Iglesia en México

Lo que el mundo necesita aprender de las madres y familias buscadoras

En la opinión pública comenzaron conociéndose como “madres buscadoras”, pero aseguran que el nombre que mejor les define es “familias buscadoras”.

Son colectivos, cuyos integrantes no son unidos por la sangre, pero sí por el dolor de la pérdida y por llevar impregnados los valores familiares. “No buscamos a uno, buscamos a todos”, dice Daniela González, quien desde hace tres años busca a su hijo Axel Daniel González Ramos, de 16 años.

Las madres buscadoras, hoy familias buscadoras, le han enseñado al mundo cómo caminar el desierto juntos, buscar en alcantarillas juntos, escarbar entre toneladas de basura juntos, tiznarse del polvo de los escombros juntos, y juntos han tocado las cenizas de víctimas del crimen organizado que fueron cremadas, o han revuelto entre montones de zapatos, como los que el grupo de Guerreros Buscadores encontró en Teuchitlán, Jalisco.

“Para mí el valor de la familia lo resumiría en tres cosas: amor, fuerza y valentía. Porque no es nada sencillo ir a buscar en fosas clandestinas, tiraderos, subir cerros y buscar en lugares inimaginables con el único afán de encontrarlos”, dice González Ramos.

Te recomendamos: Una vigilia con faros de esperanza y zapatos llenos de amor

Una persona muerta a causa de la violencia en el país nos debe de indignar. Foto: DLF

Amor, el verdadero motor

Alejandro Colín Arenas busca a su hermano Octavio, secuestrado en el Estado de México hace cinco años. Son más de 1,825 días en los que ha sostenido su búsqueda gracias al apoyo de su esposa y padres, y al del Colectivo Uniendo Esperanzas, al que llama “familia”. Sin ellos, dice, no podría continuar excavando ni caminando.

“Yo comencé sólo esta búsqueda, que sin duda es un martirio, y tres años después Dios me puso en el camino al colectivo. El primer día que salí en una búsqueda con ellas, encontramos un piecito en un basurero en el Bordo de Xochiaca (Ciudad Nezahualcóyotl), y de ahí caminé con ellas”.

Los colectivos en su mayoría están integrados por mujeres, particularmente mamás de las personas desaparecidas, razón por la que son conocidos como “madres buscadoras”; sin embargo, la hermana Paola Clericó, de las Religiosas de Jesús María, afirma que se han sumado tantas voluntades que el término se queda corto, y hoy prefieren llamarse ya “familias buscadoras”.

“Son hermanas y hermanos del dolor. En los colectivos han encontrado una segunda familia, y una familia diferente son hermanas y hermanos de lucha.”, agrega.

Sin duda, asegura la hermana Paola, los valores que imperan en esta gran familia buscadora deberían ser un ejemplo para todos: el amor, el sentido de pertenencia, la generosidad, esperanza y reinventarse para surgir de entre las cenizas.

“Es hermoso cuando te dicen, ‘mira hasta dónde me ha traído mi hijo o madre o padre que busco, si me viera estaría orgulloso de todo lo que hemos logrado’. Ellas van entendiendo que Dios no quiere que su familiar desaparezca, pero también Él les hace el milagro de encontrar un sentido, pues ya no es un desaparecido, son los de todos y cuando encuentran a uno, encuentran un pedacito de su familiar de sangre y se llenan de fe”.

Carolina y Daniela, parte de la familia de buscadoras “Una luz en el camino”. Foto: DLF

Mujeres que lideran hombres que aprenden

Alejandro Colín resalta el trabajo que han hecho las mujeres en los colectivos de búsqueda del país: “solo ellas tienen la fortaleza para aguantar el dolor de estar viviendo en carne propia las atrocidades que el ser humano es capaz de cometer”. Incluso, asegura, le han enseñado a canalizar el enojo y el dolor, una cualidad que se obtiene más fácil cuando se convive “en familia”.

