Eran cerca de las cinco de la mañana; habían cesado los furiosos rugidos de la tempestad y el puerto yacía bajo una espesa oscuridad. El padre Josué Arroyo oyó unos toquidos en la ventana de su habitación: era una persona que acudía a informarle sobre el terrible desastre que el huracán Otis había dejado a su paso.
El río se había desbordado, había inundaciones por todas partes y el municipio de Coyuca de Benítez era algo parecido a un montón de escombros. Muchos habitantes ni siquiera habían dormido: imposible dormir dentro de casa cuando las láminas de los techos habían sido arrancadas, y las pertenencias de la gente abandonaban la casa y avanzaban hacia ninguna parte, a voluntad de las aguas.
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Entre la oscuridad, el padre Josué Arroyo salió de su casa y se dirigió inmediatamente a la parroquia. Entró, buscó un cirio, lo encendió, alumbró un poco la calle y se percató entonces de que ya había gente alrededor del templo pidiendo la intercesión de San Miguel Arcángel para que el Señor ayudara a una población en ruinas.
“Mucha gente se quedó sin nada, ni siquiera un trasto para cocinar -explica el padre Josué-; el huracán se llevó los techos de sus casas, y sus colchones, ropas, estufas y otros objetos quedaron totalmente mojados, inservibles. En algunas zonas el agua ocupaba todo el primer nivel de las casas. Había un completo desastre. Pero la urgencia era tener algo para comer”.
Si hay cosas que hacen del sacerdote una figura central dentro de la comunidad, son las catástrofes. La comunicación en Coyuca de Benítez era difícil, casi imposible. El padre Josué comenzó a pensar qué hacer en tan adversas circunstancias. Se enteró de que en Acapulco estaban distribuyendo ayudas en especie; de momento le pareció una buena opción ir allá por alimento, sin embargo la gasolina era escasa y los caminos estaban obstruidos. Pero llegó pronto la solución: en un primer instante vino de la Parroquia Padre Jesús de Petatlán, de camino hacia Zihuatanejo; de allá comenzó el envío de víveres y despensas a la Parroquia San Miguel Arcángel de Coyuca de Benítez.
“Empezamos haciendo pocas comidas, pero conforme se fueron sumando manos comenzamos a elaborar más. Ahora, con la ayuda de la fundación internacional World Central Kitchen, estamos distribuyendo más de mil almuerzos diariamente, y también ofrecemos unas quinientas comidas con la ayuda que nos llega de Chilpancingo. Gracias a Dios todo empezó a mejorar. Y lo que hoy podemos ver es que en medio del caos ocurren cosas muy hermosas.
Cuando llegaron las primeras despensas -platica el padre Josué Arroyo-, lo primero que pensó fue en repartirlas a la gente de la comunidad, pero después consideró que podría haber distribución desigual y además se desperdiciarían cosas. “Así que propusimos la creación y operación de comedores comunitarios en varios puntos de Coyuca: la Escuela ESFAY, Carranza, Zumpango, Panteón, Cimientos, la Escuela Galeana, La Primero de Enero, Garrobos y Las Salinas. A estos sitios comenzamos a enviar las despensas y en cada lugar funciona un comedor independiente de los otros. Es de esta manera que se ha podido alimentar a personas de las diversas zonas”.
El padre Josué platica que como hay lugares alejados, adonde al principio era difícil llevar la ayuda, había personas que tenía hasta dos días sin comer, de manera que al ver un plato de frijoles con arroz no podían contener las lágrimas. “Y ahí es donde recibe uno su gratificación, recibe uno cosas que quedan grabadas ene l corazón: tal vez esas personas no agradecían con palabras, pero sí con la mirada, con lágrimas de agradecimiento”.
El padre Josué jamás había visto una comunidad tan unida en la fe: “Aquí se ha unido la gente, conviven miembros de uno u otro partido político, no hay rivalidades; todos estamos unidos en la ayuda a los más necesitados, miramos la manera de apoyar, de hacernos cercanos, convivimos en un ambiente muy bonito, todos nos procuramos unos a otros y estamos dispuestos a servir. Es muy hermoso ver que también hay crecimiento en la fe”.
El sacerdote platica que a la Parroquia de San Miguel Arcángel comenzó a llegar gente con heridas que no habían podido atenderse por vivir en esos poblados distantes. “Eran personas de poblados donde no hay médico, algunas que tenían heridas ya bastante agravadas. Y de inmediato se hizo presente la ayuda médica. Hoy en la parroquia contamos con cinco médicos y cuatro enfermeras que se van turnando para atender a todos los que lo necesitan.
El padre Josué Arroyo considera que la Iglesia ha sido un importante signo de esperanza para las comunidades afectadas, mismas que se han sentido acompañadas y cobijadas por los mismos grupos de la parroquia, entre los que se juntan unas cincuenta personas de todas las edades.
“Hemos hecho presente el Evangelio a través de la caridad, a través de compartir los alimentos. Es un signo de aliento que también a nosotros nos hace agradecer; es corresponder a Dios por lo mucho que Él nos bendice, por todo lo que nos ha dado; es servirle a Él en el servicio a los demás”, finaliza el padre Josué Arroyo.
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