Cuando entren en una casa digan: que la paz reine en este hogar (Lc. 10, 5).
Hoy las tres lecturas insisten en el tema de la paz, en esa vivencia tan importante para el ser humano, y además, afirman que es el proyecto de Dios para nosotros.
La primera lectura lo decía claramente centrándolo en la icónica ciudad de Jerusalén, afirma: alégrense con Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman; alégrense de su alegría, todos los que por ella llevaron luto, porque yo haré correr la paz sobre ella como un río y la gloria de las naciones como un torrente desbordado (Isaías 66, 10-14).
Isaías, recuerda hoy, que éste es el proyecto de Dios para nosotros, ¿qué hace falta para que se haga realidad con mayor plenitud para quienes habitamos en esta gran ciudad y en este gran país, y en general, en el mundo entero?
Jesús instruye a sus discípulos diciéndoles que vayan a las casas, que toquen las puertas y en donde les abran y encuentren gente amante de la paz, ahí se cumplirá este deseo.
Es decir, la paz es un deseo de Dios para nosotros, un proyecto, pero no se va a cumplir si nosotros no lo aceptamos, si nosotros no amamos la Paz.
¿Y en qué consiste la paz? Cuando nosotros hemos hecho algo bueno, en nuestro interior experimentamos una profunda alegría, ese fruto es la paz; por tanto, para anunciar la paz hay que experimentarla en nosotros, discerniendo el bien y llevándolo a la práctica. Pero esto no lo podemos hacer solos, ni siquiera el anuncio; Jesús envió a sus discípulos de dos en dos, y luego se reencontraron los 72 enviados para intercambiar su experiencia. Y compartieron que encontraron mucha gente amante de la paz.
¿Cuál es la raíz de la Paz, la raíz de esa experiencia que nos permite saborear en nuestro interior la alegría y la satisfacción de hacer el bien. La enseñanza de la Iglesia, a través de los siglos, ha clarificado que la raíz es el respeto a la dignidad del ser humano.
Respetar la dignidad humana es el principio de la Paz, y lo contrario a ese respeto es la violencia, es la agresión, es la imposición al otro. La dignidad humana la respetamos cuando dialogamos, cuando nos escuchamos, cuando reconocemos en el otro que ahí habita el Espíritu de Dios; y por ello, el otro es mi hermano.
Anunciar la paz sí es importante, pero no basta, hay que compartirla y hay que vivirla para dar testimonio de que es alcanzable, de que está en nuestras manos el lograrla.
Hoy San Pablo explica que este proceso de anuncio y realización del proyecto de Dios para que alcancemos la paz es un proceso que implica asumir la Cruz de Cristo (Gal. 6,14-18) es decir, asumir las adversidades, los sufrimientos, las situaciones trágicas, dolorosas, lamentables, con la misma actitud de Jesús, y así somos plenamente discípulos suyos.
Para poder vivir la cruz propia nos necesitamos dar la mano, necesitamos ser siempre acompañantes del otro, acompañantes desde la familia.
Si en la familia hay violencia, se deshace ese ambiente favorable a educarnos en la paz; en la vecindad, si los vecinos ni se conocen y no se visitan entonces es muy difícil generar estos lazos de amistad que propician y favorecen la paz; la adversidad estará siempre presente y por eso nos necesitamos en estos distintos ambientes de la vida, agruparnos, conocernos, encontrarnos, participar de nuestras experiencias y fortalecer nuestro camino ante cualquier adversidad que encontremos.
Fíjense qué hermoso, lo que dice el Profeta Isaías, en la primera lectura: yo haré correr la paz sobre Jerusalén como un río, como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas, como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo, ustedes serán consolados (Isaías 66, 12-13).
¿Por qué vienen aquí?, ¿por qué están aquí en la Basílica?, ¿por qué nos gusta tanto encontrarnos aquí?, porque tenemos esta Madre que nos consuela, que en nombre de Dios ejerce este ministerio de agruparnos, de arrullarnos, de consolarnos. Madre tierna y cercana, madre que entiende y escucha, madre que actúa y que acompaña, María de Guadalupe.
Hermanos, ella tiene también esta misión, de llevar a cabo este proyecto, tengamos confianza, nos parece imposible revertir todos los dinamismos de violencia, de inseguridad, de cultura de la muerte; sin embargo, Dios está de nuestra parte, no nos va a fallar; pero tenemos que creer en su proyecto y debemos aceptarlo, formándonos como amantes de la paz para que en la casa en que vivimos, que es la casa de María de Guadalupe, aquí puso su casita para nosotros, esa casa se extienda por todos los continentes, y especialmente en nuestra patria; tengamos fe, tengamos confianza y eduquemos en nuestro alrededor, personas amantes de la paz, respetuosos de la dignidad humana, y a la violencia afrontémosla con la justicia, o incluso mejor aún, como Cristo, con el amor.
Que el Señor los bendiga a todos con esta esperanza que genera su Palabra, y por su testimonio de vida, cuando se entregó a la Cruz por nosotros.
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México
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