Todavía es tiempo, conviértanse a mí de todo corazón (Jl 2, 12).

¿Qué significa convertirse de corazón? Para poder descubrir lo que significa esta expresión, este llamado, es bueno y conveniente leer el libro del profeta Joel y no solamente este párrafo.
En síntesis, el primer capítulo del libro de Joel presenta la situación que vive el pueblo, por la que está atravesando; ha llegado una especie de langosta que ha acabado con toda la siembra, y para cosechar no queda nada, ya no hay comida en el pueblo. A eso le ha seguido otra serie de daños que son causados por el clima, la falta de lluvia, el fuego que se extiende y están en una situación desesperada trágica, es un drama.

Ante esta situación, el profeta levanta su voz para consolar al pueblo, pero no con un consuelo de decir simplemente: “resígnense, nos tocó vivir esto”, sino precisamente como oportunidad. Les dice el profeta “convoquen a todos”, como aquí veo hoy que también están convocados hasta los niños y algunos en brazos, me alegra, ver de todas las generaciones.

El profeta convocó incluso a los niños de pecho, dice el texto, para que todo el pueblo, en forma comunitaria, le expresara a Dios su lamento, su preocupación, su angustia, su drama.
Siempre que tomamos conciencia de nuestros pecados invocamos a Dios para pedirle: perdona a tu pueblo. Pero cuando tu responsabilidad no ha sido la causa de lo que acontece, cuando nosotros no hemos sido los culpables de algo que sufrimos, entonces ¿para qué invocamos a Dios? El Profeta Joel indica que es oportuno, tiempo muy favorable, como dice la segunda lectura (2 Co 5, 20-6, 2), es el tiempo propicio para invocar a Dios y le ofrezcamos como ayuno lo que estás viviendo.

Fíjense: lo que estás viviendo, el sufrimiento que se tiene, la angustia por la que se pasa, es un ayuno muy agradable al Señor, muy doloroso, como lo fue para Dios Padre al entregar a su hijo a la muerte y muerte de cruz; lo había enviado para predicar el amor y la vida divina, y termina crucificado como un maldito de Dios, según la ley.

Cuando tomamos conciencia de nuestros sufrimientos o de nuestras situaciones, de las cuales no somos necesariamente responsables, y a pesar de eso las asumimos como lo hizo Jesús, entramos en nuestra intimidad y encontramos a nuestro Padre que ve en lo secreto, y conoce lo que está sucediendo en nuestro corazón.

El profeta Joel convoca en el capítulo 2 un ayuno que va a ser la causa para que Dios intervenga de una manera extraordinaria, como lo anuncia en el capítulo 3 y 4. Así anuncia lo que va a suceder, si el pueblo asume como ayuno el drama que vive.

De esta manera sucederá lo mismo con nosotros, si ofrecemos al Señor nuestros sufrimientos, dolores y situaciones dramáticas. Más de una vez en nuestra vida hemos sufrido, los que ya llevamos tiempo caminando, y lo van a sufrir quienes todavía son niños, adolescentes y jóvenes; el sufrimiento es parte de la vida humana.

Conviértanse de corazón, es decir no limitemos el ayuno y la Cuaresma a la práctica tradicional del ayuno, que es abstenerse o disminuir la cantidad de los alimentos, o realizar ciertas renuncias.

El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son los dos únicos días que la Iglesia nos invita a hacer esta expresión del ayuno, pero a veces la hemos dejado solamente limitada a esa abstención de alimentos. Pero el ayuno es mucho más amplio, es todo tipo de abnegación, es decir de cierta renuncia que nosotros hacemos para cumplir la voluntad de Dios.

¿Cuántas veces queremos hacer lo que nos atrae, lo que a nosotros nos gustaría hacer? Pero ante las situaciones que vivimos tenemos que renunciar a muchas cosas de la vida, esas renuncias serán fecundas cuando son presentadas al Señor, cuando son ofrecidas como nuestro ayuno.

Esas renuncias las podemos hacer cada vez que tengamos una situación que nos preocupa, no solamente físicamente, como una enfermedad, una situación de escasez para servir y cuidar a la familia, sino también situaciones morales, por ejemplo hijos que caen en las adicciones, que se desvían del buen camino, o gente que queremos y viven una desgracia, como experiencias que por la inseguridad o la violencia nos toca vivirlas en carne propia, o cualquier tipo de angustia, o de sufrimiento.

El sufrimiento si lo hacemos unido a la Cruz de Cristo es redentor, aunque no necesariamente en el momento que vivimos, pues casi siempre es posterior, pero como dice el profeta Joel: Vendrá el Espíritu de Dios y se derramará en todos sus hijos, y eso es lo que sucede cuando sabemos encauzar nuestras situaciones concretas de vida, nuestras angustias y nuestros dramas que nos toca vivir.

Que el Señor nos dé siempre esa luz y experimentemos la conversión de corazón, porque nuestro Dios, nuestro Padre ve en la intimidad, en el secreto de tu ser, ahí donde nadie puede penetrar, si tú no abres lo que traes dentro.

Dios está presente, te mira y te mira con amor, te mira con misericordia y te da el auxilio de su Espíritu que se traduce en sabiduría, fortaleza, constancia, caridad y amor.

Que así sea nuestra Iglesia y que el Señor nos ayude a vivirla en este tiempo de Cuaresma que hoy iniciamos.

Cardenal Carlos Aguiar Retes

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