El Arzobispo Carlos Aguiar Retes, reflexionó este domingo en la Misa de mediodía de la Basílica de Guadalupe sobre 4 elementos por los que podemos conocer a Jesús y qué significa reconocerlo ‘delante de los hombres’.
Al reflexionar sobre la lectura del Evangelio de este domingo XII del Tiempo Ordinario, el Arzobispo Primado de México enumeró estos elementos: Lectura y meditación de los Evangelios, realizada y celebrada en comunidad; formación en los valores evangélicos, compartir la experiencia con los otros, y la oración.
“La experiencia de mi oración me llevará a descubrir la manera cómo Dios me acompaña y sostiene, dándome los dones del Espíritu Santo”, agregó.
En México este domingo se celebra el Día del Padre, por ello durante las intenciones de la Misa se pidió por los papás vivos y quienes gozan ya de la vida eterna.
La Misa en la Basílica de Guadalupe se celebró sin la presencia física de fieles, como se ha hecho cada domingo desde el pasado 22 de marzo, debido a la pandemia de COVID-19.
“A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”.
Qué significa reconocer y qué significa negar a Jesucristo. El contexto del pasaje explica la afirmación de Jesús teniendo en cuenta la relación de esta vida terrena con la vida eterna; es decir, quien crea y confiese su fe en Jesucristo aquí en la tierra, Jesús le garantiza que él lo hará entrar a la Casa del Padre; pero quien, habiendo recibido el anuncio de la fe no lo acepta en su tránsito por este mundo, Jesús no intercederá para que entre a la Casa del Padre y participe de la vida eterna.
¿Cómo y en qué forma podemos reconocer a Jesucristo delante de los hombres? Antes de responder a la pregunta es necesario clarificar cuál es el Dios en quien yo creo. Una cosa es creer en Dios y otra es creer en el Dios revelado por Jesucristo. El hombre por instinto está inclinado a reconocer que existe un Dios, que nos ha regalado la vida y la casa común donde vivimos: la tierra. Pero ese Dios cada uno lo va imaginando a la medida de sus necesidades, de sus relaciones, de las tradiciones en que nace y crece, y a partir de sus diversos contextos de vida.
Ese proceso natural e instintivo, lleva a conceptualizar a un Dios a mi imagen, un Dios que voy construyendo a la medida de mis necesidades, y que muchas veces finaliza en un Dios Ídolo, un Dios que no existe, un Dios que a pesar de mis súplicas no interviene, y que genera el desenlace de no creer en ese Dios que edifiqué, y no creer que exista un Dios verdadero; o bien desata la sed de búsqueda del verdadero Dios.
El conocimiento del Dios revelado por Jesucristo desencadena una experiencia distinta, sobretodo cuando asumimos los elementos necesarios para conocerlo. ¿Cuáles son estos elementos? Señalaré 4 que son esenciales. Primero, la necesidad de leer y meditar los Evangelios y conocer las enseñanzas de Jesús, realizada y celebrada en comunidad. Aquí entra la vivencia de los Sacramentos.
Segundo, debo acompañar mi meditación de la Palabra de Dios con la experiencia de formarnos y compartir la vivencia de los valores evangélicos: a partir de cómo han sido nuestras respuestas ante la injusticia, el sufrimiento, la discriminación, la pobreza económica; y cómo he descubierto la intervención de Dios en mi vida.
Tercero, debo compartir la experiencia alcanzada con mis semejantes, que encuentre en el camino de la vida. Una transmisión más de experiencia y de testimonio, que de conceptos; aunque ambos son necesarios y complementarios. Esta es la misión de la Iglesia: ser una comunidad de discípulos, que viven, siguiendo el ejemplo de Jesús.
Cuarto, los pasos anteriores debo acompañarlos con la oración, una oración que me permita presentarle a Dios mi interior, mi corazón, mis inquietudes, mis luchas, mis dificultades; con la actitud que escuchamos en el Salmo 68: A ti, Señor, elevo mi plegaria, ven en mi ayuda pronto; escúchame conforme a tu clemencia, Dios fiel en el socorro. Escúchame, Señor, pues eres bueno y en tu ternura vuelve a mí tus ojos. Se alegrarán, al verlo, los que sufren; quienes buscan a Dios tendrán más ánimo, porque el Señor jamás desoye al pobre ni olvida al que se encuentra encadenado.
La experiencia de mi oración me llevará a descubrir la manera cómo Dios me acompaña y sostiene, dándome los dones del Espíritu Santo: Temor de Dios, Piedad, Fortaleza, Ciencia, Inteligencia, Sabiduría, y Consejo.
Con este proceso descubriremos al verdadero Dios, revelado por Jesucristo. Precisamente teniendo esta hermosa y consoladora experiencia, no porque todo salga bien, y en todo tengamos éxito y bueno frutos, que ciertamente se darán y debemos agradecer a Dios por ellos; sino porque también tendremos experiencias desgarradoras y dolorosas en la que nos identificaremos con Cristo crucificado. Sin embargo, viviéndolas así, experimentaremos la fortaleza y la paz interior, que serán el mejor signo de que hemos obrado, como Dios Padre lo quería.
El testimonio valiente y sin temor alguno del Profeta Jeremías en la primera lectura es contundente al manifestar su plena confianza en Dios, ante la infidelidad de los supuestos amigos: “Yo oía el cuchicheo de la gente que decía: ‘Denunciemos a Jeremías, denunciemos al profeta del terror’. Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que tropezara y me cayera, diciendo: ‘Si se tropieza y se cae, lo venceremos y podremos vengarnos de él’. Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable.
Una vida así llevada es sin duda la mejor respuesta a la pregunta inicial: ¿Cómo y en qué forma podemos reconocer a Jesucristo delante de los hombres? Hay que ser fieles a Dios, en todas las circunstancias de la vida, por más adversas y trágicas que sean, porque en el momento de nuestro paso de esta vida terrena Él nos reconocerá y nos conducirá a la casa del Padre, donde nos tiene preparada una morada eterna.
Una experiencia así, facilita entender mejor lo afirmado por san Pablo al final de la segunda lectura: Pues si por el pecado de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios.
Cómo cambiaría nuestra patria, si todos los católicos estuviéramos evangelizados y conociéramos a Jesucristo y al verdadero Dios que nos ha revelado; cómo mejoraría nuestra sociedad si todos los cristianos reconociéramos a Jesucristo delante de los hombres en cualquier situación de nuestra vida.
Ésta es la misión que trajo a nuestras tierras a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y es la razón de su permanente presencia entre nosotros. Con el amor que le tenemos y la confianza que nos suscita, pongamos en sus manos nuestro compromiso de evangelizar a México, reconociendo a Jesucristo delante de los hombres.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
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