Iglesia en México

Mons. Antonio Ortega Franco, un obispo misionero en una ciudad herida

En memoria de Mons. Antonio Ortega Franco, obispo auxiliar emérito de la Arquidiócesis Primada de México, quien falleció este 1 de febrero de 2022.

El pastor está dispuesto a dar la vida

Cuando aceptó oficiar Misa nocturna en una colonia de la Ciudad de México, famosa por su violencia cotidiana, le sugirieron que utilizara chaleco antibalas debajo de su vestimenta sacerdotal, y que al saludar a los fieles procurara no abrazarlos porque podrían ‘picarlo’, pero, sin pensarlo, rechazó la propuesta, porque para Mons. Antonio Ortega Franco ese era el riesgo que debían asumir el obispo en el corazón de la capital.

Durante casi 15 años, monseñor Antonio Ortega se desempeñó como obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México, al frente de la IV Vicaría Episcopal “San Miguel Arcángel”, en medio de las más dolorosas realidades del centro de la ciudad: desintegración y violencia familiar, narcotráfico, drogadicción, alcoholismo, prostitución, delincuencia, indigencia pobreza, tráfico de armas, corrupción, etc.

Era un pastor al que se le veía lo mismo en transporte público, que recorriendo a pie las calles más oscuras de su vicaría, saludando con la misma amabilidad a cualquier persona, haciéndoles saber con su sencillez y forma de vida, que ser sacerdote es sinónimo de servicio, de riesgo, de entrega, de cura para las múltiples heridas de la sociedad.

¿Quién era Mons. Antonio Ortega Franco?

Nació en Empalme Escobedo, Guanajuato, el 22 de diciembre de 1941. En 1955 ingresó al Seminario de los Padres Oratorianos de San Miguel de Allende, y completó sus estudios filosóficos y teológicos en la Universidad “Cristo Rey”, en Ciudad de México.

Fue ordenado sacerdote en 1968 y se incardinó a la Confederación del Oratorio de San Felipe Neri, donde se desempeñó como formador y Rector del Seminario del Oratorio en México, Prepósito y Procurador de la Federación mexicana de los Oratorianos.

Fue nombrado Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México por el Papa Juan Pablo II y ordenado el 26 de marzo de 2004. Durante tres lustros realizó su servicio episcopal al frente de la IV Vicaría.

En febrero de 2019, el Papa Francisco aceptó su renuncia por motivos de edad, y este 1 de febrero, a los 80 años, fue llamado a la presencia del Padre.

Un misionero en una ciudad herida

Fueron muchos años en los que Mons. Ortega Franco conoció y atendió las más profundas heridas de la población que vive o trabaja en el centro de la Ciudad de México, heridas provocadas –decía– por el individualismo que ha marcado a muchos fieles y que requieren de una urgente presencia de la Iglesia, de sacerdotes santos.

“La vocación del sacerdote es ser misionero de calle –dijo en una ocasión a Desde la fe– llegar a ser misionero tiene una implicación de conversión, a una Iglesia diferente, nueva, donde lo importante sea el trato con las personas, amables, cercanos, educados; sobre todo con los necesitados”.

Y para explicar la realidad de la IV Vicaría, solía utilizar el pasaje bíblico del rico Epulón y Lázaro, el necesitado, el pobre que esperaba con paciencia las migajas, pero nadie se las daba.

“Pablo VI advertía que en el futuro habrá millones de ‘Lázaros’, ya no esperando pacientemente las migajas, sino que las arrebatarán con violencia, y el problema es que los ‘Lázaros’ lo arrebatarían no a los ‘Epulones’, porque estos vienen bien armados, con armaduras y todo, sino a otros ‘Lázaros’… por desgracia ese futuro ya es hoy”, dijo en aquella ocasión.

Las ovejas heridas

Se cuenta que en alguna ocasión, durante una visita pastoral a la controvertida zona de La Merced, un par de mujeres ofrecieron al Obispo sus servicios sexuales y él no sólo rechazó la oferta, sino que aprovechó el momento para tratar de entender qué clase de heridas tenían esas mujeres para ver la situación como potencialmente lucrativa.

Y en varias ocasiones hizo pública su denuncia de que las personas que explotan a las mujeres en situación de prostitución de la zona de La Merced se oponían con frecuencia a la evangelización de las mismas, e incluso a los programas sociales que la Iglesia organiza – principalmente las hermanas Redentoristas- para ayudar a estas mujeres.

A monseñor Antonio Ortega, el clima de profunda miseria no le espantaba, al contrario, era una oportunidad para “inclinarse por el otro; para hacer conciencia y descubrir que todos somos hermanos; para tener la atención de que nos viene una persona y nos pide ayuda, aunque sea económica-; a no pensar que nos está engañado sino que es un hermano herido”.

“El descubrir con dolor que muchos pierden su identidad como personas, que son despojados de su comunidad, que son pisoteados y lastimados, me hace pensar en que nosotros no los hemos cuidado adecuadamente y en lo mucho que podemos hacer aún”, decía.

Los jóvenes son una urgente necesidad

El sueño de monseñor Antonio Ortega era hacer de la IV Vicaría una porción fuerte de la Iglesia, cuyos cimientos fueran la responsabilidad, la amistad y la comunión, teniendo siempre como fundamento a la persona. Y una de sus mayores prioridades eran los jóvenes.

Eran comunes sus exhortaciones al presbiterio de la IV Vicaría para no claudicar en el acompañamiento de los jóvenes a vivir su fe y su compromiso cristiano con alegría.

Les decía: “Debemos cambiar nuestra mentalidad y nuestra forma de ver a los jóvenes, escucharlos y caminar con ellos; debemos abrir más espacios físicos para que vivan y maduren su fe; debemos acompañarlos desde sus inquietudes y desde su problemática tan especial, en la escuela y la sociedad. No debemos rechazarlos, sino acogerlos con amor, como nos enseña Jesús. Los jóvenes ya eran una prioridad, ahora, una urgente necesidad“.

Y además de su preocupación por los jóvenes y por tantas situaciones difíciles, la atención y buen trato que siempre manifestó con el presbiterio dejan una huella propia del pastor que “huele a oveja”.

 

Con información de Kenia Salas, Francisco Luna, Carlos Villa Roiz y Felipe Monroy.

DLF Redacción

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