“He aquí que yo envío a mi mensajero, para que vaya delante de ti y te prepare el camino” (Mt. 11,10).
Este anuncio del Profeta Isaías, se hizo realidad –según el testimonio del mismo Jesús– en la persona de Juan el Bautista. Por eso, hoy el Evangelio que hemos escuchado, pone la figura de Juan, el Bautista, como un personaje central.
¿Cuál es la razón que tenemos para fijarnos en Juan, el Bautista? ¿Por qué la liturgia presenta justamente a este personaje antes de la Navidad, si él presentó a Jesús cuando ya era mayor, y ahora apenas estamos acercándonos al momento en que nació?
Es interesante descubrir a partir de la Segunda Lectura del Apóstol Santiago (Sant. 5,7-10): las dos venidas de Jesucristo: la primera de ellas la hizo para iniciar la plenitud de los tiempos, con su encarnación, su nacimiento, su predicación. El Profeta Isaías, en la Primera Lectura (Is. 35,1-6a.10), afirma acerca de esta primera venida: “se iluminarán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán; saltará como un venado el cojo, y la lengua del mudo cantará” (Is. 35,5-6).
¿Qué escuchamos en el Evangelio cuando le preguntan a Jesús que si es Él el Mesías o deben esperar a otro? Jesús responde: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Mt. 11,4-5).
De esta manera, Jesús cumple lo anunciado por el Profeta: da testimonio con sus hechos de que Él es el Mesías, el esperado. Él es el Hijo de Dios encarnado, hecho hombre, para presentarnos lo que Dios espera de cada uno de nosotros; para presentarnos el proyecto que tiene al habernos creado varón y mujer; para decirnos que nos ha creado a nosotros para compartir esa misma vida divina.
Para eso Dios envió a Jesús, y se encarnó en el seno de María. Y cumplió efectivamente su misión, enseñándonos, a través de su vida, cómo afrontar todo tipo de situaciones, incluida la injusticia y el sufrimiento. Pero también, dejó la evidencia necesaria de que todo no acaba con la muerte, sino que viene la Resurrección. Esto fue lo que realizó Jesús en su primera venida.
La segunda venida de Jesús será al final de los tiempos, el Apóstol Santiago pide ser pacientes, y aguardar con ánimo y esperanza. Ésta ya no será para mostrar el proyecto que Dios tiene para nosotros aquí en la tierra, sino que será la plenitud de los tiempos para manifestar en todo su esplendor la gloria de Dios, el misterio de Dios, y para hacernos entrar eternamente en esa vida divina para la que hemos sido creados, entrar al Cielo, donde se acabará la injusticia, se terminará la muerte, y experimentaremos el gozo pleno del amor.
El Apóstol Santiago dice: “Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia, y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca” (Sant. 5,7-8).
Pero entre la primera y la segunda venida de Jesús –tiempo que nos toca vivir, pero que no sabemos cuánto durará– tenemos este anuncio de Jesús: lo que ya hizo en su tiempo cuando se encarnó, lo puede hacer con nosotros ahora. En esta vida terrena, a pesar de que sigue habiendo injusticias, tragedias, faltas de respeto, agresiones y violencia, nos ofrece la comunión con Dios para tener, como expresa claramente el Evangelio, esperanza, y afrontar todas estas difíciles situaciones.
La venida del Señor está cerca también para nosotros, es la venida intermedia del Señor, pero tenemos que ser como Juan, el Bautista: preparadores del camino para que ya, en esta vida, tengamos la fortaleza, la sabiduría, y una manera concreta de vida que nos ayude a afrontar cualquier situación que vivamos.
Y en este sentido, el Reino de Dios comienza en medio de nosotros. Depende de nosotros que seamos mensajeros de esta esperanza, que demos testimonio de lo que creemos: del anuncio de Jesús.
Por eso nos ha dejado la Eucaristía; por eso estamos aquí reunidos en torno al altar; por eso recibimos la comunión del Pan Eucarístico, para que el Señor nos fortalezca con su Espíritu, nos ayude a afrontar todos los aspectos de la vida, y con ello, ser mensajeros para que otros también se hagan discípulos de Jesús y puedan, desde esta vida terrena, pregustar lo que eternamente nos espera en el Cielo.
Hermanos, la Navidad significa todo eso. No es solamente el recuerdo histórico de lo que sucedió hace 2020 años, sino un hecho que se actualiza hoy en la medida en que nosotros nos abramos a este anuncio, aceptemos a Jesucristo, y lo hagamos el modelo de vida para nosotros.
Pidámosle esto a Santa María de Guadalupe, quien vino a nuestra Patria para darnos a conocer a su Hijo y nos encontráramos con Jesucristo. Ella nos lo muestra, sobre todo en las expresiones de cercanía, de ternura, de maternidad.
Pidámosle también en esta Eucaristía que podamos, como Juan el Bautista, preparar el camino para que en nuestro pueblo de México se reciba a Jesús en todos los ámbitos, en todas las ciudades y en todas las familias, y llevemos la alegría y la esperanza para que el Reino de Dios se manifiesta en nuestro tiempo. ¡Que así sea!
+ Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México
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