Iglesia en México

Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el III Domingo de Cuaresma

¿Cómo es que tú siendo judío me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Jn 4,9).

Este denso pasaje del Evangelio de san Juan que narra el diálogo entre Jesús y la samaritana tiene una riqueza muy grande para descubrir la nueva manera de relacionarnos entre nosotros, para poder encontrar a Jesús, el encuentro vivo con él y para poder ejercer también una nueva manera en la relación con Dios en espíritu y en
verdad.

Voy a detenerme en tres puntos de este diálogo, que me parecen de suma actualidad y de importancia en nuestro tiempo. El primero es cómo Jesús está atento a superar barreras, a superar diferencias que hacen que la gente no se trate entre sí, a superar
muros y a facilitar el diálogo.

La mujer se extraña, ¿cómo tú siendo judío vienes a mí si sabes que nosotros no nos tratamos? y, ¿cómo, además, me pides que te dé de beber agua?

El discípulo de Cristo tiene que aprender a hacer de este ejemplo de Jesús una realidad en nuestras vidas. Como dice el Papa Francisco necesitamos una iglesia en salida, que vaya en busca de sus hermanos, independientemente de lo que piensan, independientemente de lo que creen, es necesario transmitir el camino de la verdad y de la salvación.

El segundo punto es observar cómo el diálogo que se establece entre Jesús y la mujer samaritana se va desarrollando en distintos niveles, mientras que Jesús habla de realidades para adentrarnos en el espíritu propio, en nuestro interior y de la relación con Dios, la mujer habla de cosas transitorias, muy importantes como tener agua para vivir, pero que sólo sirven para este mundo, para nuestro peregrinaje en la tierra.

Poco a poco, Jesús va estableciendo un diálogo donde la mujer descubre que lo importante por encima de las cosas transitorias, que debe atender cualquiera de nosotros para sobrevivir y tener una vida digna, lo más importante es preocuparnos de lo que está sucediendo en nuestro interior.

Misa dominical en la Basílica de Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.

Jesús le hace sentir e incluso pedir el agua que da vida, es decir, le hace ver la necesidad que tenemos de satisfacer el ansia de entrar en una relación con Dios, que me permita conocerlo. Por eso Jesús le promete el agua que da vida, el agua que brota como un manantial desde dentro, para lo cual la mujer tiene que reconocer sus propias condiciones actuales: No tengo marido, es cierto, no lo tienes porque ya llevas cinco y el que está ahora contigo no es tu marido (Jn 4,18).

Reconocer esas realidades en las cuales no he tenido la satisfacción, ni la plenitud de mi vida, porque no he conocido lo que Dios quiere de mí al haberme dado la vida. Este es el diálogo que tenemos que generar al relacionarnos con los demás.

No solamente preocuparnos si va a llover o no, o quién ganó de mis equipos favoritos, o cómo está el clima, o cómo nos debemos de cuidar en esta situación de pandemia y de epidemia en el mundo. Tenemos que atender esas preocupaciones transitorias, pero nuestra preocupación principal tiene que ser, ¿a qué he venido yo? ¿Por qué tengo vida? ¿Para qué tengo vida?

Y eso es posible cuando ponemos en común, cuando compartimos nuestra vida interior con los demás, y cuando hacemos este esfuerzo para que el otro se descubra a sí mismo como lo que es, lo que tiene, lo que anhela, lo que posee y a lo que Dios lo llama. Este es el tercer punto, la necesidad de transmitir lo que vivimos.

Jesús inmediatamente después de tener este diálogo con la samaritana hace dos cosas muy importantes que pueden escapársenos. Cuando sus discípulos regresan y lo encuentran hablando con esa mujer, y a la hora que se despide de ella, dice el texto, se quedaron sorprendidos. Jesús, entonces les dice: Abran los ojos, miren, contemplen los campos que ya están dorados para la siega, ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna, de modo que se alegran igual el sembrador y el segador porque uno es el que siembra y otro el que cosecha (Jn 4,35-37).

Les está diciendo a sus discípulos: hagan lo mismo que yo. Yo estoy sembrando, ustedes van a cosechar, pero levanten los ojos, miren la necesidad que tienen nuestros contemporáneos, aunque sean samaritanos, no hay que dedicarnos solamente a los judíos, hay que dedicarnos a todo aquel que es compañero en la vida. Y la segunda cosa que hace Jesús cuando los samaritanos han escuchado a la mujer, que también a su vez transmitió su experiencia a sus paisanos, ellos se vieron en interés de conocer a Jesús, la mujer también transmite lo que vive a sus compañeros, a su familia y a los demás círculos a tal punto que van y le piden a Jesús que se quede con ellos. ¿Jesús
qué hace? accede, dice el texto, y se quedó con ellos durante unos días.

Hermanos, que en este caminar hacia nuestro interior que todos necesitamos para crecer en nuestra propia espiritualidad, sigamos estos pasos, tener apertura para el diálogo con todos los demás, independientemente de sus condiciones de vida, si están casados por la iglesia o no, si están separados, si ya no creen en Dios, si están en condiciones de indigencia, como sean. Nosotros tenemos que tener esta capacidad, como Jesús, de acercarnos con su método, tratando de entender al otro, pero también ayudándole a descubrir la necesidad que tiene de atender su espíritu y que para ello es necesario compartir.

Finalmente transmitir la buena noticia el Señor vive, nos encontramos con Él, y es el camino para encontrar la verdad y la vida.

El Arzobispo Primado dirigió una oración a la Virgen por el coronavirus este 15 de marzo de 2020. Foto: Basílica de Guadalupe.

Con esta reflexión y a propósito de lo que vivimos en el mundo hoy, de países que han sido castigados fuertemente por la epidemia y otros que estamos en expectativa sin saber qué es lo que sucederá con nosotros, y que queremos cuidarnos y protegernos, estamos aquí con María de Guadalupe, Nuestra Madre, vamos a dirigirnos a ella, vamos a pedirle que nos cuide y nos acompañe, que nos proteja.

El Papa lo hizo ahora recientemente en Roma, quiero también seguir su ejemplo y les pido que juntos hagamos esta oración que muchos la conocen y pueden irla repitiendo junto conmigo. Primero nos vamos a poner de pie y vamos a tener un breve momento de silencio para que cada uno le diga a Nuestra Madre qué es lo que les preocupa en este momento, cuáles son sus angustias, cuáles son sus preocupaciones
fundamentales.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
No desprecies nuestras oraciones, nuestras súplicas,
acompáñanos, protégenos, cuídanos.
Bajo tu amparo nos quedamos Señora Nuestra, Madre Nuestra,
te lo pedimos, por tu Hijo Jesucristo, Nuestro Señor.

Cardenal Carlos Aguiar Retes

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