Aspiren a los dones de Dios más excelentes, voy a mostrarles el camino mejor de todos. (1 Cor. 12,31).
Con estas palabras, san Pablo nos enseña ese don más excelente y ese camino que hay que recorrer. ¿Cuál es el mejor de todos? Hay muchas maneras de servir a Dios, de honrarle y las va diciendo el apóstol, como lo hemos escuchado, pero todo ello, todas las formas de servir a Dios son para que nosotros alcancemos ese don más excelente: el amor. Esa es la razón, el objetivo, por el cual debemos realizar cualquier actitud de servicio y de honra a Dios.
El apóstol indica que el don más excelente es aprender a amar, pero en nuestro tiempo hay mucha confusión sobre el concepto de lo que es el amor, y por eso es interesante lo que hoy presenta el apóstol para que hagamos un examen de conciencia y revisemos si en ese camino andamos, cuando él dice: el amor es comprensivo (1 Cor. 13, 4), revisar si yo lo soy, si yo he ido aprendiendo a ser comprensivo o me impongo a los demás con lo que yo pienso.
El amor es servicial y no tiene envidia, no es presumido ni se envanece, no es grosero, ni egoísta, no se irrita, ni guarda rencor, no se alegra con la injusticia, goza con la verdad (1 Cor. 13,4). Si hacemos este examen de conciencia seguramente encontraremos más de una de estas actitudes en las que, o nos cuesta trabajo actuar así o hemos tropezado y hemos ido por otro camino.
El amor, dice san Pablo, disculpa, confía, espera y soporta sin límites (1 Cor. 13, 7). Esta manera de revisar nuestra conducta y nuestro actuar, y sobre todo, lo que está dentro en nuestro interior, en el corazón, lo que es nuestro secreto de vida, que sólo yo conozco, ahí es donde tenemos que revisar delante de Dios, en su presencia, este examen, para darme cuenta si estoy caminando hacia el aprendizaje del amor.
Pablo explica también, para nuestro consuelo, que dicho aprendizaje es un proceso. Como el proceso humano de las diferentes etapas: niño, adolescente, joven y adulto (1 Cor. 13,11). Por eso no debemos desanimarnos, si vemos que estamos todavía atrasados en este aprendizaje del verdadero amor.
El apóstol indica que estos dones excelentes son la fe, y la esperanza, para alcanzar el amor.
La fe nos ilumina porque nos ayuda a descubrir la mano de Dios presente encuesta vida para favorecernos, porque es un Dios que nos ama, que es padre, está para ayudarnos, está para iluminar nuestro camino en la vida.
La esperanza es la que nos ayuda a confiar. Siempre tener claridad que es alcanzable lo que pretendemos, es posible, es viable, esto genera esperanza. Así nos comprometeremos precisamente porque hay esperanza.
Por eso, la fe y la esperanza son nuestros faros con los cuales debemos caminar siempre en nuestra vida, pero el objetivo de la fe y la esperanza es que alcancemos el amor como lo ha descrito san Pablo, porque la fe terminará cuando nos encontremos cara a cara con Dios (1 Cor. 13,12), y la esperanza cuando veamos que efectivamente hemos logrado la meta de todo discípulo de Cristo: entrar en la intimidad con Dios Trinidad, entrar en la vida divina y compartirla, entonces ya no habrá necesidad ni de la fe, ni de la esperanza, sino será la plenitud del amor, que esa sí es eterna.
Así es como nosotros podemos entender nuestra vocación, que anuncia hoy en la primera lectura el profeta Jeremías, dirigida a cada uno de nosotros, escuchémoslo: desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras te consagré (Jer. 1,5). El Señor nos conoce y eso es lo que nos da la confianza en Él. el Señor nos consagra, Él es el que nos da el Espíritu Santo para ser profetas.
¿Qué significa ser profeta?, hablar en nombre de Dios y ¿cómo lo podemos hacer?, con nuestra vida, si esta vida va caminando iluminada por la fe y la esperanza y nuestra vida va siendo un testimonio de ese aprendizaje en el amor, ahí estaremos siendo profetas, gozaremos con la verdad; nos dolerá la injusticia y lucharemos porque no sea así. El profeta, discípulo de Cristo, de esta manera, con su vida da testimonio de lo que Dios espera de nosotros; así habla el profeta con su vida, en nombre de Dios.
¿Y qué es lo más difícil? ¿por dónde tenemos que empezar? El Evangelio de hoy lo indica con toda claridad el mismo Jesús, cuando él, consciente de que nadie es profeta en su tierra, la visita y se presenta en ella (Lc. 4, 21-30).
¿Qué es lo más difícil?, convencer con nuestro testimonio a quienes nos conocen desde que nacemos, o desde que crecemos, o por la amistad de muchos años, a nuestros familiares y a nuestros amigos. Porque conocen nuestras imperfecciones y limitaciones, cuando nosotros hagamos un señalamiento profético no nos creerán, porque será para ellos una intromisión en su vida, una exigencia de analizar su comportamiento y rectificar.
Siempre como lo dice san Pablo aparecerán los celos y la envidia, decir “tú eres uno como yo”. Lo más difícil siempre será comenzar con la propia familia; pero es ahí donde testimonia Jesús que hay que iniciarnos.
Pidámosle a Dios que nos dé esta fortaleza del espíritu para ser profetas en nuestra propia tierra, entre los nuestros, para ser profeta que aprenda siempre a caminar hacia el amor, y con ello, demos testimonio convincente y eficaz.
Pidámoselo así a nuestra madre, a María de Guadalupe, quien para eso ha venido, para mostrarnos la ternura y el amor de Dios. ¡Aprendamos de ella!
Que así sea.
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