Estos son los tres consejos que el Papa Francisco le da a todos las niñas, niños y adolescentes que prestan su servicio en el altar como monaguillos. Conócelos y compártelos con todos aquellos pequeños y jóvenes que prestan su servicio a Dios Nuestro Señor.
“Debes comportarte como es debido en el servicio de las cosas sagradas. Tu actitud interior y exterior debe estar en consonancia con lo que haces, sobre todo cuando estás cerca del altar, cuando te persignas, cuando te arrodillas, cuando te sientas o cuando participas en la oración y en los cánticos comunitarios.
“Animado por el respeto y el recogimiento interior, tu servicio como acólito se convertirá en una profesión de fe para la comunidad. Para ello, pon todo el entusiasmo de tu edad en el encuentro con Jesús oculto bajo el velo eucarístico. Ofrece a Jesús tus manos, tus pensamientos y tu tiempo, y Él no dejará de recompensarte”.
El Papa Francisco pidió a los acólitos seguir el ejemplo de los santos que encontraron en la Eucaristía, como el santo Cura de Ars, el beato Carlo Acutis y Alejandrina de Balazar, quien vivió 14 años alimentándose sólo de la Comunión. Recordó que el propio beato Carlo Acutis observó que “todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”.
“Debes descubrir quién eres y desarrollar tu manera personal de ser santo, independientemente de lo que digan y piensen los demás. Convertirse en santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, el que Dios quiso soñar y crear, no una fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético que sirva de inspiración a los demás, que deje una marca en este mundo, esa marca única que sólo tú puedes dejar”.
“Por favor, querido monaguillo, no te dejes caer en la mediocridad, que nos rebaja y nos vuelve grises. Pero la vida no es gris, la vida debe apostar por grandes ideales. No sigas a las personas negativas, ¡sigue irradiando a tu alrededor la luz y la esperanza que vienen de Dios! Como saben, esta esperanza no defrauda; ¡nunca defrauda! Con Dios nada se pierde, pero sin él todo se pierde”.
“No tengas miedo, pues, de arrojarte en los brazos del Padre del Cielo, y confía en Él, que se encargará de que te conviertas en el santo original que Él quiere que seas”.
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