Iglesia en México

Homilía del cardenal Aguiar en la Natividad del Señor

“¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, al mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! (Is. 52, 7).

Dos preguntas nos podemos hacer a partir de esta expresión del Profeta Isaías: ¿Quién es este mensajero? y ¿Cuál es la buena noticia que nos trae?

La Segunda Lectura afirma con toda claridad que este mensajero de buenas noticias es Jesucristo. La Carta a los Hebreos expresa: “Ahora, en estos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, y por medio del cual hizo el universo” (Heb. 1,2).

Se refiere, pues, a esta esperanza de la llegada del buen mensajero, que se realiza en Jesucristo, pero, ¿cuál es el mensaje que trae? ¿Cuáles son estas buenas noticias? Escuchemos el texto de la Carta a los Hebreos: “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios. La  imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su Palabra poderosa. Él mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios” (Heb. 1,3).

El mensajero es la noticia. La misma persona que trae la buena nueva, es la Buena Nueva. ¿Y por qué es la Buena Nueva? Afirma el Evangelio de San Juan, en la parte final, que a Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado (Jn. 1,18); es decir, el mensajero es Dios mismo en la persona del Hijo, pero viene a revelar lo que jamás el hombre imaginó, por más que buscó a través de las huellas de la Creación, a través de la vida humana, a través de las costumbres religiosas, buscó siempre a Dios de distintas maneras, pero jamás imaginó cómo era el verdadero Dios.

Siempre pensó que había muchos dioses, y cuando llegó a la convicción de que nada más podía haber un Dios, nunca imaginó que Dios era uno, pero en tres personas. Una trinidad de personas que comparten la misma naturaleza y que viven en plena comunión. Y no obstante que las tres tienen todo el poder, nunca se pelean, nunca entran en conflicto, sino que están plenamente de acuerdo: la comunión es la naturaleza de Dios. Esto jamás lo soñó el hombre.

Tuvo que venir el Hijo -por eso nació en Belén- para decirnos quién era Dios, cómo era Dios, y a partir de eso comprendernos a nosotros, porque nosotros somos imagen y semejanza de Dios. Por eso, los conflictos, las guerras, la violencia, la agresión, van en contra del proyecto de Dios. Nunca tienen una justificación. La concordia, la armonía, la amistad, el amor, expresan la naturaleza divina a la cual hemos sido convocados y creados para poder vivir.

Dios conoce nuestra fragilidad, nuestra limitación. No somos Dios, pero -dice San Juan- estamos llamados a ser sus hijos. Así lo dice hoy el Evangelio: “Y aquel que es la Palabra, se hizo hombre; habitó entre nosotros, y nosotros, los que creemos en Él, nacemos de Dios. Nos hace sus hijos” (Jn. 1,14).

La gracia, la ayuda de Dios, nos viene cuando aceptamos este mensaje, cuando somos bautizados, cuando venimos a Misa y nos alimentamos del Pan Eucarístico, presencia del Verbo Encarnado, presencia de Jesús, porque nos da la fortaleza para poder caminar conforme a nuestra naturaleza, conforme al proyecto que Dios ha diseñado para nosotros.

Si no estamos en comunión con Dios, nuestro Padre, a través de Cristo, y por medio del Espíritu Santo, nos desviaremos una y otra vez, nos pelearemos una y otra vez, nos confrontaremos siempre, y Dios nos ha llamado a la paz. Por eso este es el título que ayer el Profeta Isaías nos recordaba: “Jesús será el príncipe de la paz”, por eso Jesús es Rey, porque su Reino es el Reino de la Paz. (Is. 9,5).

Pidámosle al Señor, en esta Navidad, que volvamos a entender por qué nace Jesús, para qué deja la Iglesia y cuál es nuestra misión. Pidámosle que sepamos transmitirlo a los demás. Que así sea.

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

DLF Redacción

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