En julio de 2016, con motivo de sus 50 años de ordenación sacerdotal, el Cardenal Norberto Rivera Carrera fue entrevistado sobre su largo transitar al servicio de la Iglesia de Jesucristo. El ahora Arzobispo Emérito ofreció detalles acerca de la forma en que ha sido guiado por Dios desde el momento de su llamado, del importante apoyo de sus padres para ver cristalizada su vocación y de lo que le representa ahora el haber entregado su vida al servicio del Señor y de su Pueblo.
La historia comenzó en un sencillo pueblo de Durango, La Purísima, en la zona de Tepehuanes, donde el ahora Arzobispo Emérito asegura haber tenido una infancia muy feliz, rodeado de sus amigos y guiado por unos padres que se esmeraban en la educación de sus hijos.
“Yo sentí el amor y el cariño; a veces bromeo diciendo que mis papás tenían que quererme porque ya se habían muerto cuatro de mis hermanos, recién nacidos; así, que vengo yo, y pues no hay quinto malo”.
El Cardenal Norberto Rivera Carrera asegura que desde su infancia sintió el llamado de Dios, gracias a que a su pueblo, cada mes, acudía a celebrar la Eucaristía un sacerdote, quien llegaba a caballo a casa de su abuela.
“Era un sacerdote a quien curiosamente la gente grande no quería porque decían que era muy regañón; en cambio, con nosotros los niños, era un cura muy cariñoso, así que, no solamente yo, sino muchos niños nos alegrábamos cuando él llegaba”.
Asegura que sentía una gran admiración por ese sacerdote, quien realmente ayudaba al pueblo. “Después llegó otro sacerdote, el señor cura José Soledad Torres, quien después fue el primer Obispo de Ciudad Obregón; él no solamente se dedicaba a la cuestión del culto, de la enseñanza de la doctrina de Cristo, sino que estaba muy comprometido en ayudar a la gente, construyendo caminos, llevando agua potable, haciendo que la gente tuviera un mejor nivel de vida. Entonces vi que el sacerdote no era solo un hombre de culto, sino que promovía a la comunidad”.
Fue el ejemplo de este párroco, don José Soledad Torres, lo que despertó en el niño Norberto el interés por el sacerdocio y sus deseos de ingresar al Seminario de Durango, donde estudiaría Humanidades, Filosofía y Teología.
Tras cumplir los doce años de edad, ingresó entusiasmado al Seminario de Durango, situado a más de 250 kilómetros de La Purísima, cuando aún no había caminos y para llegar hasta ese lugar sólo podía ser en tren.
“Ir a la capital del estado era para mí totalmente nuevo; me emocionaba poder estudiar en el Seminario, en el que había un curso previo y después cuatro años de Humanidades. También me gustó conocer amigos y compañeros de varias partes del estado, quienes tenían el mismo ideal. Allá en mi pueblo yo creía que éramos solamente dos o tres los que nos habíamos entusiasmado por la vida sacerdotal, y ver que éramos 30 o 40 niños me dio mucha alegría”, comenta el Card. Rivera.
Explica que fue apoyado en todo por sus padres, don Ramón Rivera Cháidez y doña Soledad Carrera de Rivera. “Por supuesto que mis papás me dieron el apoyo incondicional, aunque se quedaran llorando por haber tomado una decisión así; sin embargo, ellos no sólo me apoyaron, sino que me animaron para que pudiera realizar aquello que yo quería”.
El Arzobispo Emérito cuenta que en aquellos tiempos, en la zona de Tepehuanes, los pueblos vivían aislados y con muy pocos recursos, así que su papá, en compañía de otros hombres del pueblo, tomó la decisión de emigrar a Estados Unidos, cuando a los migrantes les llamaban “contratados”. “Eso ocurrió cuando yo ingresé al Seminario, y posteriormente mi mamá también se fue con él, lo mismo que mis hermanos. Yo, como estaba ya en el Seminario, nunca sentí la tentación de alcanzarlos. A ellos, como inmigrantes, también se les abrió camino. Al igual que a mis hermanos, que son menores que yo, quienes tuvieron la posibilidad de continuar sus estudios”.
Tras haber estudiado Humanidades, y a poco de concluir Filosofía, un sacerdote dijo al entonces diácono Norberto Rivera que el Sr. Arzobispo había muerto, pero que en el Seminario estaban pensando enviarlo a estudiar a la Universidad de Canadá, lo cual él no aceptó hasta saber la opinión del nuevo Arzobispo.
“Cuando llegó el Sr. Arzobispo, don Antonio López Aviña, yo ya había terminado Filosofía; estaba en primer año de Teología y era director de la revista del Seminario; entré en contacto con él y me informó que había tomado la decisión de enviarme a Roma”.
El Card. Rivera comenta que avisó a sus papás sobre la decisión del Arzobispo, y ellos le dijeron que no tenían los medios para que él se fuera a estudiar allá, pero si esa era su decisión, venderían la casa, de ser necesario.
