Para el Papa Francisco, San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, vidente de la Virgen de Guadalupe en el llamado Acontecimiento Guadalupano, es un gran modelo de espiritualidad eucarística, quien tenía cuatro virtudes muy específicas que a continuación se describen, a fin de que quien las medite busque asumirlas como propias, de cara a la fiesta litúrgica del santo indígena, que se celebra cada 9 de noviembre.
De acuerdo con el Papa Francisco, San Juan Diego Cuauhtlatoatzin era un hombre que estaba permanentemente en la búsqueda de Dios, “y de hecho, cuando se le apareció la Virgen María, iba a escuchar las catequesis. Además de que gustaba de recibir el Sacramento”.
Juan Diego -dice-, no se amilanaba por tener que andar largo tiempo para saciarse con el Cuerpo de Cristo. “Este podría ser nuestro primer rasgo de identificación, sentirnos peregrinos y en búsqueda, necesitados de saciarnos de ese Dios que encontramos en el ministerio de la Iglesia, en la Palabra y en los Sacramentos”.
El segundo rasgo, se puede descubrir en relación con la Santísima Virgen de Guadalupe, quien se le aparece a Juan Diego encinta, como un Sagrario donde Jesús ya está realmente presente.
El Santo Padre señala que la Virgen María viste a la usanza de México, y habla la lengua de los indígenas, manifestando en ese gesto la grandeza de la encarnación del Hijo de Dios, que se hizo hombre para encontrarnos y comunicarse con nosotros, por lo que le pidió a Juan Diego construir un templo para encontrar a Jesús.
El Papa Francisco señaló que la tercera virtud del santo mexicano parte del hecho de que decidiera quedarse con su tío enfermo a pesar de que la Virgen lo esperara, siendo capaz de “dejar a Dios por Dios”, en el pobre y en el enfermo.
“La Virgen no se lo reprocha, sino que sale a su encuentro y le promete su ayuda. De ese mismo modo, nuestra Iglesia debe estar atenta al dolor profundo de cada hombre, para decirle, como María a Juan Diego: ‘¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?’”.
Para el Papa Francisco, la cuarta virtud de San Juan Diego es su “necesidad de ser paciente y perseverante, como se lo pide la propia Virgen, sin desalentarse por la aridez y frialdad con la que el obispo Fray Juan de Zumárraga recibe su anuncio sobre la petición que le hizo la Virgen de Guadalupe.
“Y estas son las medicinas que curan la suspicacia del prelado, que se rinde ante el prodigio de la fe de Juan Diego, de su confianza y de su caridad, flores tan o más perfumadas que las que cayeron de su tilma”.
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