“Envío un saludo cariñoso a todo el clero de la Arquidiócesis de México, pidiendo al Señor que nos conceda hoy, como regalo de ordenación, el don de la unidad; que entre ustedes y nosotros haya realmente mucha unidad, que seamos uno, como pide Jesús, para que el mundo crea”.
Este fue el deseo de monseñor Francisco Daniel Rivera Sánchez que expresó a los pies de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac, el 19 de marzo de 2020, cuando fue ordenado, junto con monseñor Luis Manuel Pérez Raygoza y monseñor Héctor Mario Pérez Villarreal, como obispo auxiliar para la Arquidiócesis Primada de México.
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Un deseo que, además, expresó en muchas ocasiones, y que lo llevó a ofrecer su enfermedad a Dios por verlo cumplido: “Ofrezco mi dolor por la unidad de mis hermanos sacerdotes“, fue la “plegaria” que varias personas le escucharon pronunciar, incluso estando hospitalizado a causa del Covid-19.
El P. Jesús Hurtado Hernández, Vicario Episcopal para el Clero de la Arquidiócesis de México, escuchó también este ofrecimiento por teléfono, justo el día en que monseñor Daniel Rivera iba a ser internado.
“Él me dijo: ‘me siento muy mal’. Y yo le respondí que no era para menos, pues lo que tenía no era cualquier cosa. Todavía me dijo: ‘yo ofrezco este dolor por mis hermanos sacerdotes, ofrezco este momento por mis hermanos sacerdotes‘. Yo le alcancé a decir que estaba en mis oraciones y en mi corazón, y el me dijo: ‘no lo olvido, y tú tampoco olvides que estás también en mis oraciones y en mi corazón'”.
Además del cardenal Carlos Aguiar Retes y de los cuatro obispos auxiliares de México con los que monseñor Daniel Rivera convivía todo los días, el padre Jesús Hurtado fue una de las personas más cercanas a él durante su corto ministerio episcopal. Y es que, tras ser ordenado, el cardenal Carlos Aguiar Retes le encomendó apoyar a la Vicaría para el Clero.
El padre Hurtado explica que, debido a la pandemia fue complicado llevar a cabo esta tarea como él hubiera querido; es decir, con un mayor acercamiento con el clero y con los responsables de las tres áreas que abarca esta instancia arquidiocesana: la Pastoral Juvenil y Vocacional, la Formación Inicial (Seminarios) y la Formación Permanente (Clero).
Pese a ello, junto con el obispo Daniel Rivera, el padre Hurtado logró estructurar un proyecto a partir de lo que ya se había venido trabajando años atrás con el entonces arzobispo Norberto Rivera Carrera.
“Digamos que lo veníamos manejando de manera un poco desordenada, y él le dio orden, pues tenía un pensamiento muy esquemático; tenía una gran visión”, explica.
También participaba en las reuniones con el equipo de la Vicaría para el Clero y con los padres decanos de las diferentes zonas pastoral. Él se negaba a que todas las reuniones fueran virtuales, por lo que promovió algunas presenciales con el equipo, cuidando las medidas sanitarias en la casa pastoral de la Parroquia de Tlacopac, que es muy amplia.
El padre Jesús Hurtado asegura que monseñor Daniel Rivera siempre tuvo esa preocupación de que el presbiterio estuviera bien, y en unidad, pues consideraba que un clero unido, entre sí y con su obispo, siempre daba más frutos.
“Y la unidad que procuraba no sólo era en cuestión de jerarquía, sino también entre los mismos sacerdotes, a quienes llamaba a preocuparse unos por otros, y ponía el ejemplo buscando la manera de que ningún sacerdote tuviera alguna carencia de tipo espiritual o humana; esa era su preocupación”.
Asegura que a monseñor Daniel le significaba mucho que los sacerdotes en problemas no tuvieran la atención adecuada, y él veía la manera de conseguir los medios para hacerlo.
“Para mí es una pérdida muy grande, no sólo por la amistad que nos unió, sino porque él había llegado a la Vicaría del Clero para fortalecer este trabajo que es esencial, y en el que el cardenal Carlos Aguiar Retes ha puesto todo su empeño para que los sacerdotes estemos bien atendidos”.
“Desde el principio me dijo que venía a trabajar conmigo, a apoyarme, y nunca quiso que le llamara obispo, sino ‘Daniel'”, asegura el padre Jesús Hurtado, quien lo describe como educado, cálido, cercano, desprendido, sencillo y un hombre de Dios, al que incluso se le salían las lágrimas al hablar de la beata Concepción Cabrera. “Era un hombre muy sensible”.
Por esta razón, el mensaje del padre Hurtado al clero arquidiocesano en este momento en que han perdido a un pastor, es claro: “Busquemos siempre, a través del testimonio de don Daniel, ese valor a nuestro ministerio. El sentirnos unidos, sentirnos que no estamos solos, y que nuestro ministerio nos da esa fortaleza para salir adelante porque tenemos que ser una buena mediación, un buen instrumento, dar y proyectar mucha paz y confianza en Dios”.
Pero sobre todo –dice– aprendamos de él esa alegría del ministerio. “El siempre manifestaba esa alegría, desde sus homilías, en las reuniones; siempre contaba un chiste o una anécdota que nos ayudara a sentirnos alegres a pesar de las circunstancias de la pandemia. Tenía una gran espiritualidad que transmitía con muchísima alegría, siempre sonriente, siempre optimista”.
Recuerda el Vicario para el Clero que solía también dar gracias a Dios por sus hermanos obispos y por la oportunidad de convivir todos los días, porque para él era una bendición vivir con ellos, pues estaba acostumbrado a vivir en comunidad. “Ahí en la casa de los obispos, él era la causa de la alegría. Era un hombre excepcional”.
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