Este viernes 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante, falleció el sacerdote Pedro Pantoja a causa de un paro cardiaco, luego de semanas de haber estado luchando contra el COVID-19. El sacerdote, conocido como el ‘ángel mexicano de los migrantes’, dedicó su ministerio en la Diócesis de Saltillo a la defensa de los derechos humanos de migrantes y refugiados.
Hace dos años, en entrevista, el padre Pedro Pantoja aseguraba que le “hervía la sangre” siempre que recordaba aquella expresión de un amigo hondureño que, tras narrarle hechos trágicos de su travesía hacia Estados Unidos, expresó: “Para nosotros, migrantes, México es el cementerio de los centroamericanos”.
El sacerdote jesuita era un icono en la defensa de los migrantes en México. Alto y robusto, de cabellera descuidada y patillas canas, mirada decidida de párpados abultados, y tez curada al sol, el religioso de 76 años de edad, recordaba a Desde la fe los inicios, hace unos tres lustros, del albergue Belén, Posada del Migrante, en la Diócesis de Saltillo.
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Dicha lugar no nació sólo para dar comida y techo a los migrantes en su paso por la ciudad, sino para salvarles la vida. “Señor, debemos poner una casa, no tanto para darles de comer, sino para tener un lugar para que no los sigan matando”, le dijo Pantoja a su obispo en 2001, y en menos de un año al albergue estaba funcionando.
Meses antes de la fundación, guardias militarizados habían asesinado a balazos a dos jóvenes hondureños, Delmer y David. “Nos manchamos las manos de sangre al recoger aquellos cadáveres”, recordaba.
Como estudiante de Teología en el Seminario Montezuma en Nuevo México, Estados Unidos, vivió en carne propia el ser migrante, pues junto con algunos seminaristas trabajó en las piscas de uva en el Valle de la Muerte, California.
“Ahí –salía contar– conocí y trabajé con César Chávez, viviendo las condiciones inhumanas de los migrantes, y al mismo tiempo, atentos a los procesos de justicia que César inició en California y Arizona”.
Desde entonces, Pedro Pantoja comenzó a predicar lo que él llama el “Evangelio de la justicia”, que fue tomando rostro con el paso del tiempo. Los últimos 22 años se había desempeñado como responsable de la Pastoral de Migrantes de esta diócesis fronteriza, una de las más transitadas por indocumentados centroamericanos.
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El religioso era muy conocido en todo el estado de Coahuila, pues no pocas veces tuvo que dialogar con una sociedad aterrorizada por la nutrida presencia de migrantes que -con el calificativo de “criminales” a cuestas- optan por esta ruta para intentar cruzar por Laredo o Reynosa, en el estado de Tamaulipas.
Si algo le caracterizaba era el trabajo arduo. Tenía claro que la vida del sacerdote no debe ser “cómoda ni alineada; y no vale nada si no acompañamos a nuestros hermanos que son aplastados en su dignidad, uniéndonos a los mismos riesgos de miedo y muerte”, mismos que él asumía.
Muchas amenazas de muerte fueron páginas que la delincuencia agregó a su hoja de vida. La fuerza para enfrentarlas –asegura– no le venían de él, sino de los migrantes y de Dios. “Porque al final, lo que hacemos, no es una obra de caridad, sino del ‘Evangelio de la justicia’, que nos dice claramente: ‘no matarás’”, afirmaba.
La noticia ha consternado a ONGs que trabajan a favor de los migrantes, autoridades eclesiales y civiles, e incluso, la propia Organización de las Naciones Unidas ha expresado sus condolencias.
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