Ni en los tiempos familiares más difíciles y precarios, en que sus padres se esforzaban por sacar adelante a ocho hijos, él dejó de sentir la presencia de Dios en su vida, porque si bien había pobreza, también había mucha alegría y en el hogar se sentía la esperanza que da recibir la fe como regalo.
Con la seguridad de que su camino era el de la vida religiosa, Adolfo Miguel Castaño, oriundo de San Mateo Mozoquilpan,, Otzolotepec, en el Estado de México, ingresó al Seminario Conciliar de Toluca.
Fue ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1987. Tras ser Obispo Auxiliar de la III Zona Pastoral, este 7 de noviembre tomó posesión como el primer Obispo de la Diócesis de Azcapotzalco.
En entrevista aseguró que inicia este camino con esperanza, toda vez que lo que se cumple ahora no es un proyecto de él, ni de los integrantes de la Arquidiócesis de México; “sino un proyecto de Dios, y por lo tanto, un proyecto de salvación que nosotros queremos asumir en la medida de nuestras fuerzas, con nuestras limitaciones, nuestras debilidades y talentos, pero bajo la guía del Espíritu Santo”, expresó.
Lo más importante para él es trabajar con una mirada de pastor para responder a la necesidad de las personas en las tres realidades de la Diócesis: la de los pueblos originarios, con sus tradiciones y costumbres; la de la zona industrial, que implica un tipo de pastoral muy específica por la naturaleza de esta comunidad, y la zona de Cuautepec, donde la sobrepoblación, la pobreza y la violencia son problemáticas que es necesario atender.
“No quiero dejar de agradecer el trabajo pastoral de los obispos anteriores –señaló–; yo aquí descubro una zona pastoral en la que, si bien han existido altibajos, se ha trabajado con mucho empeño en distintos rubros”.
“Nosotros vamos a cosechar donde no hemos plantado, pues hay detrás trabajo de obispos, sacerdotes y gente comprometida”.
Finalmente, monseñor Adolfo Miguel agradeció a Dios por haberse encontrado con un presbiterio sumamente dispuesto a asumir los nuevos retos, que ve nuevas oportunidades en el nacimiento de esta nueva diócesis.
“Un nuevo amanecer, un kairós (tiempo de Dios), un momento salvífico de nuestra historia que nos tiene que impulsar a renovarnos”.
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