Vivir la experiencia del perdón sacramental es una práctica cristiana para estar bien con Dios –explica a Desde la Fe Monseñor Carlos Garfias, nuevo Vicepresidente de la CEM–; sin embargo, hay otro tipo de perdón que el ser humano debe alcanzar para obtener salud física, emocional, afectiva y espiritual.
“Una vez –relata el también Arzobispo de Morelia– en la Costa Chica de Guerrero, mientras inauguraba un Centro de Escucha para víctimas de violencia, se me acercó un hombre y me dijo: ‘Lo que usted dice yo no lo voy a hacer, no voy a perdonar lo que me hicieron; cuando los vea, me voy a vengar”.
Y es que el perdón que reconstruye a la persona –explica–, requiere de que ésta, además de abrirse a la gracia de Dios, lleve un proceso de sanación que no se obtiene ni aunque las autoridades hagan justicia, ni aunque el agresor pida perdón; “sana cuando la persona lastimada es capaz de ver el grave daño que se hace por no perdonar y, a través de la ayuda, se pone unos lentes con los que puede verse a sí misma con los ojos con que Dios la mira, y se da cuenta que sólo en ella está el sanar interiormente, no en lo que hagan los demás”.
Cuando una persona perdona –añade Garfias–, está ante la posibilidad de decidir en libertad la forma en que quiere relacionarse con su agresor. “Hay casos terribles de violencia en que la gente no entiende cómo alguien es capaz de perdonar, pero el perdón no es tanto una experiencia intelectual, sino emocional y espiritual”.
Monseñor Garfias, quien ha llevado las riendas de la Iglesia en materia de construcción de paz, asegura que las experiencias personales de perdón son tan poderosas que llegan a abrir camino a la reconciliación en todos los ámbitos. “Para hacer realmente un proceso en este sentido, se debe comenzar por los sectores más agredidos, los que han sufrido el olvido de la sociedad; sin embargo, curiosamente estas personas son quienes más fácilmente perdonan, quienes tienen mayor capacidad de hacer a un lado el daño que se les ha hecho. En cambio, para quienes se han aprovechado de los más débiles, es más difícil perdonar, porque su corazón se llena de resentimientos, rencores, odio”.
“Al tiempo me reencontré con aquel señor de la Costa Chica –platica Mons. Garfias–. Habían pasado tres meses. Supo que había vuelto y me estaba buscando ansiosamente. Me encontró y me dijo: ‘¿Sabe que?, sí estoy pudiendo. Le agradezco que me haya animado a asistir. Todo se está transformando, me siento diferente, capaz de perdonar’”.
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