Esta semana se hizo viral un video en el que algunos de los sacerdotes que participaban en un programa a través de un canal de Youtube -cuatro españoles, dos norteamericanos y un mexicano- asumieron públicamente y entre risas que rezan para que el Papa Francisco vaya al Cielo lo antes posible; es decir, rezan por la muerte del Papa.
Posteriormente, aclararon que se trataba de una broma de mal gusto, aprovechada de manera malintencionada por algunos medios y que la interpretación que se ha dado de que se rezaba por la muerte del Papa es errónea. Pero el video es claro y contundente. El sacerdote que llevó la batuta en esto fue el español Gabriel Calvo Zarraute, quien además aseguró que eran muchas las personas que oraban por esa misma intención.
En las explicaciones que han dado, tratando de suavizar la broma, han subrayado que desear que alguien vaya pronto al cielo, es algo bueno y santo, pues el cielo es precisamente nuestra meta. A propósito de este suceso, me surgen algunas reflexiones.
El Señor nos lo dijo: “astutos como serpientes y sencillos como palomas”. En la era de las redes sociales y de las fake news los sacerdotes debemos partir del hecho que estamos en el candelabro y que somos observados y escuchados por todos -propios y extraños- y más si estamos expuestos en los medios de comunicación.
Las audiencias no perdonan nada, y más si algo constituye un error o un escándalo. Las “santas inquisiciones” de nuestro tiempo son peores que las del pasado (en el entendido que sobre las del pasado hay más de leyenda negra que de verdad) y que por lo mismo serán implacables. Es cierto que a veces nos permitimos bromas de las que no calculamos su alcance, por eso debemos estar dispuestos a asumir las reacciones de las audiencias que no podemos controlar.
En este sentido creo que los sacerdotes en cuestión no pueden decir que fue una simple broma que se han maximizado sus enemigos, ellos saben que tienen una audiencia cautiva, afín a su forma de pensar, y a los que, como dicen ellos mismos, les han hecho mucho bien con sus enseñanzas y en quienes han encontrado lo que no ven en los párrocos respectivos y en otros sacerdotes.
Por eso la responsabilidad es mayor, porque hay quienes los escuchan e influyen en su percepción y en su posición ante los temas que plantean.
La nomenclatura de izquierdas y derechas que sectoriza el debate público, creo que no es una categorización conveniente para hablar de las cuestiones de fe, tal vez lo más conveniente sería “ortodoxo” y “heterodoxo”, pero no las primeras, porque al final parece que en cuestiones de fe cabe “estirar la liga” hasta donde sea posible, y no es así, a la Divina Revelación debemos serle fieles, o su contrario, contestarla y negarla, pero no categorizar las posiciones como en el mundo ideológico o de la política.
Nuestro deber de cristianos, y más de pastores, es enseñar el Evangelio y, en docilidad al Espíritu Santo, enseñarlo en comunión con la Iglesia. Si la mejor de las intenciones era la de decir una ligereza sin importancia y en tono de broma sobre el Papa, creo que es prescindible, pues en aras del escándalo, que tanto gusta a nuestra sociedad morbosa, se sacrifica en el altar de la hipocresía a quien tiene una equivocación, por mínima que sea.
He escuchado las disculpas que los hermanos han pedido, y sinceramente creo que la manera como lo han hecho, lejos de abonar a su aceptación, confirman lo que dicen que no era su intención decir. Ironizan sobre la bondad de pedir para otro (el Papa) el ir pronto al paraíso, porque bien saben que esa no era la intención con la que lo dijeron.
Si tuviéramos total certeza del mal que cometemos, estoy seguro que no lo haríamos, creo que es el caso de estos hermanos, no todo lo que en su defensa han sostenido. “Nos equivocamos y ya”, debieron decir simplemente, y darle vuelta a la página, porque si su intención primera no fue ofender al Papa, la victimización que vino después y el modo como han enfrentado la persecución, sólo ha generado la idea que confirma la percepción de que en el fondo sí dijeron lo que dicen que no quisieron decir.
Esto nos enseña a aprender a jugar con las reglas de las redes sociales, donde se pueden verter comentarios justos y equilibrados hasta difamaciones e injusticias muy dolorosas. Quien esto escribe ha sufrido de todo esto, en menor medida, claro, y lo digo no sólo por mí, creo que todos los sacerdotes en algún momento lo hemos experimentado.
Cuando esto sucede pienso en Jesús ante el Sumo Sacerdote en las horas de la pasión: muchos fueron los “testigos” que dijeron falsedades, y la única vez que Jesús habló fue para reconocer su identidad mesiánica, sabiendo que la único que iba a decir era la verdad y ante los judíos le significaría el argumento contundente para declararlo blasfemo y condenarlo a muerte. Que nos persigan por decir la verdad, pero no por decir banalidades que generan escándalo.
La otra cosa preocupante es la de disfrazar de piedad algo que tiene visos de perversidad. Les creo a estos hermanos cuando piden disculpas sobre la ligereza de su comentario, sin embargo, como enseña san Ignacio de los Loyola en sus ejercicios espirituales, debemos aprender a discernir para llegar hasta aquello que en verdad nos mueve a actuar y que está velado en nuestras conciencias y no nos atrevemos a reconocer.
Esto lo digo por mí, porque no vaya siendo que incluso al escribir esto, me esté envolviendo en un manto de puritanismo y esté levantando el dedo flamígero para señalar a mis hermanos en desgracia, total yo soy un desconocido que se esconde en la oscuridad del anonimato.
También en la manera como afrontamos este escándalo se desvela lo que hay en nuestro corazón, a esta reflexión me invitaría e invitaría a todos. No es el momento de mirarnos con ojos inquisidores, mucho menos de tomar partidos en una comunidad que es reflejo del “inconsútil vestido de Cristo”, ese vestido que ni los soldados que echaron suertes sobre él a la hora de la Pasión se atrevieron a rasgar.
El paraíso no es una promesa de futuro, la Iglesia es la semilla de ese Reino que se edifica en nuestra historia y al cual pertenecemos por la gracia del Bautismo, así que no caigamos en las trampas de la división y del conflicto, recordemos el principio de acción que se atribuye a san Agustín: “ante la duda, libertad; ante la certeza, adhesión; ante todo CARIDAD”.
La caridad es la suprema regla de la Iglesia, así que por caridad, que nuestros hermanos se retracten de su ligereza y detengan con su testimonio humilde y caritativo todo aire de posiciones ideológicas encontradas; por caridad oremos por ellos y por nosotros, por la Iglesia toda, para que aprendamos a corregirnos cristianamente y a continuar el inacabado camino de nuestra conversión, y; por caridad no nos acobardemos de ser testigos de la verdad aunque esto tenga en este mundo, mucho de calvario y de cruz, pues es la pasión de Cristo el único camino al cielo.
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