En el marco de las celebraciones por la Solemnidad de Todos los Santos y la Fiesta de los Fieles Difuntos, el domingo 3 de noviembre familiares de jóvenes fallecidos por suicidio, provenientes de varios estados de la República, se dieron cita en el Tepeyac, donde participaron de una Santa Misa presidida por monseñor Francisco Javier Acero, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México, quien pidió perdón a todos los asistentes “por las veces que la Iglesia no supo escucharlos”.
Emocionados hasta las lágrimas por saber que la Iglesia no juzga a quien comete suicidio ni el alma de sus difuntos vaga sin descanso, como a veces se piensa, los familiares de las personas que decidieron quitarse la vida aseguraron haber descansado de la pesada carga que representaba el creer que, por la naturaleza de su muerte, sus familiares no podrían alcanzar el perdón de Dios.
“Discúlpenos -expresó monseñor Francisco Javier Acero a los asistente- por las veces que no hemos escuchado su dolor, sus clamores, su impotencia, su rabia. Pues, como hermanos miembros de una misma comunidad, su impotencia debería ser nuestra impotencia, y su rabia nuestra rabia”.
El Obispo Auxiliar de México señaló que el mayor drama que está ocurriendo en estos tiempos es el suicidio, el cual de ninguna manera debe ser visto por ningún joven como una vía de escape. “Hemos de acompañarles, mirarlos a los ojos, ver sus rostros y escucharles con el corazón”.
Al termino de la Santa Misa, los familiares de los fallecidos por suicidio sostuvieron un encuentro privado con monseñor Francisco Javier Acero, quien insistió en pedirles perdón por los sacerdotes que no contaron con las herramientas para orientarlos, o por los que no tuvieron la valentía de escucharlos porque la muerte tocó sus propias heridas.
Al llevarse a cabo esta reunión en la Capilla San José, el Obispo Auxiliar de México invitó a los asistentes a soñar como este gran santo, que mediante sueños escuchaba al Señor: “Soñemos con una Iglesia que acoge a todos; soñemos con una Iglesia que ama a todos; soñemos con la restauración de esas heridas que ustedes tienen por la ausencia de un ser querido; soñemos todos que vamos a estar un día a un lado de ellos”.
Posteriormente, les ofreció el apoyo de la Iglesia, los animó a acercarse más a Dios y les ofreció el micrófono para que pudieran compartir libremente su testimonio.
Entre los testimonios compartidos, se encuentra el de una madre originaria de Querétaro, cuyo hijo de 16 años de edad decidió quitarse la vida en mayo pasado. “Vengo sola a este lugar -dijo-, mi hija de 19 años y su papá no quisieron venir conmigo, están enojados con Dios y no ha habido manera de que se acerquen a Él.
Señaló que su familia ha vivido atormentada con la idea de que el alma de las personas que se quitan la vida se quedan detenidas en un lugar apartado. “Eso a mí me ha costado mucho -externó-, es una tristeza para mí el pensar que mi hijo no está con Dios. Y por eso en estos cinco meses he rezado más de lo que había rezado en 50 años”.
Dijo desconocer la causa del suicidio de su hijo, ya que fue una decisión inesperada. “Él era muy joven, un buen estudiante, exitoso en su equipo de futbol americano… Había estado sintiendo envidia, mucha envidia, al ver a otros jóvenes. Llegué a desear que no hubiera jóvenes en este mundo. Hasta ayer que dos de sus compañeros me dieron un abrazo, y sentí que ellos eran mi hijo.
Otro de los testimonios fue el de una psicóloga que antes de la muerte de su hijo decía ser atea, pero ya no; ahora reza por el alma de su hijo y las de los demás. Su hijo decidió quitarse la vida en marzo de 2022, y, como muchos -dice- lo primero que pensó fue: “¿En qué fallé?”. Después vino la ira, el enojo con ella misma, con su hijo y comenzó a sentir un dolor sin final, la mayoría de las veces reprimido, callado por el estigma social.
“¡Que ahora se escuche fuerte nuestro grito! Porque es el grito de muchos, el grito por los hijos que ya no tenemos. Mi hijo empezó consumiendo drogas en la escuela. El lugar que yo creía más seguro para él, no lo era. Muchos de sus compañeros sabían que consumía sustancias, muchos de sus maestros lo sabían; pero solo miraron hacia otro lado.
“Duele saber que se rompieron muchos sueños: no habrá una fiesta de graduación, no habrá un primer sueldo, no habrá una boda, no habrá más juguetes en Navidad, no habrá nada que en otros hogares sí habrá. Pero con la ayuda de Dios saldremos adelante”.
Otro de los casos fue el de una madre cuya hija sufría un trastorno de personalidad y decidió quitarse la vida en octubre de 2022. Refirió que su hija le dejó una carta en la que le pedía perdón: “Me escribió: ‘Te amo mucho, mamá; muchas gracias por todo lo que has hecho por mí. Pero estoy ya muy cansada, no puedo más’. Como a muchos, a mí me llegó el pensamiento de no haber hecho lo suficiente por ella. Me habría atrevido a cruzar el océano nadando o lo que tuviera que hacer por que ella estuviera bien”, expresó”.
Refirió que al inicio sintió mucho enojo con los amigos de su hija por haberla abandonado, después el enojo fue con todos. Y comenzó entonces un proceso para encontrar paz en su vida. “Todas las noches pido a Dios por todos los sobrevivientes de suicidio, que nos dé fortaleza, que nos dé paz y consuelo en el corazón, y que nos dé los motivos necesarios para seguir adelante. Que todo este dolor podamos transformarlo en amor y servicio para los demás”.
“Yo creo firmemente que mi hija -dijo-, y los hijos de todos ustedes, están con Dios en el cielo, porque a Él pertenecemos y a Él tenemos que regresar. Sólo Él sabe qué había en el corazón de nuestros hijos para haber tomado esa decisión”.
Finalmente, monseñor Francisco Javier Acero dio las gracias a quienes compartieron sus historias por su valentía de contarlas. “Las suyas son historias de amor. Es necesario seguir compartiéndolas, verbalizar ese dolor, llorarlo, para eso Dios nos ha puesto lacrimales. Lloremos de tristeza. Y lloremos de alegría”, externó.
Por su parte, el padre Efraín Hernández Díaz, Rector de la Basílica de Guadalupe, refrendó a los asistentes el apoyo y cercanía de la Iglesia, y les aseguró que el Señor es un Dios amoroso, que no cierra las puertas a quien haya tomado la decisión de quitarse la vida, “porque nadie que tome esa decisión es consciente de lo que hace. Y si alguien, en determinado momento, no es consciente de lo que hace, puede actuar equivocadamente, pero no con maldad”.
Señaló que todos quisiéramos, al final de nuestras vidas, tener una muerte dulce y apacible, pero esto no siempre es posible. “Así que, quienes hoy sienten el inmenso dolor de haber perdido a un familiar por suicidio, acudan a la Virgen de Guadalupe, vengan a visitarla, esta es su casa”.
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