“El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo” (Mt.22, 2).
La Parábola es una invitación a participar en el banquete del Reino de Dios. Jesús comenzó su misión anunciando: El Reino de Dios ha llegado, conviértanse y crean en
esta buena nueva” (Mc. 1, 15).
Con la llegada de Jesucristo ha iniciado el Reino de Dios en esta vida terrena, porque Él es Hijo de Dios, que al encarnarse asumiendo la condición humana hace presente a
Dios en medio de la humanidad, en medio de nosotros.
La Parábola está dirigida a los Sumos Sacerdotes y a los Ancianos del pueblo para advertirles que al iniciar el Reino de Dios, ellos eran los primeros destinatarios para participar en el banquete de bodas, sin embargo al rechazar a Jesús, están rechazando a Dios mismo, y por ello la sentencia es tajante y firme en la narración: “La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos”.
Lo mismo sucederá con todos aquellos que acepten la invitación pero no lleven el traje de fiesta para el banquete: “Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?’. Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ‘Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, … Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Por eso es tan importante entender y meditar esta Parábola, ya que nosotros hemos recibido la invitación y debemos participar con traje de fiesta.
La profecía de Isaías (Is 25,6-10), ofrece los elementos necesarios para ubicar dónde y cómo se realiza el banquete, y cuáles son los beneficios que recibiremos al participar:
1) Lo primero es recordar que la invitación es general, todos están invitados: “En aquel día, el Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos”.
2) ¿Cuál es el monte sobre el cual se ha preparado el banquete? Dios nuestro Padre, conociendo nuestra frágil condición humana, ha preparado un banquete impensable y sorprendente en el monte Calvario, donde con su muerte Jesús nos redimió, y entregando su vida, se ofreció a sí mismo, siendo obediente a su Padre, hasta la muerte y muerte en cruz.
3) La Eucaristía actualiza la Muerte y Resurrección de Jesucristo, se celebra sobre el altar, memorial del monte calvario, y transmite los beneficios de la Redención de N.S. Jesucristo. Por eso, la Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana. La Eucaristía es el banquete que ofrece a todo el que participa en ella, platillos suculentos: vino exquisito y manjar sustancioso. El Pan de la vida, alimento para fortaleza del espíritu, vigoriza el cuerpo de cada discípulo para aceptar y cumplir la concreta misión recibida de Dios Padre.
4) La Eucaristía, con la proclamación de la Palabra de Dios y con la presencia real de Jesucristo en la hostia consagrada, proporciona la luz para descubrir qué hay más allá de la muerte, y para recibir el consuelo ante cualquier sufrimiento, adversidad, enfermedad o tragedia. Como lo anuncia el profeta Isaías: “Él arrancará en este monte el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo”.
5) La Eucaristía es presencia misteriosa y sacramental, pero presencia real de Jesucristo, el Hijo de Dios, con lo cual se cumple la profecía de Isaías: “En aquel día se dirá: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara”.
6) ¿Y, cuál es el vestido de fiesta que debo llevar, para participar en el banquete de la Eucaristía? La disposición de entregar generosamente mi vida en el cumplimiento de la Voluntad de Dios Padre, y ofrecerla junto al sacrificio de Jesús en la cruz.
7) Finalmente, con estos elementos descritos, quien participa en la Eucaristía, no solo con presencia física, sino con la propia ofrenda existencial como lo hizo Jesús, experimentará una inmensa felicidad y transmitirá en su entorno familiar, social, laboral el anuncio del Profeta: “Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae, porque la mano del Señor reposará en este monte”.
En síntesis: La Profecía de Isaías se ha cumplido en plenitud en la persona de Jesucristo, y se actualiza en cada Eucaristía para los fieles que en ella participan, ofreciendo junto con el pan y con el vino, su voluntad para cumplir la vocación y misión personal y comunitaria.
Por eso es indispensable para la vida cristiana, participar al menos cada domingo en la Eucaristía. No es un simple mandamiento, es una necesidad y un auxilio para ser fiel y leal discípulo de Jesucristo, y colaborar en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, y en la contribución para construir una sociedad fraterna y solidaria. Además descubriremos la acción del Espíritu Santo en nuestra propia persona y en los demás: con lo que desarrollaremos una experiencia viva de nuestra relación con Dios.
Así da testimonio San Pablo: “Hermanos, yo sé lo que es vivir en pobreza y también lo que es tener de sobra. Estoy acostumbrado a todo, lo mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza”. Por eso expresa con firme convicción a su querida comunidad de los filipenses: “Mi Dios, por su parte, con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas las necesidades de ustedes, por medio de Cristo Jesús” (Fil. 4,12-14 y 19).
Estamos invitados no solo a participar sino a dar testimonio de lo que Dios hace a través de nosotros. En esto consiste la misión de la Iglesia, esto explica por qué María de Guadalupe vino a nuestras tierras a dar testimonio de la generosa y dolorosa entrega que hizo de su Hijo querido al pie del Calvario. Pidámosle a ella, que interceda para que también nosotros seamos generosos misioneros del amor de Dios.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y
solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
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