Cuando se habla de la Virgen de Guadalupe, por lo general salen a relucir los indígenas y los
españoles que son los protagonistas de la aparición, pero rara vez se hace referencia a los esclavos
africanos que eran muchos, y aquellos que obtuvieron su libertad en la Nueva España.
Se calcula que para 1555 había 20 mil africanos en la Nueva España, y en la capital del virreinato, 8
mil que fueron empleados en servicios domésticos, pero entre 1570 y 1640, fueron introducidos
entre 250 mil y 300 mil esclavos africanos nada más por Veracruz, procedentes de la costa de África
occidental, principalmente del Congo y de Nueva Guinea, siempre dependiendo de la mano de
obra, tanto en el campo doméstico como en las minas y la agricultura.
Por ley, todos los esclavos tenían que ser bautizados a su llegada y era una obligación de
los amos su evangelización, y el aprendizaje del castellano.
Los españoles comenzaron a comprar esclavos a los portugueses en la segunda mitad del siglo XV,
y según el historiador Luis Weckmann, la importación de mano de obra negra a América se inició
en 1501, pero en todos los casos, la importación venía de Andalucía y no de África.
Lo primero que hay que recordar es que los primeros granos de trigo que se sembraron en México
se deben a un esclavo negro que acompañaba a Hernán Cortés cuyo nombre era Juan Garrido,
como lo refiere Andrés de Tapia y luego lo confirmaría Humboldt. Ese trigo que floreció en
Coyoacán daría pie a las primeras eucaristías que se fabricaron en México, pues estos granos se
multiplicaron en toda la Nueva España. En la etapa de la conquista de México, al menos había 6
africanos algunos de los cuales fueron sacrificados en altares paganos, como lo revelan las
excavaciones en Zyltepec, en Tlaxcala.
Se sabe que la nana de San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano y quien fue martirizado en
Japón, y a quien se debe la leyenda de la higuera que iba a florecer cuando Felipe fuera santo, era
de raza negra.
El pintor que más copias hizo de la Virgen de Guadalupe y que fueron más de 20, fue un mulato
llamado Juan Correa, quien incluso pintó en la sacristía de la Catedral de México, y estas pinturas
incluso se encuentran en España e Italia, lo que muestra el amor y la dedicación que tuvo hacia la
Virgen Morena.
Los mulatos y africanos llegaron a tener capillas como en San Miguel el Grande, donde años después,
estaría presente el cura Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la patria.
Exploraciones arqueológicas realizadas en la fosa común del Hospital Real de San José en 1992,
durante la construcción de la línea 8 del Metro, en la estación San Juan de Letrán, arrojaron el
hallazgo de 600 esqueletos de los cuales, 20 eran de descendencia africana.
Sor Juana Inés de la Cruz en su villancico sobre san Pedro Nolasco, incluye diálogos de un indio y
un negro a quienes, a través de sus versos, trata de imitar la forma de hablar el castellano de
ambos personajes.
Algunos documentos que se conservan en el Archivo General de la Nación, de los cuales 10 mil
están relacionados con los afromexicanos, revelan que algunos africanos libres dejaron en sus
testamentos la custodia de sus hijos en manos de religiosos, como es el caso de la viuda Manuela
de la Cruz quien dispuso que sus hijos pasaran al cuidado del clérigo Domingo de Ávia, quien se
haría cargo de su alimentación y enseñanza.
Hubo personas mulatas tan importantes como Vicente Guerrero, primer presidente de México,
que fue mulato, y muchos otros caudillos de la Independencia.
En varios templos del país existen cristos negros que gozan de fama de ser milagrosos, como el
Cristo del Veneno que se venera en la Catedral de México, o el que se encuentra en el poblado de
Chalma, en el Estado de México.
México no fue el único país americano en donde los africanos tuvieron fuertes lazos de
unión con la iglesia católica. Recordemos que, en Argentina, hacia 1630, el negro Manuel, esclavo
de Don Rosendo de Oramas, cuidó toda su vida la imagen de la Virgen de Lujan en su ermita, y
gracias a él prosperó la veneración a esta advocación mariana.
Otro caso relevante es San Martín de Porres, que era mulato, y en su natal Perú, en 1594, quiso
ingresar a la orden de los dominicos y por ser multado le impusieron un tiempo de espera hasta que
finalmente fue aceptado como Hermano Lego, desde donde hizo grandes milagros.
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