“Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad” (Jn. 18:33-37)

Al término del año litúrgico, celebramos, en este domingo, la fiesta de Cristo Rey. Por eso, las lecturas de hoy ayudan a entender la naturaleza del Reino de Jesucristo, e indican en qué consiste. Y por otro lado, ofrecen elementos para tomar conciencia de nuestra corresponsabilidad en la participación de este Reino de Jesús.

En primer lugar, cuando Pilatos le pregunta a Jesús: “¿Entonces tú eres el rey de los judíos?” (Jn. 18:33), Jesús no lo asume, sino le contesta: “Eso es lo que tú has dicho. ¿Pero, quién te lo ha dicho?” (Jn. 18:33-34). No responde ni sí ni no. A la segunda pregunta: “¿Conque tú eres rey?”. “Sí -contesta Jesús-, rey sí soy, para eso nací y vine al mundo, pero mi Reino no es de aquí, porque mi Reino es ser testigo de la verdad para dar la vida” (Jn. 18:33-37). 

Cuando escuchamos en catequesis, en conferencias, o cuando hacemos nuestra propia reflexión sobre el Reino de Dios, mismo que Jesucristo ha venido a anunciar, quizá pensemos siempre que este Reino es el cielo. Y así es, en su forma definitiva. Pero la razón de la venida de Jesucristo es, para que ese Reino, comience ya a hacerse realidad entre nosotros, mientras somos peregrinos de este mundo, mientras en la cotidianidad de nuestra vida terrena mantenemos relaciones humanas como sociedad.

Es decir, el Reino de Jesucristo, donde Cristo es Rey, llegará a su plenitud en los últimos tiempos, y definitivamente cuando participemos de la vida divina de Dios, cuando hayamos atravesado la muerte, entonces este Reino será para siempre, ya no se acabará. Pero la razón por la que vino Jesús es porque esa vida ya la necesitamos hoy, aunque todavía no se establezca de forma plena, clara, y amplia; Él vino para que se universalice y todo mundo reconozca que Cristo es Rey. Los discípulos de Jesús son los primeros que asumen la tarea de prolongar este anuncio para empezarlo a ser realidad, son testigos de la verdad.

Hoy, en nuestro tiempo, se ha relativizado la capacidad del ser humano de conocer la verdad. Se dice -y es muy común especialmente en las nuevas generaciones- que la verdad no es alcanzable, que cada quien tiene su verdad, que esta es subjetiva y que depende de cómo nos hayan formado. Claro que estos son condicionantes, pero la verdad sí es posible alcanzarla. Para eso ha venido Jesús, y por eso propone: “Todo aquel que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn. 18:33-37).

Los evangelios, la vida misma de Jesús, la vida de la Iglesia primitiva, la manera en que ésta se va desarrollando, y, sobre todo, la experiencia nuestra cuando ponemos en práctica esta Palabra de Dios, nos llevan a experimentar esa visión hacia la eternidad, a concientizar que la vida no termina con la muerte, sino que hay una trascendencia; que a través de la muerte pasamos a la vida eterna.

Eso es lo que nos da fuerza en esta vida -de la que somos peregrinos- para afrontar las adversidades, la injusticia, cualquier situación que no entendamos y que vaya en contra de los principios del Reino de Dios: la justicia, la verdad y la paz. El Reino que propone Jesucristo es para iniciarlo ya entre nosotros. Será así, eterno, como lo describe el profeta Daniel, por los siglos de los siglos; o como lo dice el apóstol San Juan en la segunda lectura: “A él que es el Alfa y Omega, el que es, el que era y el que ha de venir” (Ap. 1:8), ese es Jesucristo. En Él encontramos el camino de este Reino, teniéndolo como modelo de vida.

Cuando nosotros, en lugar de insistir en el cumplimento de los mandamientos de la ley de Dios, insistimos primero en presentar la persona de Jesucristo, cómo vivió, qué enseñó, y hacemos ver que es posible encontrarnos con Él, las nuevas generaciones sienten atracción por Jesús. Y eso es lo que los obispos reflexionamos en octubre pasado en Roma, durante el sínodo con el Papa Francisco.

Tenemos que revisar nuestros medios para anunciar que el Reino de Dios ya está aquí. A los que ya tenemos una experiencia fuerte de fe, los mandamientos nos ayudan, son una referencia indispensable para ver si nuestra conducta va bien o mal. Pero los jóvenes de hoy necesitan primero conocer a Jesús; luego caerán en la cuenta de la conducta que necesitan observar, y verán que los mandamientos van a ser una ayuda. Pero si tratamos de imponerlos van a rechazarlos una y otra vez, y no seremos capaces de trasmitir la fe, ni la manera en que nosotros vivimos esta fe.

Debemos presentar a Jesucristo, dar a conocer los evangelios, y enseñar nosotros mismos -testigos de la verdad como Jesús- que es posible la experiencia de amor con el prójimo, para lograr el amor de Dios. Este es el Reino que comienza ya aquí, en la tierra, y al que aspiramos vivir eternamente en el cielo. ¡Que viva Cristo Rey!

Cardenal Carlos Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

DLF Redacción

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