“Cristo Jesús, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres”. (Fil. 2,6-7)
Las dos lecturas que hemos escuchado, una del Profeta Isaías (Is. 50,4-7) y otra de la Carta del Apóstol San Pablo a los filipenses (Fil. 2,6-11), las propone la liturgia de hoy para que tengamos muy claro el porqué Jesús asumió con plena voluntad el camino de la Pasión, de la crucifixión y Muerte, camino de la Resurrección.
La clave la tenemos en estas primeras palabras que nos dice San Pablo: que Cristo, siendo Dios, no se aferró a su condición divina, sino que dejó las prerrogativas propias de ser Dios para poder hacerse semejante a nosotros en todo; tomar nuestras condiciones y asumirlas (Fil. 2,6-7).
Lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿nosotros estaríamos dispuestos a hacer algo semejante?; es decir, ¿dejar totalmente nuestras prerrogativas –que son humanas– para asumir las condiciones de un ser humano sin prerrogativas divinas? Pero preguntémonos algo todavía mayor: ¿qué necesidad tenía Dios de enviar a su Hijo sin las prerrogativas de Dios?, ¿qué necesidad había?, ¿ustedes lo harían por un hijo suyo?
La única respuesta que podemos encontrar, y que es la auténtica, es que Dios lo hizo para mostrarnos, a través de su Hijo, el gran amor que tiene por nosotros, sus creaturas predilectas: el ser humano. Pero también para darnos un camino ante las circunstancias que –en razón de la libertad que Dios nos ha dado– se producen, generando injusticias, tragedias y muerte, sin tener Él la responsabilidad de haberlas provocado. Eso es muy difícil, por eso el camino de Jesús es un camino propio para todo buen discípulo de Cristo.
Y eso es lo que pide el Profeta Isaías en la Primera Lectura, que recordemos nuestra condición de discípulos y que, como dice él: “mañana tras mañana el Señor despierta mi oído para que escuche yo, como discípulo” (Is.50,4) Y así aprenda de mi maestro, de mi maestro Jesús.
Por eso les propongo, ahora que vamos a escuchar este relato de la Pasión, según el Evangelio de san Lucas, que nos preguntemos si hemos aprendido a tener las actitudes que Jesús manifiesta a lo largo de su Pasión: situaciones adversas, difíciles, de traición, de persecución a muerte sin merecerla; en fin, ir escuchando el relato y preguntándonos, cada uno de nosotros, si esta actitud que muestra Jesús en su camino a la muerte en cruz, la hemos asumido en algún momento de la vida, si hemos aprendido como buenos discípulos.
Si descubrimos que todavía son muchas las cosas que tenemos que aprender de Jesús, que estos días de la Semana Santa nos motiven a tener esa fortaleza de Jesús, que estaba basada en la confianza en Dios su Padre, y en el amor que le tenía. Aprendamos también cada uno de nosotros a confiar en el inmenso amor que Dios nos tiene. Con estas actitudes, vamos, pues, a disponernos a escuchar el relato de la Pasión, según el Evangelio de san Lucas (Lc. 22,14-23,56)
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