“Entonces le di mi respuesta afirmativa al Arzobispo, y él me dijo que no se necesitaban recursos, pues era la Diócesis la que me estaba mandando mediante una beca. Me fui entonces a Roma junto con el señor Arzobispo, otros sacerdotes y un compañero estudiante, y allá estudié durante cuatro años. Para mí fue toda una bendición de Dios el que yo pudiera salir a estudiar; no se trataba sólo de estudios, sino de ver otro mundo, y no solamente el mundo europeo, pues en la Universidad Gregoriana tuve compañeros de todo el mundo”.
El 3 de julio de 1966 el joven Norberto Rivera Carrera fue ordenado sacerdote sin imaginar los caminos que Dios le tenía preparados en su servicio, pues como bien dice el Evangelio de san Juan: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo les he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca”.
“Siendo estudiante allá en Roma, el Sr. Arzobispo me dijo que me quería ordenar sacerdote, y en ese inter llegó una invitación del Papa Pablo VI para el envío de 72 sacerdotes a América Latina; entre los invitados estaba yo. Acepté con mucho gusto, con el permiso de mi Obispo, y recibí la ordenación sacerdotal del Papa Pablo VI”.
El Papa Pablo VI, hoy beato, le impuso las manos en la Basílica de San Pedro, convirtiéndolo así en un joven sacerdote, quien regresó a su patria con la encomienda de ayudar en parroquias, tanto en Durango como en Zacatecas.
La experiencia de ayudar en la parroquia rural resultó para el nuevo sacerdote, P. Norberto Rivera Carrera, una experiencia bellísima. “Todavía tengo relación con las personas que en ese tiempo conocí, hace casi ya 50 años, pues ahí lo que se sembraba, de inmediato tenía crecimiento; a mí me ayudó mucho ser enviado a una parroquia rural”.
Norberto Rivera Carrera cuenta que en aquella parroquia rural recibió un telegrama del Obispo, quien le pidió trasladarse de inmediato al Seminario, pues estaban por comenzar las clases, y ahí duró 19 años como profesor de Teología.
“Pero también tuve en ese entonces una gran variedad de ministerios, porque mi Obispo me envió a trabajar especialmente con los jóvenes, lo cual siempre me ha gustado. Varios años trabajé con jóve- nes, tanto de la Universidad como del Tecnológico, como de la Normal. Ese apostolado me llenó mucho como sacerdote; después, como es natural, el obispo me destinó a la Pastoral Familiar, pues se iban casando todos los jóvenes que yo había conocido”.
Cuenta que cuando fue avisado de que tendría que empezar a impartir clases, lo que más le asustaba era trasladarse a la gran Ciudad de México, adonde tuvo que llegar a impartir clases de Teología y Eclesiología. “Prácticamente mi vida se conformaba en el ambiente de Tlalpan, en el Seminario Mayor, en el Instituto para la Vida Consagrada. Fue un ambiente muy reconfortante para mí el de la Ciudad de México”.
El 5 de noviembre de 1985 fue elegido como Obispo de Tehuacán, Puebla, y poco después como Visitador Apostólico de los Seminarios de México.
“Yo estaba convencido —comenta el Card. Rivera Carrera— de que el Señor me había llamado para la enseñanza, para la investigación en la Universidad Pontificia de México. Nunca creí que fuera mi vocación ser Obispo; sin embargo, cuando recibí el llamado del Señor, lo medité seriamente y lo acepté. Entonces me trasladé con mucho gusto a Tehuacán (Puebla), a un ambiente de religiosidad popular muy floreciente. Después del Obispo que había diseñado la infraestructura de la Diócesis, a mí me nombraron segundo Obispo, y es cuando el Papa me nombró Visitador de Seminario”.
Señala que tuvo entonces la fortuna de venir nuevamente a la Ciudad de México para visitar el Seminario Conciliar, así como varias de las congregaciones de formación sacerdotal. “También me fui a Acapulco, Oaxaca, Chiapas y a varias entidades más. Para mí se abrió un gran horizonte al visitar todo el sureste mexicano, pues conocí la situación de los seminarios; envié a Roma la relación sobre aquella situación tan especial que estaba brotando en la región, y al poco tiempo el Papa se dignó a nombrarme para que viniera aquí a México”.
“Primero —retoma el Cardenal Rivera Carrera—, el Señor me llamó a la vida sacerdotal, en un Seminario en el que fui feliz; después me piden que contribuya como profesor en un Seminario en el que estuve 19 años. Evidentemente yo sentía un gran compromiso de agradecer al Señor, de corresponderle ayudando a que otros también se formaran; llegué también a la Universidad Pontificia, consciente de que el Señor me llamaba para formar a otros sacerdotes, y cuando se dio el tiempo de ser Arzobispo de México, una de mis prioridades fue formar sacerdotes para otras diócesis y otras partes del mundo”.
Explica que, como sus padres fueron migrantes, conoció muy de cerca la vida de quienes emigran, motivo por el cual abrió un Seminario para formar sacerdotes que acompañen a los migrantes en sus travesías a Estados Unidos y Canadá.
