Iglesia en México

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario

Escuchen esto, todos los que buscan al pobre sólo para arruinarlo” (Am 8, 4-7).

Con estas palabras, el Profeta Amós advierte a quienes se sirven de las necesidades de los más pobres para enriquecerse. Esta es una de las más grandes injusticias sociales y, lamentablemente está siempre presente en muchos ámbitos de nuestra sociedad.

Pero el mensaje que la Palabra de Dios nos comunica no se queda sólo en esa advertencia; es decir, no es solamente para aquellos que realizan actividades de comercio, a quienes el Profeta Amós les pide que, en lugar de disminuir las medidas, aumentar los precios o alterar las balanzas; traten de ayudar a quienes más lo necesitan, poniendo menores costos.

En el Evangelio, Jesús afirma que la administración es muy importante porque no se puede servir a Dios y al dinero. ¿Qué quiere decir Jesús con esto? Si nuestro objetivo sólo es enriquecernos, estamos perdidos. Porque si bien indudablemente los bienes materiales son para tener una vida digna, para satisfacer nuestras necesidades: comer, vestir, salir, trabajar y ayudar; la administración de nuestros dineros tiene que estar subordinada al seguimiento de Jesús.

Jesús es nuestro camino. Es quien indica con qué actitudes debemos de vivir. La administración del dinero puede generarnos codicia, ambición, querer poseer más sólo por poseer más, y esto siempre será en perjuicio de muchos otros. La subordinación de la administración del dinero a las enseñanzas de Jesucristo, es el camino, pero para ello nuestro corazón no debe estar apegado a los bienes materiales, sino a Jesús.

En la Segunda Lectura (1 Tim 2, 1-8), el Apóstol San Pablo afirma que el fiel cristiano, el discípulo de Jesucristo, debe orar siempre. La oración es fundamental para estar siempre en comunicación y en comunión con Dios.

El Apóstol Pablo expresa con toda claridad que hagamos oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres (1 Tim 2, 1); que siempre tengamos en cuenta nuestro personal bienestar, pero también el bienestar común de los que nos rodean: nuestras familias, nuestros amigos y los círculos en que nos movemos.

Hacer oración significa que tomamos conciencia de que no estamos solos, de que Dios nos acompaña, que Él nos fortalece, nos da la alegría de vivir y la felicidad de tener un Padre amoroso, que siempre está con nosotros.

Y en particular -nos dice el Apóstol- tenemos que orar por los Jefes de Estado y las demás autoridades. ¿Por qué debemos pedir por ellos? Explica el Apóstol que solamente así podremos llevar una vida tranquila y en paz. Las autoridades tienen la grave responsabilidad de vigilar y favorecer las situaciones que viven los ciudadanos. Tienen que aplicar políticas públicas en favor de los más necesitados para que la sociedad camine en orden de justicia y de paz. Es una grave responsabilidad. Si nosotros pedimos a Dios por ellos, entonces Dios les facilitará cumplir esa responsabilidad por el bien de todos.

El Apóstol recuerda que el fundamento de orar por todos, es porque Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven porque somos hijos de Dios. ¿Qué hace un padre o una madre de familia por sus hijos? Lo que puede o esté a su alcance, con tal de no dejar al hijo desamparado. Eso hace Dios nuestro Padre. Si nosotros oramos, Dios actúa, interviene. De ahí la importancia de esta indicación que hace San Pablo a Timoteo.

Finalmente dice: quiero que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración donde quiera que se encuentren, levantando al Cielo sus manos puras (1 Tim 2,8). Y para eso estamos aquí hoy: para orar.
La Eucaristía es la mejor manera de orar. Y estamos aquí con nuestra Madre, María de Guadalupe. Que ella interceda para que nuestras autoridades civiles apliquen las políticas públicas necesarias para alcanzar la justicia y la paz. Y que a nosotros, a cada uno de los aquí presentes, nos ayude a cuidar nuestra administración, subordinándola siempre a las enseñanzas de Jesús. ¡Que así sea!

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

Cardenal Carlos Aguiar Retes

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