Iglesia en México

Homilía de la Misa de medianoche en la Basílica de Guadalupe

Queridos hermanos y hermanas.

Con esta misa iniciamos estas festividades que recuerdan el momento en que la Santísima Madre de Nuestro Señor Jesucristo dio a Juan Diego la señal por la cual, se comprobó que era verdadera su aparición. Y así ha quedado plasmada entre nosotros.

Como lo hemos escuchado en el Evangelio nos llenamos de gozo en el Espíritu Santo al sabernos tan amados de parte de Dios.

Esto lo sabemos nosotros con mucha seguridad por las palabras con que la Santísima Virgen saludará a Juan Diego aquel 12 de diciembre de 1531.

“Hijito mío ¿no estoy yo aquí que soy tu madre? ¿no soy yo vida y salud? ¿No estás en mi regazo y corres por mi cuenta?”

Como Santa Isabel nosotros también nos sentimos conmovidos y consolados por las palabras y la presencia de nuestra madrecita la Virgen de Guadalupe.

Pero no todo se agota en la emoción aunque esta sea la manifestación de la presencia del espíritu.

Como también hemos escuchado en la primera lectura hay muchas razones para sentirnos amenazados, desanimados y llenos de temores.

Así como al rey Ajaz lo venció la tentación de desconfiar de Dios, así también a nosotros nos puede llegar a vencer una tentación semejante y distraernos de nuestra relación con Dios y llevarnos a confiar más en nuestras propias fuerzas.

Tal vez, la ausencia de Juan Diego aquel 11 de diciembre en que había quedado de regresar con la Virgen, obedeciera a este tipo de tentación.

Este mundo nos arrastra a atender los asuntos, suyos, pensando que solos los podemos resolver, sin darnos cuenta de que no estamos solos para resolverlos.

Pero así como Ajax, Dios le envío al profeta Isaías también ahora nos envía el señor a la Santísima Virgen con palabras cariñosas pero no menos exigentes, a darnos cuenta de que es poco lo que nos preocupa, que si necesitamos algo más ella estará dispuesta a ayudarnos.

Maria Santísima es la madre de Jesús, es decir, la madre de Dios con nosotros, en ella cumplió Dios de forma plena la promesa a aquel rey del Antiguo Testamento.

Ahora nosotros cerca de 2 mil años después y gracias a su mensaje del Tepeyac, podemos decir lo mismo, Dios está con nosotros y está atento a que nosotros también estemos con él para dejarnos salvar por él.

Por muy negra o muy triste que parezca la realidad que en el momento oportuno en este tiempo de dolor y de desequilibrio social, Dios ha enviado a su hijo nacido de mujer para redimir a todos los que estamos bajo el influjo de la ley.

Y sostenidos merecedores de la palabra de Santa Isabel “Dichosos porque hemos creído, puesto que Dios cumplirá lo que nos ha prometido”.

¡Alabado sea Jesucristo!

Leer: Récord de peregrinos en la Basílica de Guadalupe

Luz Gómez Vieyra

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