La Iglesia Católica rechaza la maternidad subrogada porque “el niño, inmensamente digno, se convierte en un mero objeto”. Lo sostiene la Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana, aprobada por el papa Francisco y encargada al Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cual acaba de publicarla tras cinco años de análisis y deliberaciones.
El texto retoma las palabras del pontífice al señalar que «el camino hacia la paz exige el respeto de la vida, de toda vida humana, empezando por la del niño no nacido en el seno materno, que no puede ser suprimida ni convertirse en un producto comercial».
La Iglesia califica esta práctica como una acción que «ofende gravemente la dignidad de la mujer y del niño», entre otras cosas «porque se basa en la explotación de la situación de necesidad material de la madre», y reitera que «un hijo es siempre un don y nunca el objeto de un contrato».
La contundencia del argumento es evidente y no deja espacio a dudas o interpretaciones. Sostiene que «el niño tiene derecho, en virtud de su dignidad inalienable, a tener un origen plenamente humano y no inducido artificialmente, y a recibir el don de una vida que manifieste, al mismo tiempo, la dignidad de quien la da y de quien la recibe».
Agrega que el reconocimiento de la dignidad de la persona humana implica también el reconocimiento de la dignidad de la unión conyugal y de la procreación humana en todas sus dimensiones. «En este sentido, el deseo legítimo de tener un hijo no puede convertirse en un ‘derecho al hijo’ que no respete la dignidad del propio hijo como destinatario del don gratuito de la vida».
Igualmente, sostiene que «la práctica de la maternidad subrogada viola, al mismo tiempo, la dignidad de la propia mujer que o se ve obligada a ello o decide libremente someterse». ¿La razón? «Con esta práctica, la mujer se desvincula del hijo que crece en ella y se convierte en un mero medio al servicio del beneficio o del deseo arbitrario de otros».
Esto, concluye el documento vaticano, se contrapone totalmente con la dignidad fundamental de todo ser humano «y su derecho a ser reconocido siempre por sí mismo y nunca como instrumento para otra cosa».
Se utiliza la frase maternidad subrogada para referirse a un procedimiento clínico de reproducción asistida en la cual una mujer lleva a cabo la gestación en su vientre del hijo de otros, algo que la Iglesia Católica considera moralmente inaceptable.
En efecto, el magisterio también se opone al esquema de «vientres de alquiler» por varias razones de origen ético.
En uno de los procedimientos de maternidad subrogada, a la futura madre se la insemina de forma artificial, pero con un óvulo propio; así que ella será madre biológica. Sin embargo, hay un modelo de gestación diferente en el que una pareja es la proveedora del óvulo, a fin de tomar al bebé una vez nazca y quedarse con él.
En ese caso se realiza la fertilización del óvulo in vitro y se implanta en la «madre sustituta», quien permitirá el desarrollo de ese ser humano en su vientre, pero no mantendrá contacto genético directo con él.
En todo caso, la maternidad subrogada instrumentaliza tanto al futuro hijo como a la donante, toda vez que el material genético, los aspectos biológicos y los cuerpos devienen finalmente en simple materia prima objeto de contrato, susceptibles incluso de ser cosificados y convertidos en artículos que se pueden comprar, alquilar o vender.
No obstante, existen líneas de pensamiento en las que se defiende tal práctica con base en la presunción de que puede haber alquiler, préstamo o «donación voluntaria” del vientre, pero aún en esos casos implicaría la cesión de derechos sobre el cuerpo en función de los requerimientos de una vida en gestación y más allá de ella.
La Declaración Dignitas infinita del papa Francisco sobre la dignidad humana marca un hito al condenar de forma directa esta práctica, si bien existen precedentes de la Iglesia Católica en oposición a cuestiones similares. Es el caso de la Instrucción Donum vitae sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, un potente documento elaborado por el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI.
Tiempo después se publica la Instrucción Dignitas personæ que aborda diversos temas sobre bioética y cuestiona la ejecución de técnicas científicas en las que se evidencia «un trato puramente instrumental de los embriones».
La Iglesia también sostiene que «el deseo de un hijo —o al menos la disponibilidad para transmitir la vida— es un requisito necesario desde el punto de vista moral para una procreación humana responsable». Pero deja claro que «esta buena intención no es suficiente para justificar una valoración moral positiva de la fecundación in vitro entre los esposos».
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