Los frailes mendicantes anunciaban el Evangelio en los hostales, los caminos, las plazas de los pueblos y allá donde fuese necesario. Foto RRSS Dominicos.
Las órdenes mendicantes constituyen una de las formas más singulares y relevantes de vida consagrada dentro de la Iglesia católica, las cuales surgieron en un contexto de profunda renovación espiritual y social en la Edad Media y marcaron la historia eclesial por su testimonio de pobreza evangélica, predicación itinerante, una cercanía total con el pueblo y su dependencia de la caridad de los fieles para su sustento.
Pero, ¿qué son exactamente las órdenes mendicantes? ¿Por qué reciben este nombre? ¿Cuáles son sus características distintivas y qué lugar ocupan hoy en la Iglesia? A continuación te damos una explicación sobre ellas.
De acuerdo con lo que señala el Catecismo de la Iglesia Católica, en el Capítulo Tercero, sobre la Vida Consagrada, se puede señalar que las Órdenes Mendicantes son “una respuesta a un llamado especial para seguir a Cristo más de cerca, con un corazón indiviso” (cf. CIC, n. 915).
Así, dentro de las diversas formas de vida consagrada, las órdenes mendicantes representan una expresión particular de radicalidad evangélica, caracterizada por los votos de pobreza, castidad y obediencia, vividos en comunidad, pero con una orientación particular hacia la predicación y la mendicidad.
Desde el punto de vista jurídico, el Código de Derecho Canónico establece que los institutos religiosos pueden ser clericales o laicales, y que algunos se dedican “especialmente a la contemplación, otros a anunciar el Evangelio y a otras obras apostólicas, a realizar obras de misericordia, a formar comunidades cristianas según diversas formas” (cf. can. 675 §1). De este modo, las órdenes mendicantes pueden pertenecen a este último grupo, con una especial atención a la predicación itinerante y al testimonio de pobreza.
El término “mendicante” proviene del latín mendicare, que significa “mendigar”, nombre que refleja una de las características fundamentales de estas órdenes, ya que los frailes de estas órdenes, en su origen, dependían de la mendicidad y de las donaciones de los fieles para su sustento diario.
Aunque con el tiempo algunas órdenes mendicantes recibieron la autorización para poseer bienes corporativamente, el espíritu de pobreza y dependencia de la providencia divina sigue siendo un rasgo distintivo de su identidad, refrendando su renuncia a la propiedad privada tanto individual como comunitaria.
A diferencia de las órdenes monásticas tradicionales, que poseían bienes y tierras, los mendicantes adoptaron un estilo de vida radicalmente pobre, con el objetivo de imitar a Cristo pobre y humilde, y de estar más disponibles para la predicación en las ciudades.
Asimismo, los frailes mendicantes destacaban porque anunciaban el Evangelio no sólo en las iglesias, sino también en los hostales, los caminos, las plazas de los pueblos y allá donde fuese necesario.
Las órdenes mendicantes surgieron en el siglo XIII como respuesta a las necesidades de una sociedad en transformación y a los desafíos que enfrentaba la Iglesia.
Así, establece “La enciclopedia católica; una obra internacional de referencia sobre la constitución, la doctrina, la disciplina y la historia de la Iglesia católica”, en un contexto marcado por el crecimiento de las ciudades, la pobreza y la herejía, figuras como San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán buscaron renovar la vida religiosa y llevar el Evangelio a todos los rincones de la sociedad, a partir de tres preceptos fundamentales, se:
“El gran modelo a seguir por parte del pueblo fiel eran los nuevos frailes mendicantes que predicaban el Evangelio de un modo pobre e itinerante. Estas Órdenes tomaron la forma de vida activa de las Órdenes militares, pero en vez de salir de los conventos a defender a los peregrinos o a guerrear, lo hacían para predicar.
“Y no sólo con la palabra, sino también con las obras: mostrando su amor a la gente y compartiendo su pobreza. La Iglesia vio que ése era el mejor método para combatir las herejías y, sobre todo, para extender el Reino de Dios”, señala el sitio web de la Orden de Predicadores o Dominicos al referirse sobre el origen de estas órdenes.
Con el tiempo, esta forma de vida fue reconocida y aprobada por los Papas, especialmente por Honorio III e Inocencio IV, quienes contribuyeron significativamente al establecimiento y crecimiento de las órdenes mendicantes, facilitando su expansión y actividades de predicación y evangelización.
El Segundo Concilio de Lyon en 1274 reconoció oficialmente cuatro órdenes mendicantes, que son consideradas las más antiguas y fundamentales:
Orden de Frailes Menores (Franciscanos): Fundada por San Francisco de Asís en 1209. Su carisma se centra en su voto de pobreza radical, la fraternidad, la predicación y su servicio a los pobres y marginados.
Orden de Predicadores (Dominicos): Fundada por Santo Domingo de Guzmán en 1215. Tienen como misión principal la predicación, la enseñanza de la doctrina católica y la defensa de la fe.
Orden de los Carmelitas: Fundada por San Bertoldo del Monte Carmelo, en España, tienen dos modelos a seguir, además de Jesús: la Virgen María y el profeta Elías. Su espiritualidad es más contemplativa que apostólica, de tal forma que el carmelita procura vivir en íntima relación con Dios en el silencio y la soledad de su celda.
Orden de San Agustín: Surgida de la unión de varios grupos de ermitaños que heredaron las enseñanzas de las comunidades fundadas por el santo de Hipon en 1256, sigue la regla de San Agustín y se dedica al estudio y la predicación.
Cabe destacar que además de estas cuatro grandes órdenes, existen otras congregaciones que obtuvieron el privilegio de ser consideradas mendicantes a lo largo de la historia.
Las Órdenes Mendicantes comparten una serie de características especiales comunes:
Las Órdenes Mendicantes desempeñaron un papel crucial en la vida de la Iglesia y de la sociedad medieval, ya que debido a su predicación, su labor pastoral, su servicio a los pobres y su compromiso con la educación contribuyeron a la renovación de la vida cristiana y al florecimiento de la cultura.
Hoy en día, siguen activas y tienen una presencia vital en la Iglesia, adaptándose a los nuevos desafíos, contextos culturales y sociales para continuar llevando el mensaje del Evangelio a todos los rincones del mundo.
Si bien es cierto que la mendicidad material ya no es su principal forma de sustento, aún conservan el espíritu de pobreza evangélica, disponibilidad misionera y cercanía con los más necesitados.
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