Concurso “Catrina, ¡Tu voz importa!”: arte, inclusión y fe con las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor en la Merced, CDMX.
El Centro Madre Antonia, de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, celebró por octava ocasión el concurso “Catrina, ¡Tu voz importa!”, un evento dirigido a mujeres en situación de prostitución del Barrio de la Merced, en la Ciudad de México.
Mireya Figueroa, coordinadora del evento e integrante del equipo del Centro Madre Antonia, compartió para Desde la Fe que este tipo de actividades buscan ofrecer espacios recreativos y culturales que fomenten la inclusión y la expresión libre, a través del arte y la creatividad.
“Las Hermanas Oblatas desean que las participantes se sientan libres de expresarse, sin miedo a señalamientos ni prejuicios”, explicó.
La tradición del Día de Muertos y la figura de la Catrina, tan queridas en la cultura mexicana, se convirtieron en una oportunidad para que estas mujeres demostraran su talento, pero sobre todo, para que fueran vistas y reconocidas con dignidad.
“Hacer su propio vestido genera en ellas conciencia de su entorno y las motiva a esforzarse, no solo por un premio, sino por el valor de ver retribuido su trabajo”, añadió Mireya.
Además, el concurso tuvo un mensaje ecológico, alentando el uso de materiales reciclados y promoviendo la creatividad sostenible. Cada participante presentó un boceto previo de su vestido, detallando los materiales que utilizaría.
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El evento se realizó en el atrio de la Parroquia Santo Tomás Apóstol La Palma, donde vecinos, familiares y amigos esperaban con emoción la presentación de las cinco concursantes. Todas desfilaron mostrando sus vestidos, elaborados con ingenio y materiales reciclados, e interpretaron una canción alusiva al Día de Muertos.
Cada historia fue un testimonio de esfuerzo, creatividad y fe: la primera en participar fue Lupita que, con la canción “Recuérdame”, lució su vestido y un sombrero hecha por ella misma.
“Lo más complicado fue conseguir los discos porque ya no se usan tanto. Disfruté pasar tiempo conmigo, conociendo mi creatividad, y me ayudó a conocerme mejor como mujer”.
Esperanza, la segunda participante, interpretó Amor eterno, de Juan Gabriel. Para la elaboración de su vestido, puso todo su talento a prueba, pues confesó que lo realizó en solamente cuatro días, pero contó con el apoyo de su familia para terminarlo:
“Fue muy difícil conseguir el material, el disco (CD) es muy difícil conseguirlo. Gracias a Dios mi hija tiene niñas chiquitas, y gracias a mis nietas conseguí los discos. Este año me salió mejor, y al trabajar bajo presión, dejé de salir a la calle”.
Al escenario subió Rosa que, junto a su hija, interpretó la tradicional canción de La bruja. Su vestido impresionó al jurado no sólo por su elaborado diseño, sino porque, como ella declaró, pesaba alrededor de 12 kilos:
“El corsé está hecho de 500 ojitos de lata, que es muy difícil de conseguir. Conté con el apoyo de mis nueras para conseguir el material. Disfruté el apoyo de mi familia y la gente que me donó el material y que me animaron a continuar. Se siente bonito que te apoyen aunque no sean tus familiares. El apoyo y la conexión que haces con la gente es lo más valioso.”
Adelina interpretó La muerte chiquita, y dedicó su participación a su hijo, quien la ayudó durante la preparación:
“Esto es para mi hijo Eduardo. Esto -dijo señalando su vestido- es el refresco que hemos consumido en un mes. ¡Mucho refresco! Le dije ‘voy a hacer el vestido de todo lo que comamos’. Me gustó mucho mi maquillaje, nunca he tenido un vestido, siempre quise tener uno de princesa.”
Finalmente Fabiola cerró el concurso con la canción La Llorona. Lució un vestido junto con un chal y una miniatura de su vestuario:
“Al salir de mi trabajo conseguía las latas que estaban tiradas y regresaba con un gran costal a mi casa. Cocí las piezas una por una. Me tocaba desvelarme. Me puse a hacerlo porque me gusta, aunque fue algo cansado”.
Todas demostraron que el arte puede sanar, unir y dignificar.
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Para participar, las mujeres recibieron talleres de capacitación, asesorías de canto y acompañamiento espiritual. En el Centro Madre Antonia también asisten a talleres de psicoeducación y espiritualidad, donde se celebra la vida y se fortalecen los lazos comunitarios.
“Cada dos meses tenemos misa y celebramos los cumpleaños de ellas; es una forma de recordarles que su vida es valiosa”, compartió Mireya.
La fe, añadió, es un pilar que sostiene la esperanza de estas mujeres.
“Ellas tienen mucha fe en Dios. Vivir en este contexto no las hace distintas a los demás. Todas tenemos nuestras luchas, pero estas actividades ayudan a que la comunidad las vea con otros ojos.”
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Las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor acompañan a mujeres en situación vulnerable desde la cercanía y la escucha, para que descubran poco a poco que siguen siendo parte del mundo, de la naturaleza y de la creación de Dios.
“Su contexto no les quita ni un gramo de dignidad —afirma Mireya—. Su situación es solo una circunstancia; la persona sigue siendo digna por el hecho de ser persona.”
Este concurso es mucho más que una pasarela: es una celebración de la vida, de la fuerza femenina, y del poder transformador del amor y la fe.
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