Iglesia en México

Homilía del cardenal Aguiar en la Misa de Nochebuena

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Is. 9,2).

Así comienza el texto del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura. Por eso es bueno preguntarnos en qué consiste el caminar en tinieblas, y en qué consiste el caminar teniendo una gran luz.

Considero que todos tenemos la experiencia de que cuando vamos a oscuras podemos tropezar, caer; tenemos que levantarnos, vamos con temor, no sabemos qué hay a la distancia y podemos perdernos, podemos ser atracados. Caminar en tinieblas es correr muchos riesgos. En cambio, al caminar con luz tenemos claridad, sabemos lo que pisamos, con quién nos encontramos. A luz plena se ve a larga distancia y sabemos hacia dónde ir.

El profeta aplica esta experiencia humana no sólo al hecho de caminar, sino que quiere hacernos entender a qué vino Jesucristo al mundo. Para caminar en las calles, hoy no sólo tenemos la luz del sol, sino que también contamos con luz eléctrica para poder ir de noche. Pero el profeta nos lleva a desentrañar el misterio de la venida de Cristo cuando nos anuncia que veremos una gran luz: esta luz es para caminar en la vida, es una luz para nuestro interior, es para que nos conozcamos a nosotros mismos y sepamos cuál es el proyecto que Dios tiene para mí, para mi vida, y descubrir la conducta que debo llevar, la relación que debo tener con los demás. ¡Para eso vino Jesús!

Ahora podemos encontrar algunos elementos, tanto en la primera lectura como en la segunda, que nos introducen a conceptos propios de esa luz. Por ejemplo, el profeta Isaías habla de la justicia y del derecho. Afirma que para eso va a venir el Mesías, para consolidar la justicia y el derecho (Is. 28,17), desde ahora y para siempre.

Este elemento de la justicia lo retoma el apóstol san Pablo en la segunda lectura, cuando expresa que debemos vivir de una manera sobria, justa y fiel a Dios (Ti. 2,12). ¿Qué quieren decir estos conceptos? La justicia, que casi siempre percibimos de la humanidad, es muy dispareja: no hay una equidad en su aplicación, pues la aplicamos los hombres, que podemos equivocar una y otra vez, que a veces no contamos con los testimonios necesarios y fidedignos para aplicar las sentencias. En cambio, la justicia que trae Jesucristo es una justicia salvífica; es decir, no se trata de penalizar a aquél que tiene una conducta equivocada, sino de rescatar al que ha caído en ella. ¡Eh ahí la diferencia!

En nuestra justicia, la humana, el que obra mal se hace acreedor a una pena, que incluso pude ser la cárcel. Para Dios no es así. La justicia es ayudar al que cayó a levantarse, a redimirse. A eso vino Jesucristo: a darnos esa capacidad de reconocer que toda creatura humana es digna, y es esto lo que el evangelista Lucas nos trata de decir cuando describe esa sencillez ordinaria, sobria, austera, pobre, en la que nace Jesús.

Cuando dice que a María le llegó el tiempo de dar a luz y tuvo a su Hijo, lo envolvió en pañales, lo recostó en un pesebre porque no hubo un lugar para ellos en la posada, se refiere a cosas totalmente humanas. Pero después el ángel vuelve a decir que esta será la señal con la cual vamos a reconocer a Jesucristo: encontrarán al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Hoy, es ahí donde encontramos al Niño Jesús, en la cotidianidad de las relaciones humanas; en la humildad de las personas; en el reconocimiento de la dignidad de ese Niño que, aún su Madre no teniendo una cuna, le consigue un pesebre; que, no contando con más recursos, le brinda el cariño, el amor y la atención, porque es un ser humano que trae su propia dignidad. Esta es la enseñanza fundamental: Dios se encarna, se hace hombre, uno como nosotros, para que en la sencillez del ser humano se esconda el misterio de Dios.

Si nos cuesta trabajo encontrar a Dios, es porque lo queremos buscar siempre en milagros o intervenciones prodigiosas, en cosas espectaculares, que nos llamen la atención. A Dios lo vamos a encontrar siempre que respetemos y ayudemos a nuestros prójimos, especialmente a los más necesitados. Siempre que los auxiliemos, encontraremos en ellos al Niño Jesús. Esta es la señal. Con esto Dios quiere mostrar nuestra grandeza: somos dignos ante sus ojos, y por eso nos ama, y por eso su justicia no es penal, es salvífica.

¿Ven por qué hoy es el gran día que celebra la fe católica? Porque siempre habrá esperanza, y la esperanza ya ha tocado a nuestra puerta. La esperanza es Jesucristo, que se hace presente en esta Eucaristía, en los sacramentos, en la oración, en la comunión de la Iglesia, cuando nos unimos para ayudarnos a ser como Jesús. Por eso en esta noche, de corazón les deseo una muy feliz Navidad, que recordemos el gran amor que Dios nos tiene al enviarnos a su Hijo, naciendo del seno de María. ¡Que así sea!

Cardenal Carlos Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

DLF Redacción

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