En distintos momentos de la historia y por distintas causas, se han realizado varias exploraciones arqueológicas en el subsuelo de la Catedral Metropolitana de México, y se ha podido descender hasta los 27 metros de profundidad.
Los resultados de estas investigaciones los ha dado a conocer en INAH en una publicación titulada Rescate arqueológico en la Catedral, en un libro publicado por Gabino López Arenas, quien explica que debajo de este templo, así como del Sagrario, se encuentran identificados tres basamentos piramidales que corresponden a distintas etapas de México-Tenochtitlán: uno estuvo dedicado al sol, otro a Ehécatel, deidad del viento, y hay un juego de pelota con orientación oriente-poniente, que abarca el subsuelo de la Capilla de Ánimas.
Estas estructuras estaban acompañadas de varias ofrendas prehispánicas, realizadas en piedra, barro, madera y hule, además de que se encontraron espinas de maguey, conchas marinas, semillas de maíz, frijol, calabaza, tomate, girasol, chía, tunas, capulín, tejocote y tallos de quelite, romero y maguey, además de algunas osamentas humanas, vestigios de la existencia de sacrificios paganos.
También se encontraron los restos de algunas aves, hecho de gran valor simbólico puesto que estaban relacionadas con algunas deidades; entre ellas, había 28 palomas de collar, codornices y guajolotes.
Todos estos hallazgos revelan que la Catedral de México, y su antecesora, la Iglesia Mayor que mandó construir Hernán Cortés, fueron levantadas sobre estos vestigios prehispánicos, dejándolos sepultados, como cosas idólatras, crueles y paganas.
La primera piedra de la Catedral de México fue bendecida por el Arzobispo Pedro Moya de Contreras, en presencia del Virrey Martín Enríquez. Toda la construcción que se prolongó durante más de dos siglos, fue patrocinada con recursos de la corona española, y vino a dar los últimos detalles el prestigiado arquitecto valenciano Manuel Tolsá, en 1813, ya durante el proceso de la lucha por la Independencia de México.
Uno de los hallazgos más recientes tuvo lugar, de manera inesperada, sobre la banqueta, enfrente del templo, a dos metros de profundidad, y consistió en la tumba de uno de los primeros canónigos de la Catedral, Miguel de Palomino; está lápida fue hallada en el 2016.
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