“El Señor ha hecho fructificar eso, y ya han salido muchos sacerdotes que están acompañando a nuestros migrantes. Fue una aventura, por supuesto, porque lo más importante para mí era fortalecer el Seminario Conciliar de México; además me di cuenta de que tenía que fortalecer las vocaciones a la Vida Consagrada; esta Arquidiócesis en concreto, nació y creció gracias a la Vida Consagrada, y actualmen- te la Vida Consagrada tiene una grande contribución en la evangelización de esta Ciudad”.
Cuando inició su episcopado en la Ciudad de México, pronunció una inolvidable oración a la Virgen de Guadalupe: “Madre mía santísima, Señora y Niña mía, Reina, Patroncita mía, la más pequeña de mis hijas; una vez más vengo a postrarme a tu presencia, y a preguntarte con incrédulo pasmo: ¿Acaso soy digno, acaso soy merecedor de esto que veo, de esto que oigo, de esto que hoy estoy viviendo?”
El Card. Rivera Carrera señala que después de haber tomado posesión en la Catedral de México como Arzobispo, realizó su primera Celebración Eucarística en la Basílica de Guadalupe, donde elevó aquella plegaria a la Virgen.
“Después de implorar la sabiduría de Dios, porque yo con mis conocimientos sería incapaz de dirigir esta Diócesis, tenía que acudir con la Mamá, y creo que ella no me ha fallado en ningún momento, ha estado siempre muy cerca de mi vida; ella ha sabido orientarme para que yo adopte compromisos con esta gran Ciudad. Si ella ha estado tan cerca de nuestro pueblo, también me ha enseñado a entregar mi vida a este ministerio episcopal”.
Como Arzobispo de México, el Card. Rivera Carrera realizó tres Visitas Pastorales, en las que ha recorrido las ocho Vicarías Episcopales para orientar el trabajo, tanto de sacerdotes como de la comunidad religiosa. “Pero además de estas Visitas Pastorales, he hecho visitas a varias comunidades, donde se viven distintas realidades; para mí ha sido un regalo de Dios el hecho de poder llegar a una parroquia y encontrarme con los sacerdotes que tienen entregada su vida ahí, muchas veces en silencio, sin que se conozca el trabajo que ellos están haciendo”.
“Ha sido maravilloso para nuestra Iglesia –señala el Card. Rivera Carrera–, el haber tenido en el país a tres Pontífices realmente extraordinarios. Yo tuve la fortuna de conocer al Papa Juan XXIII, o el “Papa bueno”, como le llaman, al día siguiente de que llegué a Roma. Después también tuve la fortuna de conocer al extraordinario, al mártir diría yo, Pablo VI, quien tuvo el valor de sacar adelante a la Iglesia con el Concilio Vaticano II; toda una reforma. Para mí es un gran Papa”.
Comenta que después llegó el Papa Juan Pablo I, a quien no tuvo la dicha de conocer; pero sí a Juan Pablo II. “A Juan Pablo II lo conocí siendo ya sacerdote, y lo pude tratar; él es quien me nombró Obispo, y no sólo eso, sino que en algunas ocasiones me llamó a colaborar con él en cuestiones para mí muy queridas, como es el tema de la familia. Posteriormente tuve la dicha de conocer al Card. Ratzinger, quien se convirtió en el Papa Benedicto XVI, un teólogo profundo, conocedor de nuestra cultura, de nuestra realidad; esperemos que un día el Señor le reconozca ante el pueblo de Dios su santidad, pues yo estoy convencido de que es un santo”.
El Cardenal dijo tener la dicha de colaborar últimamente con el Papa Francisco, con quien trató siendo Obispos y más tarde Cardenales. “Afortunadamente ahora me tocó trabajar con él y bajo la guía de él en esta Arquidiócesis, pero también en todos los encargos que tengo allá en Roma, ya que él así lo ha querido: en la Congregación de la Familia, en la Congregación del Clero, en la Congregación de Vida Consagrada, en la Congregación del Culto Divino y en asuntos de la Economía del Vaticano. Yo colaboro con gusto a pesar de que aquí la Arquidiócesis es muy absorbente, colaboro todo lo que puedo en estas encomiendas que él me ha dado”.
El Card. Rivera Carrera señala que para él lo más importante es que el Señor lo haya llamado de un pueblo de donde jamás había escogido a nadie; “y me escogió a mí. ¿Por qué? No lo sé. Pero Él quiso que yo tuviera esta forma- ción tan especial en un lugar extraordinario como es el Seminario de Durango, y después en el Colegio Pío Latino, en la Universidad Gregoriana, etcétera. Para que después pudiera servir en distintos ministerios, sobre todo con la juventud y las familias”.
Señala que sus más de 50 años de vida sacerdotal han estado llenos de bendiciones, pues el Señor siempre le ha demostrado su cercanía. “Siempre me ha dado encomiendas que van más allá de mis fuerzas, en las que he hecho todo lo que está de mi parte, Dios ha hecho el resto; tengo la satisfacción de haber entregado mi vida al ministerio que el Dios me confió como sacerdote, con la juventud, las familias y en la formación de sacerdotes. Para mí ha sido toda una bendición poder estar cerca de sacerdotes realmente heroicos que trabajan en favor de esta gran Arquidiócesis”.
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