A cien años de su nacimiento y seis de su fallecimiento, las grandes obras del arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez continúan de pie, al igual que su legado de fe: la Nueva Basílica de Guadalupe.
En entrevista con Desde la fe, su hijo, el arquitecto Javier Ramírez Campuzano, asegura que la Basílica de Guadalupe fue la obra de su vida, pues logró trabajar con grandes visionarios de la arquitectura y la ingeniería, y pudo demostrar con cal, cemento, grava y arena, su amor a la Virgen de Guadalupe.
“Mi papá fue un hombre que, además de ser creyente, fue espiritual. Fue funcionario público en la época en la que era muy evidente la separación entre Iglesia y Estado, pero nunca ocultó sus principios, sus creencias, su fe a la Virgen de Guadalupe”, destaca.
Asegura que en la arquitectura se trabaja para un cliente, y él establece el programa, “pero en las manifestaciones personales uno expresa completamente su esencia, y así se hizo en la Basílica de Guadalupe; ese fue el proyecto donde manifestó completamente su esencia”, explica el heredero de Ramírez Vázquez.
Ambos se conocieron en 1955, cuando Ramírez Vázquez fue sinodal en el examen profesional del entonces estudiante Gabriel Chávez de la Mora. “Mi papá quedó impresionado por su talento como diseñador”, recuerda Ramírez Campuzano.
“Cuando mi padre organizaba los Juegos Olímpicos del 68, contactó el taller de Emaús, del que Chávez de la Mora, ya como monje benedictino, era colaborador. La intención era que realizara algunas de las medallas y souvenirs de las olimpiadas. A partir de ahí la relación laboral y de amistad continuó”.
El arquitecto recuerda que su padre no delegaba con facilidad, pero a fray Gabriel le permitía hacer aportaciones, y a ojos cerrados, lo dejaba al frente cuando ambos participaban en la construcción de la nueva Basílica de Guadalupe.
Con emoción, comenta que su padre y fray Gabriel compartían esa pasión por la arquitectura, dando como resultado trabajos muy adelantados a su época, pues los dos hablaban el mismo lenguaje, entendían y respetaban sus formas y estilos.
“Al principio, la gente no entendía sus obras, pero después reconocieron que cumplían con los cánones religiosos y de funcionalidad, lo cual les dio prestigio a nivel mundial. Sin duda hicieron un gran trabajo de equipo al planear y construir la nueva Basílica de Guadalupe. Es una labor irrepetible”.
Ramírez Campuzano también recuerda que en 1989, fray Gabriel y su papá participaron en la construcción de la Capilla de la Virgen de Guadalupe en las criptas de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
“Este es un trabajo lleno de simbolismo y un testimonio arquitectónico mexicano. Mi padre se aferró a trasladar hasta Roma un bloque entero de cantera del Cerro del Tepeyac”.
“Mi papá decía que si era una capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe, entonces tendría que tener piedra del Tepeyac”, detalla. La capilla tiene piso de mármol blanco de Carrara, y una cruz de plata de Taxco, Guerrero, diseñada por fray Gabriel.
El 12 de mayo de 1992 la capilla fue inaugurada por el Papa Juan Pablo II, en una Misa concelebrada con el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada y el entonces abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg.
Sin duda, Pedro Ramírez fue un hombre visionario, pues además de ser arquitecto y urbanista, fue escritor, escultor y servidor público. Jugó un papel determinante en la organización de los Juegos Olímpicos de 1968.
Esta edición de la justa deportiva dio pie para que Ramírez Vázquez implantara una Olimpiada Cultural de manera paralela a las actividades deportivas, y con ese enfoque, el Arzobispado de México creó una Pastoral de la Olimpiada, con un programa de “acciones y servicios”, cuya inspiración brotó de las orientaciones del Concilio Vaticano II, que había concluido tres años antes.
Fue así como se empezó a hablar de ecumenismo y de diálogo interreligioso, y los representantes de otras Iglesias tuvieron la sensibilidad de aceptar la invitación para desarrollar juntos un programa de actividades, a fin de atender a los visitantes.
Ramírez Vázquez también fue el fundador y el primer rector de la Universidad Autónoma Metropolitana, en donde creó nuevas profesiones acorde a las necesidades de esa época.
La ideología con la que trabajó en la UAM –afirma Javier Ramírez– fue profundamente social, ya que al haber tenido tres hermanos que fueron abogados laboralistas, éstos influyeron cuando comenzaba su carrera de arquitecto.
“Sin duda, el trabajo de mi padre seguirá perdurando por mucho tiempo, porque él decía que la arquitectura se debe a la funcionalidad, sin importar el costo. Creo que por eso los edificios y estructuras que él construyó ni los terremotos las han podido derrumbar; eso demuestra la pasión de mi padre por su profesión”, concluye Javier Ramírez Campuzano.
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