Desde que se tuvo noticia de los supuestos delitos cometidos por el entonces sacerdote Marko Rupnik de la Compañía de Jesús, ha estado volando en las conversaciones una pregunta a la que se han dado variadas respuestas. Si Marko Rupnik es culpable de los graves delitos de los que se acusan, ¿Deben ser eliminadas sus obras de arte?
Es importante señalar que Rupnik se desarrolló enormemente en el arte de los mosaicos, caracterizado por una forma muy propia de plasmar las imágenes. Al ser un sacerdote jesuita, la temática de su obra es estrictamente religiosa.
La belleza de sus trabajos atrajo la atención de san Juan Pablo II, quien le encargó el ornato de la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico Vaticano.
A partir de entonces, su fama creció enormemente al grado que, por muchos lugares del mundo, se encuentran sus mosaicos; pienso en la cripta donde se resguarda el cuerpo incorrupto de san Pío de Pietrelcina, en san Giovani Rotondo, Italia; o en la fachada de la Basílica del Rosario en el Santuario de Lourdes, en Francia; o también en la Basílica de Nuestra Señora de Fátima, en Fátima, Portugal.
Hablar de estos lugares significativos son una muestra de la fama y la difusión de Marko Rupnik. Por eso la pregunta no es ociosa, porque, hablar de estos lugares de enorme espiritualidad, como escenarios de obras nacidas de un corazón corrompido por graves faltas contra la dignidad de las personas (especialmente mujeres, sus colaboradoras), genera la incógnita de si es moralmente aceptable y conveniente para la fe que estas obras permanezcan en donde están, a sabiendas de las barbaridades atribuidas a su autor.
Considero que, como en todo, conviene siempre la mesura que nos impone la caridad, la cual nos llama a la justicia y a la verdad.
Detrás de todo lo que implica ese gran trabajo está Rupnik, en primer lugar, con todo su ingenio e innegable creatividad, pero no sólo él, pues sabemos que tenía muchos colaboradores, los cuales, bajo su dirección, también ponían de su parte en cuanto a sus cualidades artísticas y a ingentes horas de trabajo y dedicación.
Además de ellos, están las instituciones eclesiásticas que encargaron esas obras, instituciones que no son empresas transnacionales con enormes cantidades de recursos, sino obras religiosas sostenidas por la fe de los feligreses, de manera que la colocación de esos mosaicos, muy seguramente, fue fruto de colectas, donativos y limosnas de los fieles y peregrinos para embellecer los espacios sagrados y como tributo devocional.
Creo que obras como estas, si bien tienen su origen en la creatividad de una persona, no es posible materializarlas si no es con el esfuerzo de muchos.
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La historia eclesiástica bien puede reportarnos infinidad de casos semejantes, pues muchas de las obras del arte sacro que hoy admiramos (en el que incluyo todo tipo como escultura, pintura, arquitectura, música, etcétera), no están exentas de episodios de gracia y de pecado.
Me viene a la mente la época del Renacimiento, en la que el papado y la Iglesia de entonces, grandes mecenas del arte sagrado, sucumbieron a grandes delitos contra la moral evangélica.
Esto, pues, ha sucedido en el pasado, por lo mismo, en el presente y, les tengo una mala noticia: se repetirá en el futuro. Si bien esto no es el común denominador, no estamos blindados en que artistas del arte sacro estén envueltos en reprobables conductas.
Además de todo lo señalado, creo que hay algo que no podemos dejar de lado, me refiero al valor de la obra en sí misma. Un profesor de arte en el seminario, alguna vez comentó que una virtud del arte en general es su capacidad pedagógica.
En el caso que nos ocupa, creo que la obra de Marko Rupnik no está exenta de esta virtud, pues como el artista que es, sus obras tienen un alto valor simbólico, capaz de transmitir el mensaje ahí plasmado, de manera que las obras artísticas, por el hecho mismo de existir, tienen su propio valor.
La mayoría de la gente que ha admirado y admirará estas obras, y más en los lugares donde están, sin duda quedarán edificadas por su belleza y por el mensaje que transmiten, mensaje que los remite al Dios revelado por Jesucristo, autor de toda belleza.
Muchas personas no traerán a la mente los delitos de su autor cada vez que las contemplen, tal vez ni se enteren; la obra en sí misma será instrumento de evangelización y de contacto con lo más profundo del mensaje salvador.
En el Evangelio de san Mateo 23, 3, hay una sentencia que bien puede iluminarnos. Ante las discusiones que se suscitan entre los sumos sacerdotes con Jesús, el Señor dice con suavidad y dulzura a sus discípulos: “…hagan lo que les digan, pero no los imiten…”
Creo que es un criterio suficiente para alejar de nosotros todo prurito ocioso y puritano, pues en la obra de Marko Rupnik hay mensaje salvador, mensaje verdadero y de segura doctrina, a través de un medio (el arte de los mosaicos) que tiene la cualidad de educar y de elevar la mente y el corazón a lo que ahí se ha plasmado.
Parece contradictorio, pero Dios, en su Divina Providencia, siempre saca bien del mal, y si este hermano se equivocó en cosas graves, que todo el bien que puedan realizar sus obras sirva de ofrenda para que el Señor tenga piedad de su alma, pues la final, el juicio sobre sus obras, queda en manos del que nunca se equivoca.
Si en él hay una conducta reprobable, no lo imitemos, pero sí escuchemos el mensaje evangélico reflejado en sus obras, y no caigamos en los excesos de los totalitarismos que en la historia han intentado acallar la predicación cristiana, y menos sucumbamos a la cultura de la cancelación que caracteriza a nuestro tiempo.
Con sencillez de corazón, acojamos lo que existe con todo lo que representa y significa, y roguemos por la conversión de quienes han puesto en grave peligro su salvación.
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