Iglesia en México

¿Qué significa consagrar América Latina a la Virgen de Guadalupe?

La Consagración a Santa María de Guadalupe de parte del Episcopado de América Latina y del Caribe es un testimonio de una profunda fe, de plena esperanza, y un acto de Amor verdadero.

Santa María de Guadalupe es una mujer que porta la vida de quien es la Vida, y al consagrarse ante Ella, se está consagrando a quien es el centro de su ser, a Jesús, quien está en su Inmaculado vientre; así Ella es el Arca viviente de la Alianza, Ella es el Tabernáculo bendito e Inmaculado donde está Jesús. Ella es la Virgen Madre del Señor, es la mujer de Adviento, de esperanza, Ella es la señal maravillosa de la Encarnación de Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros; Ella es la primera “Casita Sagrada” del Amor misericordioso de Dios.

Virgen de Guadalupe. Foto: DLF

Santa María de Guadalupe ha estado en los momentos más importantes del pueblo, especialmente en los momentos llenos de dolor y de angustia, como el que le sucedió a Juan Diego cuando su tío anciano, Juan Bernardino, que significaba lo más importante de su familia y de su comunidad, pues el anciano representaba la sabiduría, la autoridad, la raíz del pueblo, se estaba muriendo; ahí fue cuando la Virgen de Guadalupe detuvo al humilde indígena y le dice las palabras más hermosas y verdaderas, palabras que venían de lo más profundo de su corazón, “no tengas miedo. ¿Acaso, no estoy yo aquí, que tengo el honor y la dicha de ser tu madre? ¿Acaso, no estás bajo mi protección y resguardo? ¿Acaso, no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Acaso, no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?” (Nican Mopohua, v. 119) Y la Virgen de Guadalupe le confirmó que su tío anciano ya estaba bien, ya había sanado. Juan Diego creyó en la palabra de la Virgen de Guadalupe.

Ella realizaba el motivo por lo que pedía esa “Casita Sagrada”, le había dicho a Juan Diego: “«Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me levanten mi casita sagrada, en donde lo mostraré a Él; lo ensalzaré a Él, al ponerlo de manifiesto; lo ofreceré a Él, a las gentes; a Él, que es mi Amor- Persona; a Él, que es mi mirada compasiva; a Él, que es mi auxilio; a Él, que es mi salvación. Porque, en verdad, yo me honro en ser tu madre compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís juntos en esta tierra, y también de todas las demás variadas estirpes de hombres; los que me amen, los que me llamen, los que me busquen, los que confíen en mí. Porque ahí, en verdad, escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores».” (Nican Mopohua, vv. 26-32).

Exactamente, por esta Consagración todos los obispos de América Latina y del Caribe, hermanos de todas las naciones, de todas las estirpes, manifiestan su fe profunda en las palabras de la Virgen de Guadalupe, con una esperanza grande la llaman, la buscan, confían en Ella; y en ese amor grande y misericordioso, por medio de su Madre y nuestra Madre, Jesús escucha nuestro llanto, nuestra tristeza y, Él, quien ha vencido al pecado y a la muerte, sana y salva, Él es quien remedia y cura nuestras penas, nuestras miserias y nuestros dolores.

Devoto de la Virgen de Guadalupe.

Así es, al Consagrarse ante la Virgen de Guadalupe, es pedirle a Dios, por medio de nuestra máxima intercesora, en estos momentos de terrible enfermedad y muerte, por cada uno de los que ya han partido a la casa de Dios, nuestro Padre, pedirle por cada uno de los pobladores de estas tierras, por sus familias, por sus ancianos, por sus hijos, tanto por los enfermos, como por todos aquellos que cuidan de su salud; pedirle para salir fortalecidos en el servicio y la solidaridad, especialmente en la situación económica, laboral y social, para que los gobiernos sean iluminados. Para pedirle a Ella que nos vea con su mirada de misericordia, que se apiade de nosotros, de todos nosotros.

Nuestros pastores le ruegan a Ella, la Virgen de Guadalupe, la fuente de nuestra salud y de nuestra alegría, que nos siga llevando en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos. Nuestros pastores le imploran a Ella, quien desde el primer momento dijo “sí”: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), que nos proteja de este mal mortal. Nuestros pastores le suplican a Ella, quien estuvo siempre al pie de la cruz del dolor y de la muerte de su único Hijo, el verdaderísimo Dios por quien se vive, y desde esa cruz nos la dio como Madre, que siga siendo nuestra protección y resguardo. Por medio de nuestros pastores, nos consagramos todos en su benditas y maternales manos, como una verdadera oblación, con un corazón contrito y arrepentido de nuestros pecados clavándolos en esa misma cruz de su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, para Resucitar con él, precisamente en este día.

Así, encabezados por nuestros obispos, nuestros pastores, no consagramos a Ella, como fuente de nuestra salud y disponer nuestros corazones para que sean también imagen del verdadero Dios, que Él habite en cada uno de nuestros corazones con una fe grande, con una esperanza portentosa y con un amor que no conoce ni límites ni espacios, ni tiempos ni lugares. Consagrar nuestras vidas y nuestras familias; consagrar nuestros pueblos y nuestras razas; consagrarnos como la única familia de Dios, la civilización de su amor y de su misericordia.

Este 12 de abril de 2020, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en el llano del Tepeyac, estará marcado en una historia que se hace eterna, gracias a Ella, Santa María de Guadalupe, quien siempre ha estado plenamente consagrada a Dios.

P. Eduardo Chávez

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