Jacinto llegó al mundo con osteogénesis imperfecta, afección conocida popularmente como “huesos de cristal”, que impide la consolidación de la estructura ósea. Las primeras fracturas –de las casi 30 que ha sufrido a lo largo de sus 55 años– las tuvo al momento de nacer.
Originario de Veracruz, quedó huérfano de padre a los 4 años, por lo que su madre se hizo cargo de él y de sus seis hermanos. De ella guarda los mejores recuerdos, pues siempre le prodigó cariño, sin dejar de lado la disciplina, eso lo hizo sentirse con tantas capacidades como los demás.
“Con todo y que las cosas se me dificultaban –recuerda– mi madre me ponía a hacer las mismas labores que a mis hermanos, y si no hacía la tarea, también ahí estaba el varazo o el cocotazo”.
A los 18 años salió por primera vez de su colonia para conocer otros lugares, y en 1990 se mudó a la Ciudad de México. Durante los años siguientes tuvo más y nuevas experiencias, pero también comenzó a enfrentarse a la discriminación.
Aún recuerda la primera vez que entró a un cine: “Estaba formado con mi silla de ruedas, cuando una señora me dijo que me saliera de la fila porque estorbaba, que me fuera a mi casa”.
Opina que en los últimos años se ha generado más conciencia sobre la inclusión, pero falta mucho por hacer, pues alguien con discapacidad aún se encuentra todos los días con puertas estrechas, baños angostos, banquetas sin rampas, escaleras, transporte público inadecuado y cajones especiales de estacionamiento ocupados por personas sin una discapacidad.
Si bien Jacinto cuenta con un automóvil adaptado para su uso, durante mucho tiempo lidió con los retos del transporte público: “el Metro y el Metrobús tienen lugares para nosotros, pero la gente no los cede. A quienes tenemos discapacidad, no nos queda más que esperar a que el transporte se vacíe para poder entrar”.
Ante esta realidad recuerda aquel consejo que un maestro le dio en la secundaria: “No esperes que el mundo se adapte a ti. Tú tienes que adaptarte al mundo”. Aquellas palabras, y el sentirse amado por Dios han sido oro molido para su vida y desarrollo, asegura.
Jacinto forma parte de la Fraternidad de Personas con Discapacidad, donde conoció a Dios. “Desde que descubrí a Dios como mi padre adquirí una gran confianza en mí. Eso me ha servido para afrontar la adversidad diaria. Estoy convencido de que el 99 por ciento de lo que he logrado es obra de Dios, y el 1 por ciento me ha tocado realizarlo a mí”, afirma.
Actualmente Jacinto labora en la Secretaría del Trabajo, está casado y es padre de dos hijos.
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