Que el Dios de la paz los enriquezca a ustedes con toda clase de dones para cumplir su voluntad (Heb. 13, 20-21).
Estas palabras que escuchábamos en la primera lectura nos iluminan para este momento de su ordenación diaconal. Es en ese Dios de la paz en quien hay que confiar y de él recibimos los dones para cumplir la voluntad de Dios Padre en el ejercicio del ministerio que ustedes hoy van a recibir.
El diaconado permanente es una antigua tradición de la Iglesia que nace con los mismos apóstoles como narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, ahí afirma el agobio que tenían los apóstoles para la atención de las comunidades cristianas lo que mueve a los discípulos de Jesús a elegir siete diáconos, siete hombres justos y prudentes para dos cosas: para poder administrar los bienes que los mismos fieles cristianos llevaban a los pies de los apóstoles y para poder atender la caridad de la comunidad cristiana hacia los más necesitados (Hechos 6, 1-6).
Estas dos dimensiones son las que hicieron surgir en la iglesia primitiva, con gran fecundidad, la presencia del diaconado permanente y por eso el Concilio Vaticano II, teniendo en cuenta ese criterio tan importante, que era volver a las fuentes del cristianismo para renovar a la iglesia en los tiempos actuales, vio conveniente y muy razonable reinstaurar el orden del diaconado permanente como fue desde el principio en esta doble dimensión para ayudar a los sucesores de los apóstoles, a los obispos, en la administración de los bienes y en la distribución de los mismos al servicio de la caridad, de las necesidades, de los mismos fieles cristianos o incluso de aquellos otros que encontramos en el camino y, aún no siendo de nuestra comunidad, Cristo nos urge atender, como lo hemos visto hoy en el evangelio de este día, de esta tarde (Mc. 6,30-34)
Jesús tiene la sensibilidad, tanto de darle a cada uno de sus discípulos los tiempos necesarios para la oración, el descanso y la actividad, como para conocer las necesidades que le manifestaban los enfermos o simplemente los que buscaban un consuelo espiritual. Por eso, es interesante lo que hoy en la Carta a los Hebreos recomienda el autor diciendo: no se olviden nunca de practicar la generosidad y de compartir con los demás los bienes de ustedes, porque estos son los sacrificios que agradan a Dios (Heb. 13,16).
El diaconado permanente reinstaurado por el Concilio pide que hombres como ustedes, sean célibes o sean casados, puedan seguirse manteniendo con su profesión propia, con su empleo y, en esos ámbitos laborales puedan servir a la Iglesia.
Por eso es interesante esa observación: no se olviden nunca de practicar la generosidad y de compartir con los demás los bienes de ustedes, porque estos son los sacrificios que agradan a Dios (Heb. 13,16).
Y añade el autor, obedezcan con docilidad a sus pastores pues ellos se desvelan por ustedes, sabiendo que tienen que rendir cuentas a Dios (Heb. 13,17).
Ustedes saben pues que están llamados a ayudar al obispo en su misión y auxiliar a los colaboradores indispensables del obispo, que son los presbíteros, guardando para ello un gran espíritu de comunión. Eso es lo que le pedimos hoy al Señor para cada uno de ustedes, y eso en la actividad propia que les asignaremos en su momento a cada uno mediante el padre Miguel Ángel Saloma, aquí presente.
Él será el presbítero que me ayudará, para que los acompañe, y él les dará a conocer en un tiempo oportuno, en los próximos días, el destino de su misión entre nosotros.
Gracias, padre Miguel Ángel Saloma, y gracias a cada uno de ustedes por haberle dicho sí al Señor para servir a la Iglesia en esta misión.
Que así sea.
+ Cardenal Carlos Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México.
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