“Cuando desapareció mi hermano estaba muy enojado con Dios, con la vida y con la gente, pues somos muy indiferentes ante el dolor ajeno, pero nuestra óptica cambia cuando esa realidad nos toca”, comenta.

“Me sentí muy arropado por el colectivo, pues ellas, aunque buscaban a sus familiares, me abrieron el corazón y me adoptaron como si yo fuera su propio hijo”, recuerda el hermano buscador.

A decir de Carolina Espinoza, cuyo esposo, Ignacio Santiago Pérez, desapareció hace cinco años, el caminar con su familia buscadora le da valentía, fuerza y mucha esperanza de no caer en la resignación, como sucedió en su familia de sangre.

“Al principio toda mi familia me apoyó, me acompañaba a la búsqueda, entre otras cosas, pero pasó el tiempo y les llegó la resignación, pero para mí y para todos los buscadores eso no llega, porque nos hace falta un trozo de nuestro corazón. Para mí, el ver la fuerza de mis compañeros, su tenacidad me ayudó a poder buscar en las aguas negras, en basureros y en lugares inimaginables. Nos levantamos entre todos, oramos todos, lloramos todos, buscamos todos, por eso somos familia”.

Las familias buscadoras se unieron en oración por los recientes hallazgos en Teuchitlán, Jalisco. Foto: Cynthia Fabila/DLF

El dolor no los separa, los une

El Evangelio de Marcos señala una de las referencias que Jesús hace sobre el valor de la familia: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 31-35).

La lucha de las madres buscadoras ha inspirado a sumarse a otros miembros de las familias. En los colectivos ahora hay abuela y abuelo buscadores, cuñado y cuñada buscadores, tío y tía buscadores, y hasta hijo e hija buscadores. “Esta es una problemática que nos atañe a todos”, dice monseñor Francisco Javier Acero, obispo auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.

Para el obispo es muy significativo que la familia se una, y “no sólo debería ser la consanguínea, sino también la sociedad en general”, pues esta problemática no entiende ni de clases sociales, género, ocupación, edad o ubicación geográfica.

De acuerdo con el más reciente informe de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) se estima que hasta el 11 de marzo de 2025, en el país hay un total de 123 mil 808 personas desaparecidas y no localizadas, es decir 123 mil familias lastimadas.

Daniela González asegura que, a pesar de que en promedio 25 personas desaparecen a diario y cada día aumentan los hallazgos de fosas clandestinas y campos de exterminio, la búsqueda se hace más sencilla gracias al amor incondicional que dan las familias de sangre y “la gran familia buscadora”.

Son hermanas y hermanos del dolor. En los colectivos encontraron una segunda familia. Foto: Néstor Marrón/DLF

Familia, sinónimo de esperanza

“Ustedes, familias, son la esperanza de la Iglesia y del mundo. Con su testimonio pueden ayudar a Dios a realizar su sueño, pueden contribuir a acercar a todos los hijos de Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan qué significa para el mundo entero vivir como una gran familia”, dijo el Papa Francisco en 2019 durante un viaje apostólico a Irlanda.

“Este dolor es una dura prueba que Dios nos puso, pero agarrados de las manos, sosteniéndonos entre todos es como vamos a superar esto. Aprendimos la hermandad a través del dolor y es una dura lección que estamos aprendiendo juntos”.

Sin duda, estas palabras resumen el caminar de las “familias buscadoras”, unidas en su dolor, sosteniéndose el uno al otro, pero abriendo caminos de esperanza no solo para encontrar a sus seres queridos, sino para ayudar a todos para encontrar a los suyos.

Alex, por ejemplo, asegura que su esperanza se fortaleció después de que algunas compañeras de su colectivo de búsqueda le aseguraron que hay una carpeta de averiguación con fotografías de un cuerpo que se asemeja a las características físicas de su hermano.

“Tengo una corazonada de que es él, necesito ir a que me muestren el expediente, sólo así podré estar en paz, hasta encontrarlo y saber que Octavio ya está con Dios”.

Cynthia Fabila

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