La Santa Sede dio a conocer el nombramiento hecho por el Papa Francisco para el doctor Rodrigo Guerra López como miembro ordinario de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales.
Desde la fe entrevistó a Rodrigo Guerra, quien es profesor-investigador de la División de Filosofía y miembro de la Junta de Gobierno del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV), con motivo del nombramiento pontificio recientemente recibido.
-¿Qué significa para usted el nombramiento como miembro ordinario de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales?
RG: El nombramiento del Santo Padre es un honor inmerecido. Conozco a varios de los 25 miembros de la Academia que son mis amigos queridos y de quienes he aprendido mucho a través de los años: Rocco Buttiglione, Pedro Morandé, Paolo Carozza y otros. Mi trabajo académico en filosofía social y ciencias sociales requiere aún de maduración. Joseph Stiglitz, premio nobel, es miembro de la Academia. Definitivamente, tu servidor necesita crecer para poder alcanzar a estos que son nuestros mayores. Quiera Dios ayudarme a colaborar en esta Academia con ciencia rigurosa y “parresía” evangélica.
-¿Cuál es el valor que a usted le gustaría aportar a esta institución?
RG: Creo que la formación que recibí a través de los años fue muy providencial. Yo no concebí un plan para ella, pero tal vez desde ella es cómo intentaré servir: en la Licenciatura tuve extraordinarios maestros que me introdujeron al estudio de Santo Tomás de Aquino y me iniciaron en el gusto por la fenomenología y el análisis político: Pablo Castellanos, Jorge Navarro y Manuel Díaz. Posteriormente, en el Postgrado en la Ibero pude estudiar a Lonergan, a Coreth, a Lotz y una perspectiva crítica de las ciencias sociales a través de Jesús “el Colorado” Vergara SJ. Posteriormente en el doctorado descubrí con fuerza el realismo fenomenológico y el personalismo polaco. Curiosamente, ahí mi querido Rocco Buttiglione me animó a leer sin prejuicio a Gustavo Gutiérrez y a Balthasar, a Hayek y von Mises, y a la Escuela de los “Anales” en materia de Historia. En el viaje descubrí a Juan Carlos Scannone SJ y a Methol-Ferré, autores que me marcaron profundamente. Así las cosas, creo que lo que me gustaría aportar es una mirada metafísica, personalista y latinoamericana a problemas globales, como el neopopulismo contemporáneo, la importancia de los movimientos sociales para la construcción de una democracia más sustantiva, la interpretación del “cambio de época”, el papel profético y emancipador de los más pobres, etc.
-¿De qué forma la doctrina de la Iglesia puede enriquecerse con la investigación social?
RG: La Doctrina de la Iglesia es la conciencia reflexiva del Pueblo de Dios que vive la fe y que se encuentra en movimiento. Desde el cristianismo primitivo, la dimensión social de la fe ha provocado a la razón. En el siglo XIX esta provocación hizo nacer formalmente a la llamada “Doctrina social de la Iglesia” que es como el “lugar” en el que la vida social y los distintos saberes sociales se entrecruzan con la riqueza del evangelio. Este “entrecruzamiento” no es una mera yuxtaposición de relatos sino que lo esencial del cristianismo es precisamente afirmar que el Misterio de Dios abraza todo lo humano, incluso los distintos aportes de la investigación social. Toda la verdad que el ser humano descubre en las ciencias, por eso es acogida por la fe cristiana como parte del don que Dios regala. Es natural a la fe recibir los aportes de las ciencias, discernirlos y ayudarlos a que se coloquen al servicio de la persona humana y su dignidad.
-A su consideración, ¿cuáles son los principales retos sociales que enfrenta la humanidad hoy, ¿se han sumado o agudizado algunos con la pandemia?
RG: La pandemia ha visibilizado problemas y rezagos que vienen de muy atrás en todos los países del mundo. Además del aspecto estrictamente sanitario, hoy es preciso comprender que requerimos de una mayor cultura de la solidaridad y de la corresponsabilidad comunitaria en orden a preservar el bien común. El caso de las vacunas es elocuente a este respecto. El Papa Franciso lo ha explicado de manera simple y profunda a la vez: vacunarse es un gesto de afirmación de la cultura de la vida tanto para consigo mismo como para con los demás. Ser verdaderamente “pro-vida” exige, pues, cuidar a los demás con atención, responsabilidad y eficacia. Si no lo hacemos, todos, en especial los más pobres sufrirán por nuestra indolencia.
-¿Cuál es el papel que tiene la Iglesia de cara a los problemas sociales que han prevalecido en la pandemia?
RG: La Iglesia no es el Estado. Su misión es educar conciencias a través del evangelio, transformar corazones con ayuda de la gracia y abrir caminos de liberación integral inspirados en la Doctrina social de la Iglesia, en especial, para los más vulnerables, heridos y excluídos. Hoy la Iglesia tiene la gran oportunidad de mostrar que el anuncio cristiano no es un sueño evanescente sino que incluye preocuparnos por el desarrollo humano, la fraternidad social y la promoción de los derechos humanos. En otras palabras, el escenario de la pandemia es idoneo para que de manera creativa reaprendamos a decir que la Doctrina social de la Iglesia es una dimensión constitutiva del evangelio y para que los fieles laicos asumamos nuestra corresponsabilidad en el destino de la Iglesia como realidad sinodal. Caminando juntos, sin clericalismos, es como abriremos nuevas rutas para un mundo y una Iglesia post-pandemia menos fracturados y más fraternos.
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