La virtud de la esperanza, junto con las de la fe y la caridad, son las tres virtudes teologales que se refieren a Dios como su origen y fin, es decir que dichas virtudes son dones de Dios y al aplicarlas en nuestra vida diaria podemos relacionarnos más profundamente con Él.
“En este sentido, la virtud de la esperanza en específico se refiere a todo lo que podemos aspirar en el futuro porque Dios nos lo ha prometido: nuestra salvación, nuestra liberación, nuestra plenitud y felicidad en Él, somos herederos de la vida eterna”, indicó la hermana Celina Guadalupe Cázares.
Esta virtud, continuó la religiosa, corresponde a los anhelos infinitos de felicidad que, como seres humanos, todos tenemos, además de que nos sostiene en nuestras búsquedas de Dios y nos protege de todo desaliento, desánimo o desfallecimiento
“Es un impulso interior que dilata nuestro corazón, nos preserva del egoísmo y nos conduce por la fe y el amor a la meta esperada”, subrayó la hermana de la Congregación de Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús.
La hermana Celina Guadalupe indicó que todas las virtudes humanas cuando no se viven con equilibrio se convierten en vicios o en defectos, “pero con las virtudes teologales no sucede así porque siempre podremos creer más en Dios, amarlo más y esperar más en Él y eso nos ayuda a fortalecer nuestra espiritualidad”.
En este sentido, añadió que es sorprendente la vida de los santos, sobre todo al conocer todo lo que soportaron y una clave de ello “fue esa virtud de la esperanza en Dios que fue creciendo hasta hacer de ellos personas invencibles, con una visión hacia la plenitud que Dios había prometido”.
“No es lo mismo esperar que tener esperanza en Dios, porque el que espera sin esperanza solo está pasivamente esperando algo. En cambio la virtud de la esperanza es activa, nos impulsa a caminar, a construir el reino de Dios, a estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos la pida la razón de nuestra esperanza”, indicó la religiosa.
La espiritualidad cristiana tiene una raíz, el amor de Dios; tiene una luz, la fe; y tiene un ancla o brújula, la esperanza. Así, una parte del sufrimiento de los hombres y mujeres de nuestro tiempo se debe a la falta de esperanza. Vivir sumergidos en la incertidumbre, en el miedo en el vacío, en la depresión y en la frustración existencial son los síntomas de la vida sin esperanza.
“Porque quienes sí tienen la virtud de la esperanza en su interior viven alegres, no pierden la paz, irradian armonía a su alrededor y no es por optimismo humano o por negación de la realidad social que vivimos, sino por la conciencia profunda de conocer esa esperanza que no falla ni defrauda”, subrayo la hermana Cázares.
“Una forma sencilla es rezar conscientemente y muchas veces el Padre Nuestro. La podemos alimentar principalmente con la oración, tenemos que pedirla para nosotros y para toda la humanidad, solo con la alegría de la esperanza podemos ser constantes en la tribulación. Esa esperanza viene de Dios Padre, Jesucristo la inició y el Espíritu Santo la sostiene”, indicó.
Así, puntualizó, la virtud de la esperanza nos hace desear y nuestra esperanza tiene conciencia en toda consecuencia, en toda la humanidad y aún en la creación entera que espera ser liberada de la servidumbre de la corrupción, como dice la carta a los Romanos, capítulo 8, versículos 20 y 21, para llegar a participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
“Esto nos lleva a una hermosa conclusión: la esperanza, junto con la fe y la caridad, no solo fortalece nuestra espiritualidad, sino que nos trascienden, nos hacen recuperar nuestra verdadera dignidad de hijos de Dios y se genera la restauración de la humanidad y de la creación que en Cristo ya nos ha sido dada. Vivamos alegres y en paz con esa esperanza puesta en Dios”, concluyó la hermana Cázares.
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