Humberto Ronquillo fue asesinado en 2019, desde ese año hay una persona en reclusión por su presunta participación en el asesinato, y otra más sigue prófuga. Su madre, Norelia Hernández, dio una catedra de fe al otorgar el perdón público a los asesinos, en una carta nos explica las razones por las que lo hizo.
Hace poco más tres años, mi hijo, Norberto Ronquillo Hernández, estaba por concluir sus estudios universitarios en la Ciudad de México.
Mi hijo llegó a esa ciudad lleno de sueños, consiguió una beca universitaria y emigró desde su Meoqui, Chihuahua a la gran capital, dejando a su familia, amigos y miedos.
Gracias a su gran dedicación y esfuerzo logró culminar su carrera. Pero el 4 de junio del 2019, a una escasa semana de su graduación, fue privado de su libertad y terminaron con su vida terrenal.
La noticia estuvo difundida en medios nacionales e internacionales. Nadie podía dar crédito a este acto de desamor. Ese día, después de buscar a mi hijo por una semana, recibí una llamada de la procuradora, la Sra. Ernestina Godoy, para decirme que lo habían encontrado sin vida.
Tenía que ir a identificarlo, y ese camino de cuarenta minutos parecía ser el más largo de mi vida. Fue un momento que Dios me regalaba, para poder decidir qué iba a hacer con esa realidad que ahora me abrazaba. Siempre tuve claro que no quería estar separada de mi hijo espiritualmente, que ahora lo tendría que abrazar desde lo intangible, que necesitaba aprender a comunicarme con él desde ese amor perfecto.
No dejé ni por un momento que me invadieran los pensamientos de odio y de rencor. Decidí no darles espacio en mi mente. Tenía claro que si me llenaba de todos esos pensamientos de dolor, me pondría en riesgo de no salir de ahí, y perder el tiempo para poder encontrar a mi hijo desde lo espiritual e intangible.
Dios me llevó de la mano, y llegué a ese lugar con la certeza de que sólo me enfocaría en dar gracias por el tiempo que tuve a mi hijo conmigo por sus 22 años de vida, por sus sonrisas, abrazos y miles de recuerdos.
Luego recordé un pensamiento que mi hijo escribió en Twitter el día 4 de enero de 2019, exactamente 6 meses antes de su secuestro: “me gusta pensar que existe más gente buena que mala en este mundo”.
Esa frase siempre estuvo presente en mi cabeza. No entendí, hasta mucho tiempo después, su significado. Mi hijo no se refería a juzgar quién es bueno o malo, o desde dónde se mide lo bueno o lo malo. Comprendí que mi hijo se refería a esas personas buenas para aceptar, para continuar a pesar de no estar de acuerdo, esas personas buenas que antes de juzgar pueden ser capaces de ponerse en los zapatos de los demás.
Hace un año mi Dios me confirmó todo esto. Me encuentro al frente de una Institución muy vulnerable en mi amada ciudad. Y estoy segura que mi Dios me llevó ahí porque diario veo caso de niños que son maltratados, lastimados, insultados, quemados; niños con hambre, esa hambre de alimento, pero más de esa hambre de un poco de amor, que están en condiciones de pobreza, en lugares insalubres, que son abandonados, en fin. Y todo esto en verdad cada día me va reconstruyendo, me va ayudando para acomodar mi dolor y me da mucha paz interior pensar así, aun cuando no sé si esto es cierto o no, pensar que esa persona que lastimó a mi hijo, lo hizo porque su corazón estaba lastimado, porque nadie le enseñó a amar.
Me preguntan mucho qué es el perdón, y no sé cuál sea la definición etimológica o lo que diga un diccionario o una corriente. Para mí, el perdón es liberación, paz interior, misericordia, pero sobre todo AMOR.
Siempre he aprendido que Dios es amor y que yo soy una perfecta hija de Dios; por lo tanto, como su hija, debo siempre estar dispuesta a perdonar. No sé quiénes lastimaron a mi hijo, lo repito, no los conozco, nunca los he visto, pero he sido católica toda mi vida y jamás un Padre Nuestro tuvo tanto peso y significado como ese día.
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Reino. (Hasta aquí todo perfecto señor).
Hágase Señor tu voluntad, aquí en la tierra como en el cielo. (Aquí ya no me está gustando Señor).
Danos hoy nuestro pan de cada día. (Eso sí me agrada).
