épocas

En primer lugar, fijémonos en los acusadores de la mujer, dijo el Papa, “en ellos vemos la imagen de los que se jactan de ser justos, observantes de la ley de Dios, personas buenas y honestas. No tienen en cuenta sus propios defectos, pero están muy atentos a descubrir los de los demás”.

Por ello, ante Jesús no se muestran abiertos a escucharlo, sino a “ponerlo a prueba y poder acusarlo” (v. 6).

Son personas “cultas y religiosas, que conocen las Escrituras, asisten al templo, pero todo lo subordinan a sus propios intereses, y no combaten contra los pensamientos maliciosos que se agitan en sus corazones”, explicó el Santo Padre, y en el caso del pasaje son quienes acusan a la mujer y presionan para que sea lapidada.

“Hermanos y hermanas, estos personajes nos dicen que también en nuestra religiosidad pueden insinuarse la carcoma de la hipocresía y la mala costumbre de señalar con el dedo. En todo tiempo, en toda comunidad. Siempre se corre el peligro de malinterpretar a Jesús, de tener su nombre en los labios, pero desmentirlo con los hechos. Y esto también puede producirse elevando estandartes con la cruz”, dijo el Papa

Acto seguido preguntó: ¿Cómo verificar, entonces, si somos discípulos en la escuela del Maestro? “Por nuestra mirada, por el modo en que miramos al prójimo y nos miramos a nosotros mismos”.

“Si lo hacemos como Jesús nos muestra hoy, es decir, con una mirada de misericordia; o de una manera que juzga, a veces incluso que desprecia, como los acusadores del Evangelio, que se erigen como paladines de Dios, pero no se dan cuenta de que pisotean a los hermanos. En realidad, el que cree que defiende la fe señalando con el dedo a los demás tendrá incluso una visión religiosa, pero no abraza el espíritu del Evangelio, porque olvida la misericordia, que es el corazón de Dios”.

Antes de mirar el otro, mirémonos a nosotros y preguntemos, ¿qué quieres de mí, Dios?

Para entender si somos verdaderos discípulos del Maestro, también es necesario examinar cómo nos miramos a nosotros mismos, explicó el Santo Padre en su homilía.

Tal vez podemos no señalar con el dedo al prójimo, pero, como los acusadores de la mujer, podemos estar convencidos de que no tenemos nada que aprender.

Jesús y la mujer adúltera.

“Para Jesús, en efecto, lo que cuenta es la apertura y disponibilidad del que no siente que haya alcanzado la meta, sino más bien que está necesitado de salvación. Entonces nos hace bien, cuando estamos rezando y también cuando participamos en hermosas ceremonias religiosas, preguntarnos si hemos sintonizado con el Señor”.

Para hacerlo podemos preguntarle directamente a Él:

Jesús, estoy aquí contigo, pero Tú, ¿qué quieres de mí?

¿Qué quieres que cambie en mi corazón, en mi vida?

¿Cómo quieres que vea a los demás?

“Nos hará bien rezar así, porque el Maestro no se conforma con la apariencia, sino que busca la verdad del corazón. Y cuando le abrimos el corazón en la verdad, puede hacer grandes cosas en nosotros”.

Cualquier observación al prójimo debe estar movida por la caridad

En el Evangelio, a la mujer adúltera la vemos cubierta de insultos, lista para recibir palabras implacables y castigos severos, pero con asombro se ve absuelta por Dios, que le abre ante sí, de par en par, un futuro inesperado: «¿Nadie te ha condenado? —le dijo Jesús— Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar» (vv. 10.11).

“¡Qué diferencia entre el Maestro y los acusadores! Estos habían citado la Escritura para condenar; Jesús, la Palabra de Dios en persona, rehabilita completamente a la mujer, devolviéndole la esperanza. De esta situación aprendemos que cualquier observación, si no está movida por la caridad y no contiene caridad, hunde ulteriormente a quien la recibe. Dios, en cambio, siempre deja abierta una posibilidad y sabe encontrar caminos de liberación y de salvación en cada circunstancia”.

“La vida de esa mujer cambió gracias al perdón. Se encontraron la Misericordia y la miseria. Misericordia y miseria estaban allí. Y la mujer cambió. Incluso se podría pensar que, perdonada por Jesús, aprendió a su vez a perdonar”.

El Señor desea que también nosotros sus discípulos, nosotros como Iglesia, perdonados por Él, nos convirtamos en testigos incansables de que Él perdona siempre, explicó el Papa.

“Por ello, si lo imitamos, no nos enfocaremos en denunciar los pecados, sino en salir en busca de los pecadores con amor. No nos fijaremos en quienes están, sino que iremos a buscar a los que faltan. No volveremos a señalar con el dedo, sino que empezaremos a ponernos a la escucha. No descartaremos a los despreciados, sino que miraremos como primeros aquellos que son considerados últimos”.

El Papa Francisco realizó este domingo 3 de abril su último día de visita apostólica a Malta, el cual concluyó con una reunión con migrantes.

 

DLF Redacción

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