Iglesia en México

Homilía del Cardenal Aguiar en el I domingo de Cuaresma

“Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto y se estableció allí con muy pocas personas” (Deut. 26,5).

En esta primera lectura Moisés enseña al pueblo a recordar su historia, expresa que reconociendo su origen, de dónde venimos, entenderemos lo que hemos recibido de las generaciones anteriores: las costumbres, las maneras de vivir, la relación con Dios y la relación entre todos los miembros del pueblo de Dios.

Es necesario conocer mi historia personal, conocer la historia de mi familia, conocer la historia de mi pueblo al que pertenezco. Cuando lo hacemos, descubrimos la mano de Dios a través de esa historia, y nos sirve para tener claridad de por qué venimos, por ejemplo, aquí, a esta Basílica de Guadalupe.

Si no conocemos su historia, nos parecerá simplemente una ocasión de turismo, de conocimiento de un lugar atractivo. En cambio, si conocemos la historia, sabremos cómo Dios ha caminado con nosotros, conoceremos por qué envió a María de Guadalupe, conoceremos también por qué nuestros padres, las generaciones anteriores, nos han dejado esta herencia, este templo, este espacio, y como dice Moisés a su pueblo: entonces entenderás por qué traes tus primicias y adorarás a tu Dios (Deut. 26,10).

Con esto cumplimos un primer paso muy importante, y ésta es la enseñanza del pueblo de Israel para nuestra Cuaresma, que también nos reitera el mismo Jesús en el Evangelio. Porque para conocer nuestra historia en esos distintos ámbitos es necesario lo que hace Jesús. Dice el Evangelio de hoy: Jesús lleno del Espíritu Santo, y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, buscó un lugar de silencio, buscó darse el tiempo para adentrarse en su corazón y descubrir la Palabra de Dios, que es precisamente esa escucha, lo que le ayuda a superar las tentaciones (Lc. 4, 1-13).

Nosotros también en nuestros contextos tenemos muchas tentaciones, más que nunca en este tiempo en donde la conducta social ya no se orienta por valores que todos aceptamos, y ha quedado muy pluriforme, variada y contrastante, la manera de entender, cuál debe de ser nuestra conducta en la sociedad.

De forma que necesitamos también en esta Cuaresma, como lo hace Jesús, darnos tiempo para entrar en nuestro interior, para conocer nuestra historia, para descubrir la mano de Dios, la intervención que Dios ha hecho ya, en cada uno de nosotros y en los que nos rodean.

Si no nos damos esos tiempos de silencio, esos momentos de reflexión personal, no podremos alcanzar la salvación que san Pablo anuncia en la segunda lectura: La salvación está muy a tu alcance, pero tienes que tener en cuenta tu boca y tu corazón, que estén sincronizados, que lo que tú hables sea lo que está dentro de ti y lo que está dentro de ti sea lo que expreses con tu boca. Lo que debes de descubrir, que debes de asimilar en tu corazón es que Cristo ha venido para darte vida, para acompañarte y plantearte el camino de la salvación (Romanos, 10, 8- 13).

Por eso, la Cuaresma nos invita a contemplar, sí a Cristo crucificado, pero a ese Cristo que resucita de la muerte.

Cuántos de nuestros vecinos o conocidos se encuentran en una depresión, en una situación de tristeza, en una situación en la que no encuentran significado a su vida, pero al contemplar a Cristo, y adentrarse en lo que Él ofrece, nos da la salvación, nos levanta la esperanza, que es aquella virtud que nos da la oportunidad de volver a reconstruir nuestra vida.

Por eso san Pablo lo dice con toda claridad: basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor, y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos para que pueda salvarse (Romanos, 10,13).

Esa es la finalidad de los tiempos de reflexión y de silencio que la Iglesia nos invita a tener durante estos 40 días hacia la Semana Santa, hacia los días en que recordaremos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Pidámosle a María. Que de las primeras cosas que nos señala el Evangelio de ella, es que sabía guardar en su corazón y meditaba todas aquellas cosas donde veía que la mano de Dios se aparecía, y por eso supo dar su respuesta vocacionalmente en plenitud.

Nosotros también podremos hacer lo mismo, corresponderle a Dios todo lo que ha hecho por nosotros, todo lo que espera de nosotros, si sabemos como María, meditar aquellas cosas donde vemos que Dios ha estado con nosotros y guardarlas en nuestro corazón.

Que así sea.

Cardenal Carlos Aguiar Retes

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