Perdona nuestras ofensas. (Todas Señor, perdóname todo, que para eso eres Dios).
Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. (Bueno, sólo a unos, a otros no; a los que lastimaron a mi hijo no; es más, ni yo, ni Tú los perdones, son unos…)
No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Amén. (Eso sí, que no se te pase cuidarme y protegerme siempre, que para eso eres Dios).
Así vamos por la vida, condicionando al mismo Dios.
Y escogiendo qué sí nos conviene y qué no; diciéndole cómo haga las cosas. Elegí perdonar por amor a mí misma. Muchas teorías dicen: “como es adentro, es afuera”. Así que en mí el perdón es una elección que tomé desde lo más hermoso que tengo: el AMOR = DIOS.
Decidí perdonar para poder avanzar, sanar, pero, sobre todo, para poder estar cada día mejor para mi hijo terrenal, mi familia y todas esas personas que un día pudieran necesitar de mí.
Nunca he estado de acuerdo con lo que sucedió. Unos dicen que existe un porqué, o un ¿para qué? Y no sé si un día los encuentre, pero de lo que sí estoy consiente es que el odio, el rencor o venganza sólo te limitan.
Siempre pienso en lo que sí viví, en lo que me regaló mi hijo y en cómo puedo ayudar a sanar un corazón.
Desde el primer día y hasta el día de hoy sigo orando por todos esos corazones que están lastimados y que van por la vida lastimando a otros, porque tengo la plena seguridad que mi hijo está en el mejor lugar; que yo estaré cada día mejor desde ese amor dual que ahora existe en mí, ¿por qué dual? Porque es ese amor terrenal para mi hijo, familia y amigos, y ese amor intangible para Norberto. Así que la invitación es a elevar una oración por la conversión de esos corazones lastimados y resentidos.
Quiero hablarte desde lo más profundo de mi corazón. Sé que tal vez me viste llorar o tal vez me viste por televisión, cómo gritaba en esa marcha por las calles de esa inmensa ciudad, con ese miedo que me fragmentaba en mil pedazos de sólo pensar en no volver a ver a mi hijo. Quizá viste todo ese amor que la gente le regaló a mi hijo y a mi familia, cómo las personas oraban para que Dios nos abrazara y nos ayudara a aceptar tal acontecimiento.
Pero hoy quiero contarte lo que no has visto, lo que sólo yo y mis cuatro paredes saben; quiero decirte que desde ese día rezo por ti cada noche. Primero, en contra de mi voluntad, llorando con un dolor que no se puede explicar, le pido a Dios te llene de amor. No sé si tienes una familia, hijos, esposa; pero ni a ti te deseo un dolor como éste. La vida sigue y hago mil cosas para estar bien; engaño a mi mente, leo, lloro, río, canto, sueño con mi hijo; pero este vacío nada lo llena, envejecí 10 años, mis ojos ya no brillan igual. Mis días son tan diferentes, trabajo 18 horas para no tener tiempo de pensar.
Ahorita quería preguntarte muchas cosas, pero al escribirte me dieron ganas de abrazarte, porque no sé qué tan solo estés. Yo estoy aprendiendo a vivir desde ese amor intangible, me he puesto a pensar en tu madre y elevo una oración por ella. No puedo juzgarle. Decidí no preguntarte nada porque sé que nada será suficiente para sofocar este fuego que me consume por dentro.
Sabes, estoy aprendiendo a vivir nuevamente. En muchas ocasiones me visita mi hijo en sus amigos, hermano o extraños que me abrazan. Sé que si hubieras conocido a mi hijo jamás lo hubieras lastimado, era un niño muy dulce, amable; le gustaba ayudar. Te platico que un día le pedí me ayudara a matar un ratón y me dijo que no, que él no era un asesino; siempre estaba al pendiente de sus amigos. Sabes, de hecho sé que ahora que está tan cerca de Dios, está orando por ti.
Espero en Dios encuentres un día paz y que sanes tu corazón, y mañana que estés libre no vuelvas a lastimar a nadie. Si fuiste lastimado y estás resentido, entrégale a Dios tu dolor, que yo seguiré orando por tu conversión.
Sólo deja a Dios ser Dios, confía en Él, entrégale tus miedos que te llevaron a lastimar a mi hijo.
Yo seguiré orando por ti, porque cada vez que vea la cruz, sé que en ella está el más grande acto de amor y de perdón.
Desde el amor, Norelia Hernández Ruvalcaba.
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