María y José llevaron al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (Lc. 2,22).
Esta es la fiesta litúrgica que recuerda ese momento tan importante, en el cual José y María presentaron en el templo al Niño Jesús (Lc. 2,22), agradecidos por ser los elegidos para generar en Él -como lo dice después el texto del evangelio-, la fortaleza necesaria para cumplir su misión. La primera lectura refiere que eso estaba anunciado: He aquí que yo envío a mi mensajero (Ml. 3,1).
Jesús es el mensajero de Dios Padre; le tocó a María ser la madre, para darle -como dice la segunda lectura-, la condición en todo semejante a nosotros: ser un hijo, con todos los condicionamientos de la naturaleza humana (Heb. 2,14-18), dejando su condición divina de Hijo de Dios, a fin de mostrarnos, que el mismo ser humano puede llevar a cabo la misión de Dios para la que hemos sido creados.
Ésta es la fiesta de la Presentación de Jesús al templo. Y, ¿qué hemos hecho aquí al iniciar esta celebración? Recibir, conforme a la tradición de sus mayores, al Niño del pueblo. Ustedes, gracias a sus antecesores, tienen esta hermosa tradición de llevarse al Niño Jesús a sus hogares, para que después vaya visitando a las diversas familias que lo aceptan.
¿Qué significa esto? Es ejercer, de una manera clara, este legado, en el que se va mostrando al pueblo, que el Niño Jesús, que Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote -como dice la Carta a los Hebreos- misericordioso con nosotros, y fiel con Dios (Heb 2,14-17), está y camina en medio de ustedes. Así entiendo yo la alegría que manifiestan los chinelos cuando acompañan al Niñopa; es la alegría de saber que no estamos solos ni abandonados de Dios, que Él camina con nosotros.
En esas visitas que van haciendo a los hogares, cada día se manifiesta la presencia de Dios con nosotros. Así, esta imagen representa la misión de Jesús -como dice el texto del Evangelio- cuando anuncia que un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, dice: “Ya he visto con mis propios ojos a tu Salvador, como me lo habías prometido, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc. 2, 22-32).
La llegada de Jesús es la llegada de la luz. ¿Ven por qué encendimos las velas cuando llegó el Niñopa, y caminamos con ellas hasta llegar al altar y depositar aquí su imagen? Porque Él se convierte en luz que ilumina nuestro camino. Nuestra vida siempre tiene momentos de tinieblas, de sombras, de angustia, de ansiedad; momentos difíciles en que necesitamos una luz que nos aclare qué es lo que debemos hacer.
Si volvemos a Jesús nuestra mirada y si escuchamos su Palabra, como lo estamos haciendo en este momento, el Espíritu de Dios entra en nuestro interior; nos ayuda y nos fortalece para afrontar aquellas adversidades que nos toca vivir, y también nos da alegría cuando alcanzamos éxitos o vivimos situaciones favorables.
Cuando se carece de empleo, y se encuentra uno, el corazón se alegra. Cuando se tiene un nuevo hijo y nace bien, ocurre lo mismo; cuando se le ve crecer, y ser al tiempo un hombre que colabora y ayuda a los demás, que va caminando para hacer el bien, produce también una inmensa alegría. Todas estas situaciones son presencias de la mano de Dios en la vida humana, que se realizan cuando nosotros iluminados por nuestra fe, abrimos nuestro corazón para descubrir que Dios camina con nosotros.
Por eso, este es un día de inmensa alegría, de gran devoción y de gratitud de quienes hoy entregan la mayordomía del Niñopa, para una nueva familia lo reciba y tome la encomienda. El fin de venir aquí, al templo, es recoger esta escena del Evangelio. Así lo entendieron los primeros evangelizadores, se lo transmitieron a sus antecesores, y ustedes lo han continuado.
Esta hermosa tradición es para que no sea el 2 de febrero solamente, sino todos los días, la fecha en que recuerden que Jesús está para ayudarlos, que Jesús está en medio de su pueblo, que Jesús es misericordioso, comprensivo, y al mismo tiempo fiel a Dios (Heb 2,14-17), a quien le pide que haga descender su gracia y que ustedes caminen bajo su Espíritu.
Que este día sea también para decirle: “Gracias, Señor”, por mantener nuestra devoción y acordarnos cada día del año, que Él está con nosotros. Que ese sea su mayor consuelo en los momentos de tristeza y de angustia, y que ese sea el motivo de su gratitud por lo que reciban a lo largo del año.
Pidámosle a Dios, Nuestro Padre, por quienes ejercieron la Mayordomía el año 2018, este servicio a toda la comunidad, y por la Mayordomía que hoy recibirá esta nueva encomienda. ¡Que así sea!
+ Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México.
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