Iglesia en México

Homilía del Arzobispo Aguiar en el IV Domingo de Adviento

José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 20-21).

Esta narración del Evangelio de este IV Domingo del Adviento nos invita a descubrir cómo se dio el nacimiento de Jesús, y quienes fueron, los que con su decisión de aceptar lo que Dios les pedía, hicieron posible el nacimiento de Jesucristo.

María aceptó ser madre, confiada en el anuncio del ángel Gabriel, pero José quedó desconcertado porque no habían convivido juntos, estaban prometidos y piensa no entregarla a las autoridades por infidelidad, sino dejarla en secreto, asumiendo él la responsabilidad; sin embargo, en ese discernimiento, en sueños escucha claramente que el ángel le dice: José, no dudes en recibir en tu casa a María, ella ha concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 20-21), y de esa forma José se hace cargo del nacimiento del Hijo de Dios.

Este acontecimiento significativo para todas las generaciones de la humanidad habla de la tarea que también nosotros tenemos, que Dios está pensando de nosotros, para hacer realidad su presencia en medio del mundo. Para eso ha enviado a su Hijo.

María y José cumplieron su misión y Jesús también lo hizo, encarnándose y asumiendo la condición humana, dejando escondida su condición divina, para entrar en el ser de la humanidad y mostrarnos cómo debemos asumir nuestra propia vida, para él convertirse en Camino, Verdad y Vida.

Lee: Acepta la voluntad de Dios 

 Pero ese hecho histórico lo pensó Dios, lo diseñó Dios para todas las generaciones, y ahí estamos incluidos nosotros. La encarnación del Hijo de Dios es una señal muy clara del amor que Dios nos tiene a todos, pero ese amor tiene que ser correspondido.

A veces pudiéramos pensar “bueno, a María le avisó el ángel Gabriel; a José, un ángel en sueños, y ¿a mí quién me dice lo que tengo qué hacer? ¿Cómo puedo descubrir yo mi propia vocación?, ¿Para qué Dios me ha dado esta vida? Nadie me lo ha dicho, si me lo dijeran como a María y a José, a lo mejor yo también obedecería”.

 Dios da señales, así como la dio a María y a José, da señales a cada uno de nosotros a través de nuestra vida, pero esas señales son a través de nosotros mismos, es decir, de la vida misma que vamos recorriendo y de las relaciones que tenemos con los demás y de lo que acontece en torno nuestro. Tenemos que aguzar la conciencia, y descubrir a través de esto que me ha sucedido, qué debo hacer para corresponder al plan de Dios, y esa es nuestra responsabilidad.

 Con la confianza como lo hizo José. Él estaba preocupado de qué hacer, sin embargo, en sueños se le revela la voluntad de Dios. Quienes han estudiado la psicología humana dicen que los sueños reflejan las preocupaciones y alegrías que llevamos dentro. Pero también con plena conciencia podemos descubrir qué quiere Dios de mí cuando caigo en una enfermedad, cuando me toca vivir en carne propia un drama, cuando tengo una angustia, o cuando veo un grave problema en quienes amo, quiero y convivo, ¿qué quiere Dios de mí?

Para eso es la oración, para pedirle a Dios que nos ayude a entender su voluntad, porque así recibiremos como María y como José la asistencia del Espíritu Santo, que nos fortalece en medio de nuestra natural limitación, en medio de nuestras debilidades. La fuerza del Espíritu Santo es enorme, todo lo puede y cómo dice san Pablo en la segunda lectura, él es el que nos llama, él es el que nos manifiesta su poder.

Dice el apóstol: Dios me concedió la gracia del apostolado a fin de llevar a los pueblos paganos a la aceptación de la fe, para gloria de su nombre y ustedes también están llamados a pertenecer a Cristo Jesús (Rm 1, 5-7).

La fortaleza del Espíritu nos hace afrontar y superar cualquier dificultad y problema en la vida. Por eso María y José son grandes intercesores nuestros, no debemos simplemente recordar la Navidad como un hecho histórico, sino como un hecho actual para nosotros y en esa experiencia, cuando realizamos aquello, que descubrimos Dios nos pide, en esa experiencia iremos constatando que está participándonos Dios de su propia Santidad.

A veces pensamos que la Santidad es el ejercicio de virtudes heroicas, no, esa es la consecuencia. La Santidad es un don que Dios da desde nuestro Bautismo para convertirnos en sus discípulos, en quienes estamos con el deseo de aprender quién es Dios y quién es Dios para mí, para nosotros, pero el discípulo recibe esa gracia en el Bautismo, y en la Confirmación recibe el envío, el mandato, como dice aquí San Pablo, la gracia del apostolado.

Cuando nosotros realizamos algo que nos costó mucho, una decisión difícil, pero que experimentamos que el Espíritu de Dios me asistió, me acompañó, me iluminó y me dio la gracia de salir adelante, no debo callar, ni dejarlo en secreto; por el contrario, debo transmitirlo a los demás, debo dar testimonio de esa experiencia, porque de esa manera me convierto, no sólo ya en discípulo, sino en apóstol.  

Estamos llamados a ser apóstoles, como lo dice Pablo hoy, es una gracia para aquellos que responden a la voluntad de Dios, es el testimonio de que Dios camina conmigo, con nosotros, como pueblo, como sociedad, y que podemos así superar cualquier dificultad, que tengamos que afrontar.

Eso no significa que esa dificultad la resolveremos como nosotros queremos, y ahí es donde Dios nos da muchas sorpresas, muchas señales.

El hombre, como expresa la primera lectura del profeta Isaías sobre el rey Ajaz, no quiere comprometerse con Dios, es una reacción natural, ‘no le pediré una señal al Señor’, claro porque si te da una señal clara te compromete, pero el profeta le dice al rey:

¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. (Is 7, 13-14).

Las señales si las pedimos nosotros, no necesariamente nos las dará Dios, pero las señales las dará cuando menos esperamos, cuando estamos en esa actitud de querer corresponderle a su amor.

Hermanos, que esta Navidad sea para renovar nuestra confianza en el amor de Dios. No tiene otro sentido la encarnación de Jesús. Si se hizo hombre, siendo el Hijo de Dios, fue para redimirnos; es decir, para ayudarnos a salir adelante ante cualquier situación de peligro, de riesgo, de sufrimiento y de muerte.

Que el Señor nos renueve en esta fe, que contemplemos -como nos pide el Papa Francisco, hace algunos días en un mensaje-, que contemplemos el Nacimiento, que así lo ideó san Francisco de Asís, veamos ahí cómo Jesús nace cuidado por dos seres, María y José, que le correspondieron a Dios.

Veamos en ese Nacimiento, que eso mismo que hizo con ellos y gracias a ellos, lo puede hacer con nosotros, cada quien desde su situación. María es nuestra madre, José es nuestro padre adoptivo, ellos nos ayudan también a aprender como cuidar a Jesús en nuestros hermanos.

Que esta Navidad sea para todos nosotros un crecimiento en la fe y en la confianza del amor de Dios, Nuestro Padre.

Que así sea.

Lee: Una Navidad de hechos 

Cardenal Carlos Aguiar Retes

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